Con sus 50.000 habitantes, Diffa (al sureste de Níger) es la típica ciudad del Sahel de calles de arena y clima hostil. Su cercanía del norte de Nigeria controlado por Boko Haram (la frontera está a sólo cinco kilómetros) la ha convertido en objetivo de ataques y atentados suicidas. Aunque la mayor parte de sus habitantes huyeron en febrero pasado tras la primera gran ofensiva de la secta radical, que se saldó con decenas de muertos y heridos, lo cierto es que su población se ha triplicado en el último año a causa de los desplazados que llegan desde las zonas fronterizas con Nigeria. Hay barrios donde tres cuartas partes de sus habitantes son recién llegados y donde los vecinos han cedido terrenos para permitir que se instalen. En las afueras de la ciudad se han instalado unas 100.000 personas.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSViernes al mediodía en la gran mezquita de Diffa. Cientos de personas venidas de toda la ciudad acuden hasta aquí para cumplir con el rezo semanal. En cada esquina del recinto hay un puñado de policías. En el acceso principal, un agente con cara de pocos amigos apunta con su fusil a todo aquel que se acerca y, desde la distancia, le obliga a levantarse la ropa para comprobar que no lleva explosivos ni armas escondidas. La circulación en moto está totalmente prohibida y a partir de las 19.00 también en coche. A las nueve, toque de queda, todo el mundo a su casa. Cada noche, invariablemente, se escuchan disparos. A veces son tiros al aire, a veces no. “No sabemos quién es quién, hay infiltrados y cómplices por todos lados”, asegura Hassan Ardo, secretario general del Gobernador de Diffa.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSEn la sala de heridos por traumatismo del hospital regional de Diffa no cabe un paciente más. El 8 de diciembre pasado, Madou Adji (izquierda), agricultor de 36 años, estaba en la estación de autobuses de Diffa y se disponía a coger un transporte hacia su pueblo. Un soldado, supuestamente ebrio, le disparó en el pie al confundirlo con un miembro de Boko Haram. Detrás, Kala Malam, agricultor de 18 años, pasó toda la noche herido y escondido en una casa de su pueblo en Bosso la noche que fue atacado por los radicales. Murieron 22 personas. Él puede contarlo. “Desde hace un año hemos atendido a más de 650 heridos, sobre todo quemaduras a consecuencia de explosiones, arma blanca y balas”, asegura Hamadou Asoumana, jefe de Cirugía. La población civil, como casi siempre, en medio del conflicto.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSUna mujer del pueblo de Argou Goumseri recoloca las telas y plásticos del miserable refugio en el que vive. A principios de enero, una decena de milicianos de Boko Haram penetró en el citado pueblo, situado a solo un kilómetro de la frontera, y saqueó todo lo que estaba a su alcance, motos, comida, ropa y los magros excedentes de la cosecha. Al día siguiente, todos sus 4.000 habitantes huyeron y se instalaron unos cuatro kilómetros más al norte, junto a la carretera asfaltada Nacional 1, por donde de tanto en tanto pasa una patrulla del Ejército y son más visibles para la ayuda internacional. El principal problema es el frío por la noche, los niños están casi todos enfermos porque no disponen de mantas suficientes para taparse al tener que huir con lo puesto, la falta de comida y el acceso al agua, que comparten con otros pueblos desplazados.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOS“Mi marido está viejo para ir a trabajar y ahora vivo de la ayuda de unos parientes, ellos también desplazados como yo”. Aissa Alhadji Ram ronda los sesenta años y elabora pequeños soportes de hoja de palma que luego trata de vender en el mercado. A principios de enero huyó de Argou Goumseri y se instaló junto a todos sus vecinos junto a la carretera Nacional 1. “Necesitamos comida”, dice. La mayor parte de sus diez hijos son agricultores, pero tuvieron que dejar atrás sus tierras en las que cultivaban sobre todo arroz y pimientos. Ahora acuden a unos campos próximos donde trabajan como jornaleros cultivando cebollas y ajos. Si tienen suerte y encuentran faena pueden sacar un euro y medio por una mañana de trabajo.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSUnos pastores conducen una recua de bueyes hasta Diffa muy cerca de uno de los brazos del río Komadougou Yobe. La única frontera natural que separa al noreste de Nigeria controlado por Boko Haram y a la región de Diffa, en Níger, es este río estacional que emerge tras la temporada de lluvias y desemboca en el Lago Chad. Sin embargo, tras las precipitaciones veraniegas se va secando progresivamente, lo que permite atravesar la frontera por cualquier punto sin ningún problema a partir de los meses de enero y febrero. El descenso del nivel de las aguas del río ha favorecido una intensificación de los ataques de la secta radical en Níger en las últimas semanas.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSAsido a sus muletas de madera, Alhadji Sumaïla, agricultor nigeriano de 38 años, casado y cinco hijos, camina entre los refugios del emplazamiento de Assaga, junto a la Nacional 1, a pocos kilómetros de la ciudad de Diffa. Hace ocho meses el Ejército nigerino penetró en su pueblo y mató a un miembro de Boko Haram. A los pocos días, la secta radical atacó Assaga en represalia por lo que consideraron una delación. “Era sábado, en pleno mes de Ramadán, entraron casa por casa y nos llevaron a todos a la mezquita. Dejaron que las mujeres y los viejos se fueran y empezaron a dispararnos”, recuerda Sumaïla, “todos corrimos hacia donde pudimos, a mí me alcanzaron en una pierna y caí al suelo”. Ya de madrugada, el Ejército de Níger empezó a avanzar hacia Assaga y los miembros de Boko Haram huyeron. En el ataque murieron 12 jóvenes y 9 resultaron heridos, entre ellos Alhadji, que pasó cuatro meses en el hospital.