Marbella y los Hohenlohe
Un día, lejano ya en el tiempo, Alfonso de Hohenlohe nos explicó a Josep Ramoneda, Jordi Socías y a mí que la gente inteligente debe beber moderadamente, no fumar y no cometer excesos. Eran los tiempos gloriosos de Marbella, con las masas paseando al atardecer por Puerto Banús, admirando yates y buscando gente famosa, mientras las élites burbujeaban en las piscinas y en los saraos nocturnos del Marbella Club o del Puente Romano. Alfonso de Hohenlohe, con las ideas claras sobre turismo y bastante más confusas sociopolíticamente, estaba muy orgulloso de los dos hijos habidos con Ira de Fürstenberg. Chicos que seguían el mandamiento paterno de no cometer excesos, no fumar y beber con moderación, aunque la verdad sea dicha, cuando don Alfonso te contaba sus amores con las que, en símil hotelero, definía como mujeres cinco estrellas, lo de la moderación sonaba a broma. En la Marbella aparentemente feliz, el príncipe hotelero se mostró orgulloso de sus hijos, estudiosos, disciplinados y austeros. Leo hoy en El Mundo, viajando desde la Costa del Sol hasta la Costa de Azahar lo que cuenta Carmen Rigalt: el hijo mayor de Alfonso de
Hohenlohe ha muerto en una prisión de Tailandia. "Horrible, siniestro", le apunta a la periodista quien le filtró la noticia. Para un extranjero, una prisión tailandesa es sinónimo de excesos, de violencia, de condena por tráfico de estupefacientes. El mayor de los
Hohenlohe, como tantos otros, decidió llevar un día una vida de rompe y rasga. En los últimos años la historia de Marbella se escribe a golpe de escándalo, fracasos, muertes y decadencia.
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