Lara Moreno, en las calles de la amargura
La escritora andaluza cuenta con vigoroso talento narrativo en su tercera novela el drama de tres mujeres, tres existencias quebradas por los abusos
Han pasado nueve años desde que Lara Moreno (Sevilla, 1978) debutó como novelista después de haber transitado por la narrativa breve y la poesía, a la que se ha mantenido fiel con una constancia que refleja el volumen Tempestad en víspera de viernes (2020), donde recoge sus tres libros publicados (La herida costumbre, 2008; Después de la apnea, 2013, y Tuve una jaula, 2019) junto a algunos poemas posteriores. Como narradora, se aventuró en el camino de la novela con el bagaje de dos libros de cuentos (Casi todas las tijeras, 2004; Cuatro veces fuego, 2008) que no pasaron inadvertidos, en particular el segundo. En ellos se definía tanto una tendencia a la prosa proliferante con brotes líricos como un repertorio temático enraizado en la experiencia y emociones cotidianas.
Ambas propensiones vinieron a confirmarse en su primera novela, Por si se va la luz (2013), una inmersión en los mundos interiores de una pareja, un ecólogo y una artista, que ponen en práctica, por así decir, el menosprecio de corte y alabanza de aldea, lo que le valió que se la integrara en la corriente neorruralista que ese mismo año ponía de moda Intemperie, de Jesús Carrasco. Y aunque el cambio climático sea la causa eficiente del retiro de los urbanitas, el objeto del relato lo constituye el escrutinio de la conducta y sentimientos de los protagonistas dentro de una microcomunidad humana. Algo semejante se propuso en Piel de lobo (2019), donde el aislamiento se aplica a dos hermanas que, tras una separación y la muerte del padre, se reúnen en la casa de este para ir desvelando paulatinamente hasta qué punto la familia se sostenía en unos cimientos infirmes y traumáticos.
Esta tercera novela, La ciudad, es a la vez una prosecución coherente y un rebasamiento de las dos anteriores, e incluso diría que guarda no pocos puntos en común con el ensayo Deshabitar. Un recorrido vital por las habitaciones de la crisis inmobiliaria, que Moreno publicó en 2020 sobre el problema de la vivienda. Sigue prevaleciendo en ella la exploración de los estados mentales (los miedos y deseos, las contradicciones, bloqueos y autoengaños) y la interacción subjetiva de los personajes. Pero frente al vínculo conyugal o familiar de las novelas anteriores, aquí el eje novelesco gira en torno a tres mujeres sin relación entre sí, cuyas historias se van desenvolviendo con una gradualidad muy bien medida para converger en un mismo espacio: un edificio de la plaza de la Paja en Madrid donde viven o trabajan (el ensayo citado dedica un capítulo a ese enclave del barrio de La Latina). Las tres son existencias quebradas: las de Damaris y Horía, ambas madres, porque tuvieron que abandonar su pueblo y su familia en Colombia y Marruecos respectivamente; la de Oliva porque está presa en una telaraña de maltrato psicológico que podría romper pero le falta la voluntad de hacerlo. Las tres sufren distintas formas de abuso, las tres son víctimas de situaciones opresivas y de personas que las menoscaban y explotan (los padres de los gemelos para los que trabaja Damaris, el matrimonio de ancianos que se aprovecha de Horía, el narcisista Max que empuja a Oliva al desequilibrio y las autolesiones). Las tres conviven con la extenuación y la angustia y Lara Moreno lo cuenta con solvencia y verosimilitud.
Los relatos de las tres mujeres se yuxtaponen sin llegar a conformar una única trama. Ellas no se conocen, no interactúan, cada una purga su desventura en su mónada de intimidad. El retrato que ofrece la autora de las inmigrantes latinoamericanas y magrebíes a través de Damaris y Horía no es una denuncia (Moreno no cae en un realismo social mesiánico), pero sí un testimonio de la desproporción entre el sacrificio y recompensa de las más frágiles, entre lo mucho que pierden y lo poco que obtienen. Damaris lleva 10 años en España, adonde llegó tras sobrevivir a un terremoto en una zona de Armenia, tiene 50 años, comparte un minipiso y está enferma, pero ni siquiera se molesta en visitar al médico. Horía vive en el cuchitril de una portería después de la temporada de la fresa en Huelva, apenas habla español y pasa las horas anhelando noticias de su pequeño Aziz, que ha escapado de la aldea para cruzar el Estrecho. Las dos operan como reflejos de la inmigración más precaria, especialmente inclemente con las mujeres, y por eso cabe suponer que Lara Moreno no renuncia a ejercer su derecho al compromiso testimonial, sin la ingenuidad de creer que desde la literatura se pueden enmendar los males e injusticias sociales.
Frente a las adversidades socioeconómicas que representan Damaris y Horía, la que acarrea Oliva apunta a una dolencia psicosocial (si no psicopatológica): la violencia de género, física o no. Esta historia, la de Oliva y Max, es acaso la más perturbadora de las tres y no en sí misma, sino gracias a la construcción sutilísima del deterioro incesante de la pareja, al cuidado con que se registra la progresiva mutilación de la voluntad de Oliva y su desasosegante irresolución. En la fábula de terror de Oliva, la autora profundiza en zonas tenebrosas de nuestra conciencia, en las dinámicas tóxicas que puede engendrar una relación sentimental, en la falsa ambigüedad de la culpa y el perdón, en la ceguera voluntaria y las mordazas autoimpuestas. Y consigue transmitir la desesperación de quien siente que le han expropiado su vida, lo que vale tanto para Oliva como para Damaris y Horía. La ciudad ratifica con creces el vigoroso talento narrativo de Lara Moreno.
La ciudad
Autora: Lara Moreno.
Editorial: Lumen, 2022.
Formato: tapa blanda (328 páginas, 17,95 euros) y e-book (8,54 euros). A la venta el 1 de septiembre.
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