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSCuando Balas Fatah vivía en Assaga, en el lado nigeriano de la frontera, era carnicero. Ahora que se ha desplazado a Níger con su familia a causa de la violencia de Boko Haram sigue ejerciendo el mismo oficio. “Pero aquí la carne es más cara, apenas hay ganado, y tengo que venderla al doble del precio. Y casi nadie tiene dinero para comprar”, explica. Con el paso de los meses, los refugiados y desplazados que llegaron con lo puesto se van asentando y se nota la diferencia entre los recién llegados y los veteranos. En los asentamientos van surgiendo pequeñas tiendas, mesas de carnicero como la de Fatah, puestos de venta de tabaco y especias, puntos de reparación de teléfonos móviles o de zapatos. Asimismo, los refugios improvisados se van convirtiendo poco a poco en casas de barro primero e incluso de ladrillo y cemento después. “Estamos asistiendo al nacimiento de la nueva Diffa”, asegura Benoit Moreno, portavoz del ACNUR en Níger.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSA unos 35 kilómetros de Diffa, en las proximidades de Ngaroua, aparece por fin una base militar en torno a la cual se han asentado decenas de miles de desplazados que buscan algo de seguridad. Y es precisamente aquí donde están surgiendo también las primeras plantaciones de pimientos con las que los refugiados tratan de rehacer sus vidas a la imagen y semejanza de lo que hacían en sus pueblos de origen. El pimiento es una de las principales fuentes de ingresos de la ribera del río Komadougou Yobe y de hecho se considera que, en el lado nigeriano, ha sido una de las fuentes de ingresos de la secta islamista radical. Sin embargo, el abandono de la mayor parte de las tierras de cultivo ha reducido la producción, tanto de este producto como del pescado que se capturaba en el Lago. Según el secretario general del gobernador de Diffa, Hassan Ardo, las pérdidas en la economía local ascienden a unos 8 millones de dólares sólo en 2015, una cantidad enorme para el país más pobre del mundo.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSDos niños descansan sentados sobre dos garrafas de agua junto al asfalto de la carretera Nacional 1 cerca de Ngaroua. Una de las principales actividades cotidianas entre los desplazados de Diffa que se han instalado en este lugar es el de acarrear agua. En ocasiones tienen que caminar hasta cinco kilómetros para llegar al pozo más cercano, otras veces cuentan con la solidaridad de los refugiados más próximos. La mayoría están sin escolarizar desde hace meses, UNICEF ha comenzado la construcción de un centenar de escuelas provisionales para hacer frente a este problema. Los centros de salud de los pueblos de la zona están saturados por el flujo de recién llegados. ONGs como la sección española de Médicos sin Fronteras tratan de reforzar la asistencia sanitaria. La malnutrición infantil aguda se ha disparado al 17% en la región, sobrepasando el nivel de alerta. “Todos los indicadores están empeorando”, asegura Lucas Honauer, director de Acción contra el Hambre en Níger.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSAlhadji Boucar Modou Gambo, agricultor de 40 años, llevaba una vida plácida en Malam Fatori (Nigeria) entregado a sus cultivos de pimientos y arroz y al pequeño comercio. Sin embargo, hace un año y medio Boko Haram atacó su pueblo y Alhadji huyó junto a sus dos esposas hacia Níger. “Me construí un pequeño refugio de madera en Bosso, no estaba mal, había pesca en el lago y se podía cultivar, pero los insurgentes también atacaron allí meses más tarde”, asegura, así que tocaba volver a escapar, en esta ocasión con su segunda esposa, Bokú Shetima, embarazada. Ambos llegaron a Baroua y se instalaron en los terrenos de un tío suyo, pero Boko Haram parecía pisarle los talones y a principios de noviembre atacaron también este último pueblo. Hace sólo tres meses, ya con la pequeña Yakoura Yandé en brazos, Alhadji y su mujer llegan a N’guanguam donde conviven con otros 10.000 desplazados y de donde sólo esperan no tener que volver a salir corriendo.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOSAri Koutalé llegó hace tres meses a N’guanguam como desplazado y en sólo 40 días ha puesto en marcha un pequeño huerto de donde ya asoman tímidamente las primeras cebollas y patatas. “La tierra es buena, el problema es el agua, no puedo usarla para cultivar cuando la estamos racionando para beber. Si no haría un terreno más grande”, asegura. Koutalé procede de Baroua, una localidad de Níger situada a unos cinco kilómetros del Lago Chad. En octubre sufrieron tres ataques consecutivos de Boko Haram. “Mataron, robaron, quemaron. Todo el pueblo decidió irse, éramos como unas 10.000 personas”, explica Boulame El Hadji Manga, jefe del pueblo. Se han beneficiado del reparto de mijo, azúcar y otros alimentos, así como de la construcción de letrinas por parte de MSF y otras organizaciones. La gente de Baroua añora volver junto al Lago porque “aquí es más difícil cultivar y allí tenemos también la pesca en cuanto se den las condiciones de seguridad”. De momento, pescar está prohibido.SYLVAIN CHERKAOUI / COSMOS