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Brasil
Columna
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¿Por qué los pobres votan cada vez más a la derecha en Brasil?

Si una vez los ídolos de los más pobres eran los revolucionarios de la izquierda, hoy las agujas de ese reloj político parecen estar cambiando

Un hombre muestra su certificado de votación durante las elecciones municipales brasileñas, el 6 de octubre en Iranduba, Estado del Amazonas.
Un hombre muestra su certificado de votación durante las elecciones municipales brasileñas, el 6 de octubre en Iranduba, Estado del Amazonas.Raphael Alves (EFE)
Juan Arias

Entre los cambios de época que agitan al planeta, y no solo debido a la inteligencia artificial, se va abriendo camino la preferencia de los pobres por las políticas de derecha más que por la izquierda. Un día fue lo contrario. Los desheredados, los que debían contentarse con las sobras de los platos de los ricos, votaban esperanzados en la izquierda y sus revoluciones.

Esa preferencia de los pobres por los caminos de las nuevas derechas ha quedado, por ejemplo, confirmada en las importantes elecciones municipales que acaban de celebrarse en Brasil, donde sigue firme la pelea entre la izquierda de Lula y la derecha de Bolsonaro.

Si una vez los ídolos de los más pobres eran los revolucionarios de la izquierda, a nivel nacional o local, hoy las agujas de ese reloj político parecen estar cambiando, y quienes ofrecen confianza a los más desasistidos son los líderes de la derecha y hasta de la extrema derecha.

El test realizado en Brasil en las elecciones municipales ha sido elocuente. La izquierda ha perdido prácticamente las grandes ciudades donde se ha ensanchado la búsqueda por candidatos conservadores capaces de ofrecer lo que antaño les ofrecía la izquierda.

Lo entendieron muy bien los dos líderes antagónicos del izquierdista Lula y del derechista Bolsonaro, que volvieron a enfrentarse en las urnas esta vez a la conquista de las ciudades. Ambos líderes se revelaron prudentes a sabiendas de que las arenas movedizas de las ideologías están cambiando y estuvieron casi al margen de la contienda con la vista puesta en las presidenciales del 2026, en las que sí habrá de nuevo un enfrentamiento entre izquierdas y derechas. Y ello con una variante: que la izquierda llegará debilitada ante una derecha que intenta desintoxicarse de los extremismos y que ha entendido que la masa de pobres, que en Brasil son la gran mayoría, busca —más que ideologías— políticas concretas que les resuelvan sus problemas cotidianos.

Los pobres que un día se entusiasmaban con las consignas de una izquierda revolucionaria que les ofrecía el paraíso hoy se han vuelto más pragmáticos. No quieren ya hacer parte de los ejércitos de trabajadores bajo los clásicos patronos del pasado y las ayudas de los sindicatos. Quieren ser ellos también pequeños emprendedores, a la búsqueda de una independencia económica o ideológica.

El carismático, agudo político y exsindicalista Lula lo ha entendido y ha estado poco visible en las elecciones municipales, al igual que su contrincante derechista Bolsonaro. Todo ello puede llevar a una sorpresa en las presidenciales, donde ya no será probablemente un duelo de ideologías sino algo más pragmático y que ofrezca a la opinión pública respeto por los nuevos caminos por los que parece querer moverse la política tras la crisis de las ideologías.

Lula lo ha entendido y sabe que, si intenta disputar de nuevo la presidencia en 2026 a pesar de su edad, tendrá que irse acercando, como ya ha empezado a hacerlo, a los partidos no solo de centro sino hasta de una derecha más civilizada, para poder gobernar con un Congreso abiertamente conservador. Y a su vez, el fogoso y golpista Bolsonaro que, a pesar de estar inhabilitado para postularse a un cargo público hasta 2030, sigue siendo el centro de una nueva derecha menos catastrofista políticamente y más abierta a las exigencias de los jóvenes que empujan para abrir caminos nuevos incluso dentro de la derecha, o quizás más pragmática y menos ideologizada.

El resultado en la segunda vuelta de las elecciones municipales en São Paulo, la mayor y más rica ciudad de América Latina, donde se enfrentarán la izquierda lulista y la derecha bolsonarista, son ya un ejemplo y anticipación de cómo están cambiando las coordenadas políticas en Brasil. Curiosamente, en la importante votación de São Paulo, en la que se enfrentarán derecha e izquierda, tanto Lula como Bolsonaro han estado al margen, a la espera del resultado, sin llegar a hacer una guerra.

Ambos líderes, que aún seguirán acaparando la atención en la política por algún tiempo, han entendido que al país, más que la ideología clásica de izquierdas y derechas, le interesa abrirse caminos nuevos para enfrentar los desafíos del planeta. Ello explica que ambos hayan estado —o así ha parecido— ausentes en la pelea de las elecciones municipales, que han acabado apostando por los candidatos que se han destacado en políticas concretas de los problemas cotidianos que acechan cada día a los trabajadores, sobre todo en las ciudades más marginales y desatendidas.

El peligro es que ese afán por apoyar a los líderes pragmáticos pueda reforzar a personajes nuevos que vuelven a prometer, como en el pasado la izquierda revolucionaria, nuevos paraísos de riqueza fácil al margen de la misma política. El “roba pero hace”, con el que los brasileños perdonaban los pecados de los políticos que hacían obras sin mirar su ideología o su ética, podría repetirse hoy, aunque bajo nuevos ropajes en la desarticulación de los antiguos esquemas ideológicos.

Todo ello junto al miedo que acucia al momento actual, donde se mezclan los peligros de las nuevas contiendas bélicas con el resurgir de nuevas ideologías que evocan el texto evangélico de los “lobos disfrazados de ovejas”.

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