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Feminicidios
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cambiar las narrativas para abordar eficazmente los feminicidios

En los dos nuevos casos de mujeres que murieron en Bogotá a manos de sus exparejas, el foco estuvo por momentos sobre ellas: qué pudieron o debieron hacer, cuando la verdadera cuestión es qué tendrían que hacer las instituciones para dejar de llegar tarde

Feminicidio Stefanny Barranco
Una fotografía de Stefanny Barranco en el hogar de su familia, en Malambo (Colombia), el 3 de junio.CARLOS PARRA RIOS

Stefanny Barranco Oquendo y Natalia Vásquez Amaya fueron víctimas de feminicidio el 29 y 30 de mayo en la ciudad de Bogotá. Stefanny fue asesinada por su expareja a puñaladas en el Centro Comercial Santafé, en el local Imusa donde ella trabajaba. Natalia, también a puñaladas y también a manos de su expareja, en la casa donde ella vivía con su papá y hermano. Son dos víctimas más de la violencia machista. Dos mujeres menos entre nosotras.

De cómo ocurrieron los hechos, cómo los resaltan algunos medios, las conversaciones que genera entre ciertos grupos de la ciudadanía y la narrativa utilizada por ciertos líderes, llego a dos conclusiones. La primera es que, a pesar de ciertos avances, seguimos sin saber por dónde empezar a prevenir, a reducir la tasa de feminicidios, más allá de la pura reacción ante cada crimen. La segunda es que las narrativas más visibles, a las que damos más atención, nos desvían de las soluciones más pertinentes o de entender mejor el problema. Nos llevan a hacernos las preguntas equivocadas y nos alejan de las respuestas necesarias. Y me temo que la segunda condiciona la primera.

Veamos el caso de Natalia. Ella estaba cobijada bajo medidas de protección, e incluso estuvo alojada en dos casas refugio. Estos son espacios que ofrece el gobierno local a mujeres víctimas de violencia de género y que están en riesgo de feminicidio. Estuvo en dos casas porque el agresor había dado con la ubicación de una de ellas y fue a buscarla en varias ocasiones. Por eso la reubicaron. Y, de acuerdo con su tío, ella salió de la última casa refugio presuntamente por cumplir con unas obligaciones laborales. Entonces radicó una carta, avisó que se iba a una casa familiar y las funcionarias de la casa refugio informaron de lo sucedido a la comisaría de familia encargada de hacerle seguimiento.

Al conocerse su asesinato, varios medios de comunicación centraron la noticia en preguntar por qué había abandonado la casa refugio. Es decir, estamos dejando a Natalia en el centro del escenario bajo una luz intensa, como de interrogatorio: ¿por qué te fuiste de la casa refugio? Pero, ¿qué tal si mejor nos preguntamos por qué su agresor dio con la ubicación de la primera casa refugio? La secretaria de la Mujer, en una de las entrevistas, dijo que aunque Natalia sabía que corría riesgo al abandonar la casa refugio, de ninguna manera era su culpa. Yo hubiera preferido que la secretaria, al salir en tantos medios, reflexionara más bien sobre la locura que es que, para que no maten a las mujeres, tengamos que alejarlas de su cotidianidad. Esconderlas. Que, por supuesto, son medidas urgentes que toca implementar, pero idealmente para lograr un tránsito a un contexto en el que dejen de hacer falta. ¿Está eso sucediendo? Y si no, ¿por qué? Son las preguntas que deberíamos hacernos como sociedad.

Otra narrativa que salta cuando hay feminicidios es la solicitud de denuncia. “Por favor denuncien” o, incluso en un tono más acusatorio, “es que no denuncian”. En el caso de Stefanny, se ha confirmado que ella no tenía medidas de protección y, aunque el padre de la víctima afirma que sí había una denuncia, desde la Alcaldía de Bogotá, el Comando Púrpura, las Comisarías de Familia y la Secretaría de la Mujer señalaron que no hay registro de denuncias. Ni siquiera en Medicina Legal hay un registro bajo su nombre con riesgo identificado de feminicidio.

