Los secretos que esconde la biblioteca de Rosalía
Editoriales, fans y tuiteros escrutan los libros que aparecen en las redes sociales de la cantante, convertida en gurú literaria. Sus autores predilectos, de Simone Weil a Ocean Vuong, dibujan un imaginario que también influye en su música
En septiembre, Rosalía rompió un silencio de semanas con un photo dump de final de verano. Una pila de libros boca abajo en la segunda foto activó un mecanismo ya habitual. Editoriales, fans y tuiteros presuntamente en paro se lanzaron a averiguar qué títulos leía la artista del Baix Llobregat. Camille Paglia y Charles Bukowski salieron enseguida. Un volumen fino de Acantilado generó más dudas: ¿Confesión, de Tolstói? ¿Hombres fatales, de Elisenda Julibert? La diseminación de sutiles pistas virtuales es fundamental en el universo comunicativo de Rosalía, y sus seguidores no necesitan ningún pretexto para sumarse al juego. Para quienes disfrutan hurgando en el zeitgeist en busca de influencias, corrientes y potenciales asociaciones, la incorporación de libros a sus publicaciones ha abierto un portal de bucles infinitos.
Ocean Vuong, poeta vietnamita criado en Estados Unidos, fue de los primeros en asomar en el portal. Era agosto de 2022 y Rosalía se encontraba de gira en Chile cuando mostró en una publicación la contraportada de un libro amarillo. Tras utilizar un ojo de pez para calcular el grosor del volumen, la propia editorial —Anagrama— concluyó que era En la Tierra somos fugazmente grandiosos, la primera novela de Vuong. La cantante despejó dudas poco después al definirlo como su escritor “favorito del mundo mundial”. También lo citó en su entrevista con Penélope Cruz en Vogue: “Las normas son como las calles, solo te pueden llevar a sitios conocidos”.
Como Rosalía, Vuong tiende a deconstruir el lenguaje. Su método es el de los cabalistas medievales, místicos judíos que creían que la Torá precedía a la creación, y que aislar y reordenar las sílabas del libro era una manera de intuir el mensaje indirecto, evasivo y caprichoso de Dios. Escrita en inglés, en segunda persona del singular, En la Tierra… es una carta a su madre, una inmigrante vietnamita que se mata a trabajar en un suburbio paupérrimo de Connecticut y que nunca aprendió a leer. Vuong reconstruye las guerras —íntimas y literales— de madre y abuela, a la vez que su despertar sexual y sentimental con Trevor, un adolescente blanco que vive en una caravana y que lucha su propia guerra contra el fentanilo. Más que usar el lenguaje como herramienta, Vuong busca respuestas dentro de él. Observa la composición de las palabras, juega con dobles significados, extrae sílabas para crear conceptos nuevos. Entiende que “los nombres no son sino espejismos” que transforman aquello que nombran, igual que se transforman unos en otros los animales que aparecen en el libro. Arces heridos en la carretera, macacos cuyo cerebro es devorado en un ritual vietnamita de fertilidad. Mariposas monarcas de color ocre y rojo que “se expanden por el aire blanco como un chorro de sangre”.
La mariposa como símbolo de metamorfosis es la insignia de Motomami, el álbum donde Rosalía descompone tanto el lenguaje como los géneros musicales que lo componen. (En la canción ‘Saoko’: “Una mariposa. / Yo me transformo”). No es difícil intuir por qué Vuong le resulta inspirador. Creador superdotado de imágenes y estados de ánimo, Vuong moldeó sus calles: inventó un género propio, y solo tras asumir ese riesgo creativo devino un fenómeno superventas traducido a 27 idiomas. (‘Bizcochito’: “No basé mi carrera en tener hits. / Tengo hits porque yo senté las bases”). Como la cantante, tiene una fijación por lo cambiante y efímero, lo que brilla con una luz rara cuando está a punto de dejar de ser lo que es, desde los fenómenos naturales hasta la misma fama. “A una flor solo la vemos hacia el final de su vida, cuando acaba de florecer y va camino ya de convertirse en papel de estraza”, reflexiona Vuong. (‘Sakura’: “Flor de sakura. / Flor de sakura. / Ser una popstar nunca te dura”).
