Muera la muerte
La historia es muy conocida. El 12 de octubre de 1936 se celebraba en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el Día de la Hispanidad; dado que Salamanca estaba en la zona sublevada, el acto no podía ser sino una exaltación multitudinaria de los valores de los nacionalistas de Franco. El local hervía de catedráticos, de autoridades, de falangistas fervorosos; presidían la celebración doña Carmen Polo, alias La Collares, y el general Millán Astray; también el rector de la Universidad: Miguel de Unamuno. Militante de la contradicción, personaje energuménico a ratos, y a ratos genial, Unamuno se había puesto del lado de los rebeldes del 18 de julio, que no cabían de satisfacción ante el apoyo inesperado del primer escritor español de su tiempo, de quien aquel día esperaban el espaldarazo definitivo. En el acto intervinieron diversos oradores, entre ellos Millán Astray, fundador de la Legión, maestro de Franco y uno de los individuos más sanguinarios que ha conocido el siglo. Según testigos presenciales, durante el discurso de Millán Astray, Unamuno daba muestras constantes de nerviosismo, tomaba notas; finalmente habló. Dijo que no tenía pensado hablar, pero que iba a hacerlo, pues "callar, a veces, significa mentir, porque el silencio puede interpretarse como aquiescencia". Dijo que aquello no era una guerra civil, sino incivil, y atacó a un profesor que, en un discurso anterior, había atacado a vascos y catalanes. Luego puso en la picota a Millán Astray, porque Unamuno, que era una persona honesta y valiente y obsesionada por el escándalo cotidiano de la muerte -y cuyo lema vital hubiera podido ser: "¡Muera la muerte!"-, no pudo tolerar que el general sin un ojo terminara su parlamento de bestia analfabeta con su grito de rigor: "¡Viva la muerte!" Por supuesto, el discurso del rector fue interrumpido una y otra vez por los rebuznos de Millán Astray y por el escándalo amenazante de los falangistas; impertérrito, Unamuno prosiguió hasta el final: "Venceréis, pero no convenceréis", concluyó. "Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir". Carmen Polo y José M. Pemán tuvieron que sacar a Unamuno, casi en volandas, del paraninfo, para protegerlo del linchamiento de los falangistas. No es difícil ver en esa imagen de un hombre viejo, orgulloso y asustado, que acaba de jugarse la vida por defender la razón frente a la barbarie, uno de los momentos más limpios de aquella sucia orgía de sangre.De esta vieja historia me acordé el otro día, cuando en el rectorado de la Universidad de Girona, como en el resto de las universidades españolas, se hicieron cinco minutos de silencio en protesta por el asesinato del teniente coronel Blanco a manos de ETA. Según Xavier Castillón, periodista de El Punt, los hechos ocurrieron así. Durante los cinco minutos de silencio, un grupo de estudiantes se manifestó en silencio frente a los que se manifestaban en silencio contra la muerte; los estudiantes, que portaban banderas de Cataluña, Euskadi e Irlanda y mensajes en favor de los presos vascos, sostenían una pancarta con el lema: "Prou borreguisme: solució política ara". Terminados los cinco minutos, Josep Maria Nadal, rector de la universidad, nervioso y un tanto iracundo, se enfrentó a los estudiantes. Les reprochó que algunos llevaran la cara tapada, les dijo que la suya era "la guerra de la Señorita Pepis", les gritó que el único de ellos que había padecido la cárcel y un consejo de guerra era él. Hubo gritos, burlas, algún insulto, hasta que Josep Maria Fonalleras y Pep Gómez, alias El Gomas, se llevaron casi en volandas al rector. Hasta aquí, los hechos. Lo del borreguismo tiene su gracia, sobre todo viniendo de quienes imitan el modelo de los contramanifestantes vascos; añadiré que, si esos chicos se empeñan en practicar el conformismo del anticonformismo -como dice De Sagarra-, un día de estos podemos verles manifestándose contra -digamos- la abolición de la pena de muerte, o contra los derechos humanos, o en favor de Jörg Haider. Por otra parte, habrá quien piense que la actuación de Nadal es equivocada, porque es incompatible con la dignidad del cargo de rector y porque contribuye a otorgar a ese puñado de estudiantes un protagonismo del que de otro modo hubiera carecido; lo mejor que hubiera podido hacer el rector, según ellos, es permanecer indiferente a la contramanifestación. Quien piense así se equivoca. No sólo porque el silencio pueda ser interpretado como aquiescencia; también por lo que acaba de decir Elie Wiesel en el reciente Foro sobre el Holocausto: "El indiferente ante el mal es siempre en las Sagradas Escrituras más castigado que el malvado". Porque, no nos engañemos, el otro día, en Girona, se trataba de eso: de hacerle frente al mal; o, si se quiere, a la semilla del mal. Uno puede manifestarse a favor de muchas cosas -la independencia del País Vasco entre ellas-, pero lo que no puede es manifestarse en favor de la muerte, porque la muerte es el mal. Y eso es lo que la lógica y el olfato moral y el coraje del rector Nadal intuyeron el otro día: que manifestarse contra quienes se manifiestan contra la muerte es incurrir en una sucia abyección sin límites, porque es manifestarse en favor de la muerte; o lo que es lo mismo, es gritar: "¡Viva la muerte!". Como Millán Astray.
Por lo demás, lo más triste es que quizá esos estudiantes no tengan ninguna culpa; quizá la culpa sea nuestra. Nadal es profesor de la Universidad; este escribidor también. Me pregunto para qué sirve la Universidad si no ha sido capaz de enseñar a esos estudiantes la diferencia entre el bien y el mal -entre la justicia y la injusticia, entre la civilización y la barbarie-, si no les ha desengañado de la pamema según la cual ETA es una organización muy de izquierdas y no les ha hecho entender que los chicos que militan en ella tienen de héroes lo mismo que Millán Astray, porque han convertido la muerte en una forma de vida y por tanto ni van a convencer ni desde luego van a vencer; me pregunto para qué sirve la Universidad si ese puñado de estudiantes no han aprendido en ella algo que se aprende en cualquier película, porque lo dice Brian Donleavy -uno de los malos más malos del western- en Cowboy: "Cuando se mata una vez, hay que seguir matando. No se necesita valor para hacer lo único que se puede hacer".
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