“Stefanny, ¿por qué no denunciaste?”, pueden pensar muchas personas al leer las noticias y escuchar las declaraciones de ciertas autoridades, nuevamente situando ese foco de luz en las mujeres. Pero lamentablemente, esto no es tan fácil como parece. Hace poco me encontré con un trino de una mujer que cuenta su experiencia instaurando una denuncia por violencia psicológica contra su pareja en una comisaría de familia y otras muchas mujeres le contestan contando su experiencia: les piden llevar en persona las notificaciones a sus agresores porque no saben cómo ubicarlos, les han dicho que como no hubo otro hecho violento no pueden seguir con el trámite, o reciben respuestas como “¿qué hiciste para que él se pusiera así?”, “esa peleíta se resuelve en la cama”, “tú puedes controlar la situación”, “¿él le ha dicho expresamente que la va a agredir?”, “no fue para tanto”. O el caso de Lina Gamboa, quien fue agredida gravemente en el cuello por un inquilino obsesionado con ella (“si tú no eres para mí, no eres para nadie”). Ella inició una denuncia judicial y después de cinco meses el agresor sigue libre. Además, la imputación fue por lesiones personales, y no por intento de feminicidio, dado que el médico forense consideró que las heridas no comprometían la integridad de su vida.

Claro que hay que denunciar, pero este proceso no puede ser un camino de ofensas, revictimización, banalización, desesperanza y desconfianza para las mujeres. Volquemos ese foco de luz hacia las instituciones encargadas de impartir seguridad y justicia y preguntémonos más bien cómo hacer para que haya confianza en el sistema de justicia, cómo volverlo más eficaz, cómo lograr personal capacitado para que no hagan sentir ridículas o locas a las mujeres que denuncian violencia psicológica, si debemos examinar los criterios de los exámenes médicos, y cómo dejar de ser reactivos y solo perseguir al feminicida cuando ya cometió su asesinato. Y lo más importante: cómo dejar de llegar tarde.

Otro foco de luz que encandila a las mujeres con cada homicidio es la narrativa de: “es que les gustan los hombres violentos”. Claro, es que el sueño de toda mujer es un hombre violento. Los escogemos sabiendo que son violentos desde antes. ¡Por supuesto que no! Esa violencia ejercida por estos agresores es responsabilidad de ellos. No es de Natalia ni de Stefanny ni de las miles de mujeres víctimas de violencia de género. Además, los hombres no vienen con un semáforo en la frente que está verde cuando no van a ser violentos y rojo cuando lo serán. Por desgracia, la violencia de género es un fenómeno demasiado complejo como para parametrizarlo en algo que se puede conocer desde antes, y atribuirlo a la mujer que elige.

También es demasiado complejo como para usarlo como fin político tras simplificarlo, como hizo el presidente. Hace algunos días, en una ceremonia de ascensos, Petro relacionó el feminicidio de Stefanny Barranco con la aprobación de la construcción de la Avenida Longitudinal de Occidente (ALO) en lugar de la construcción de la Ciudadela Educativa de Suba. Dio a entender que la falta de acceso a la educación puede propiciar actos violentos como el feminicidio (“el hombre sin educación retorna a la fuerza bruta”). La manera obvia de responder al presidente es que la relación entre educación y violencia es muchísimo menos lineal que una correlación inversa entre cupos educativos y feminicidios. Y que, por supuesto también hay hombres con título universitario, maestría y doctorado que son agresores. Pero, a la vez y volviendo a las narrativas, el presidente no debería usar nuestras vidas para un fin político suyo. Porque sabemos que su verdadero interés en esas declaraciones es criticar la ALO, no la defensa de nuestras vidas.

Los feminicidios no son hechos aislados, como pretendía el comunicado del centro comercial Santa Fé. Para el año 2023, de acuerdo con la fundación Pares, se registraron al menos 630 feminicidios en el país. España, país de tamaño similar a Colombia, tuvo 52. Menos de una décima parte. La Defensoría del Pueblo atiende un promedio diario de cinco mujeres víctimas de violencia de género y el año pasado atendieron casi 400 casos de tentativa de feminicidio. Por eso no podemos seguir permitiendo que los discursos desvirtúen la verdadera dimensión del problema, o que se siga culpabilizando a las mujeres. No olvidemos que muchas veces las narrativas condicionan las políticas.

Nuestra victoria como sociedad no puede ser la captura, el suicidio o el linchamiento del agresor cuando ya cometió el feminicidio. Tampoco una mujer viva, pero escondida y con miedo. Lo más cercano a una victoria sería, al menos por ahora, enfocar las luces a las medidas, las instituciones, los líderes, los medios, a nosotros mismos. En definitiva, hacer que las narrativas en torno a la violencia machista funcionen para inspeccionar lo que hacemos, y que eso nos ayude a diseñar mejores políticas contra ella.

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