Las colecciones permanentes se mueven
Los principales centros españoles reordenan sus fondos y proponen nuevos relatos a partir de sus obras. A veces, con resultado polémico, como en el caso del Reina Sofía, acusado de elaborar un discurso propagandista al servicio del poder
Las colecciones permanentes de los museos españoles han dejado de ser inventarios inamovibles de supuestas obras maestras. Desde hace meses, los principales centros sacan partido a las obras de sus fondos y elaboran nuevos relatos que rompen con una concepción estática y refractaria a toda interpretación. Tras el confinamiento de 2020, el Museo del Prado reabrió sus salas con Reencuentro, nuevo recorrido bañado en la luz natural de la Galería Central que supuso la reubicación de 190 obras y evocó la museografía existente cuando se inauguró. En paralelo, exposiciones temporales como Invitadas o Tornaviaje han propuesto nuevas lecturas de la colección del museo, centradas en la cuestión de las artistas mujeres o en el arte producido en los virreinatos americanos. También en Madrid, el Museo Thyssen-Bornemisza acaba de inaugurar las salas de la colección Carmen Cervera, que acogen 180 obras de las más de 300 que incluye su sonado acuerdo con el Estado. En Barcelona, el Macba ha anunciado una reorganización integral de su permanente, que pasará a ser temática y no cronológica. Mientras tanto, el MNAC renovó hace unos meses su itinerario expositivo y amplió los espacios dedicados al arte producido durante la Guerra Civil.
De todas ellas, la reordenación más controvertida ha sido la del Museo Reina Sofía. El nuevo recorrido, titulado Vasos comunicantes, propone una relectura integral (y criticable en ciertos aspectos) de su colección a través de 2.000 obras, de las cuales el 70% son inéditas, e incorpora asuntos como el género, la ecología o el colonialismo. Su gesto más iconoclasta ha consistido en incluir las obras creadas durante el 15-M o para las manifestaciones feministas y trans de los últimos años. En plena guerra cultural, el resultado ha sido explosivo. El historiador del arte Manuel Ruiz Zamora lo tildó de “indisimulado relato propagandista que supedita la autonomía y la libertad de las obras de arte” en beneficio de “la terminología guerracivilista” y “los sempiternos dogmas del marxismo”. El escritor Andrés Trapiello acusó en una tribuna a su director, Manuel Borja-Villel, de ser “un vivales” al servicio “de la política de una camarilla”. Por su parte, el periodista Francisco Marhuenda escribió que la exposición era “propia de un parvulario” y que el museo se había convertido en “un apéndice al servicio de la política gubernamental”. En 2019, Félix de Azúa ya había acusado al Reina Sofía de haberse transformado en “una plataforma de Podemos”, mientras que La Razón lo culpó de actuar como “una sucursal de La Moncloa”.
¿Son comparables el ‘Guernica’ y una pancarta del 15-M? “Son obras políticas en el espacio público. Lo raro era no haberlas comparado hasta ahora”, defiende Manuel Borja-Villel
Borja-Villel se defendía esta semana de esas críticas. “Hay quien sigue creyendo que los museos deben ser un panteón intocable de grandes artistas, y eso ya no es así”, opina el director del Reina Sofía, que cree que se está produciendo un cambio de paradigma. “Una colección permanente ya no es un canon de hombres ilustres, un escaparate de tendencias o un conjunto de verdades labradas en piedra”. ¿Son comparables, pese a todo, el Guernica y una pancarta del 15-M? “Son obras políticas en el espacio público que hablan de la paz y generan comunidad. Lo raro era no haberlas comparado hasta ahora”, rebate Borja-Villel. “En esta reordenación no ha habido provocación, sino libertad de cátedra, que es algo que debería estar garantizado en un museo. Bienvenido sea el debate, pero hay argumentos que no valen. La ultraderecha ataca cualquier cosa que tenga que ver con el feminismo y los derechos LGTBIQ. Hay críticas que empiezan diciendo que sus autores ni siquiera han venido al Reina Sofía”.
En Móstoles, el Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M) inauguró en otoño una reordenación de su permanente, Dialecto, que reunía cuatro centenares de obras de 250 artistas, extraídas de las colecciones de la Comunidad de Madrid y de la Fundación Arco. En las cartelas aparecía algún dato novedoso, como su precio de adquisición, que rompía con la tradicional opacidad que ha distinguido a los museos. “Hace tiempo que las obras de una colección han dejado de ser objetos para convertirse en sujetos. Hay que entender que una colección está viva. No es un conjunto de obras del pasado que se congelan y se dan a la contemplación”, opina el director del CA2M, Manuel Segade. “El museo ya no es un templo prístino, desprovisto de opinión. En el caso del Reina Sofía, me parece apasionante que cada generación y cada equipo directivo tengan la capacidad de generar relatos distintos a partir de una misma colección. Para eso sirve una institución democrática. Tal vez estemos un poco oxidados, porque en España no ha habido mucha costumbre de hacer eso”.
“Hay que entender que una colección está viva. No es un conjunto de obras del pasado que se congelan y se dan a la contemplación”, dice Manuel Segade (CA2M)
El carácter mutante de cualquier colección permanente es una idea bastante asumida en los museos de otras latitudes, igual que el cariz inevitablemente ideológico de lo que el visitante se encuentra en sus salas. Su supuesta neutralidad parece una idea desfasada en la museografía de las últimas dos décadas. Abundan los ejemplos. En 2017, la Tate Britain colgó una bandera arcoíris de su fachada durante una muestra dedicada a los artistas queer de su colección. En 2019, el MoMA reorganizó su permanente para “dejar atrás la idea del museo como registro inmóvil”, en palabras de su director, Glenn D. Lowry. Favoreció a artistas de colectivos infrarrepresentados —la afroamericana Faith Ringgold al lado de Las señoritas de Aviñón— y propuso una rotación del 30% de las obras cada seis meses. En París, el Centro Pompidou inició en el último cambio de milenio una serie de relecturas temáticas de sus fondos que concluyó en 2009 con una muestra, no desprovista de polémica, que cedía a las mujeres una de las dos plantas de su colección.
En España, las permanentes nunca han sido totalmente inertes, aunque los cambios hayan sido algo más discretos. Con todo, hay excepciones como el IVAM (Valencia), el CAAC (Sevilla) o Artium (Vitoria), que han dado abundante movimiento a sus salas. Este último, dedicado al arte vasco contemporáneo, inauguró justo antes de la pandemia una reordenación completa. Desde su apertura en 2002, proponía cambios en su permanente de forma anual o bianual. “Pensar que una colección es un ente autónomo que no forma parte de los debates de actualidad es desafortunado”, afirma su directora, Beatriz Herráez. “Los museos son espacios para la transformación. Eso requiere que sean capaces de elaborar relatos y líneas de investigación que reflejen la pluralidad de la sociedad del presente. Cualquier institución dedicada a la conservación del patrimonio tiene que volcarse también en la construcción de la narración histórica, o en su deconstrucción”. Aun así, a Herráez le parece comprensible que eso genere críticas. “Las resistencias existen y siempre van a existir. Hay formas de hacer que resultan incómodas porque evidencian los vacíos de los relatos consensuados hasta ahora, que eran únicos e incontestables. Y eso se ve muy bien en las colecciones”. Son permanentes. Y, sin embargo, se mueven.
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