Su álbum ‘El mal querer’ estaba inspirado en ‘Flamenca’, un román prohibido del siglo XIII que pasó a ser número 1 de venta en Amazon
El asunto Vuong afianzó la faceta de prescriptora literaria de Rosalía. La había estrenado años atrás, al revelar que su álbum El mal querer estaba inspirado en Flamenca, un román prohibido del siglo XIII que pasó a ser número 1 de venta en Amazon. Agua y jabón (Anagrama), el ensayo sobre elegancia involuntaria de Marta D. Riezu, es otro éxito sui generis que apareció el verano pasado en su Instagram. Inicialmente publicado por la editorial independiente Terranova, el libro agotó existencias de la noche a la mañana y se convirtió en objeto de coleccionista. No llegó al gran público, ni a la biblioteca de Rosalía, hasta que Anagrama lo reeditó en versión de bolsillo y alargó su vida de fenómeno de ventas persistente.
El ensayo es fragmentario, un catálogo de observaciones y preferencias que trata de dar forma a la idea que tiene Riezu de elegancia: un concepto huidizo que relaciona con “la alegría discreta, el gesto generoso, lo que prefiere pasar desapercibido y huye del mercadeo y el ruido”. En personas, objetos y actitudes prioriza lo sólido y discreto frente a la imitación cutre y precipitada; puede leerse como un manifiesto anti-Ikea. (‘Con altura’: “Esto es pa que quede. / Lo que yo hago dura”). El criterio de Riezu es personal, subjetivo y arbitrario; aprueba o descarta de manera categórica. Hay que cuidar aquello en lo que nadie se fija —”una entretela bien meditada, un código programado con pulcritud, un bajorrelieve escondido”— porque “Dios lo ve”. El quadern gris, de Josep Pla, es “un libro perfecto”. El objeto mingei japonés, el summum de la honestidad. “Me parece elegante el dinero en efectivo”, afirma en una oda contraintuitiva al billete manoseado. “Me fascina el diseño de los billetes, su tacto cuando ya llevan tiempo dando vueltas, su poder alegórico: a cambio de un papel obtengo un deseo”. (‘Chicken Teriyaki’: “En Nueva York visitando a mi joyero. / Solo quiere cash, yo le doy mi dinero. / Un billete, dos billetes. / Una tienda de billetes”).
Lo que trata de definir Riezu es una amalgama de cosas que aportan valor y solidez al mundo y contrarrestan su mezquindad. Si sus críticos la califican de reaccionaria, es por su preferencia manifiesta por valores y actitudes de toda la vida. (Una “formación espiritual” que no se aprende “ni en un perfil de Instagram ni leyendo entrevistas a Byung-Chul Han”). Alaba el esfuerzo humilde y el talento generoso; también “la rutina, el cobijo de la estabilidad, el equilibrio” que obtuvo en su infancia gracias a “una familia que sabía que solo contaba con el esfuerzo, y quizá con algo de suerte”. (‘Bulerías’: “Yo no tuve que hacer / nada que me arrepienta ni de que yo lamente ahora / para mantenerme en pie. / Yo me maté 24-7. / Eso es lo que tuve que hacer”).
“Si la elegancia les suena demasiado pretenciosa, piensen en la gracia”, indica Riezu en la introducción. “Es más viva y menos solemne, y también tiene carácter e integridad”. La gracia como salvación, como contrapeso a lo grave y lo abyecto que hay en el mundo y en cada uno de nosotros; la gracia como única forma de escapar a la fuerza de la gravedad, la ley central del universo. Esos conceptos son los que maneja la filósofa francesa Simone Weil en su libro más conocido, publicado en 1947 y que se compone de las anotaciones dispersas que dejó en sus cuadernos antes de morir prematuramente. Aunque la espiritualidad de Rosalía no es ningún secreto (‘Hentai’: “Lo segundo es chingarte. / Lo primero es Dios”), la aparición de La gravedad y la gracia (Trotta) en su Instagram causó un discreto revuelo en la intersección entre fans de la música pop y la filosofía cristiana.
Weil, judía que abrazó el cristianismo, trató de vivir acorde a su pensamiento complejo y cambiante. Se enroló en una cadena de montaje para comprender la aflicción espiritual del trabajador de fábrica. Pese a sufrir jaquecas terribles, pasó sus últimos días en la Francia ocupada trabajando en el campo, en condiciones análogas a las de los campesinos más curtidos. Ya en el exilio, ingresada en el hospital, se negó a ingerir más calorías diarias que las que consumían los miembros de la resistencia francesa (lo que sin duda aceleró su muerte). Un repaso a sus intuiciones filosóficas hace inteligible esa vida de santa medieval. La filosofía no debía ser una paja abstracta y autorreferencial, sino algo que pudiera concretarse en la vida de las personas. La primera revolución debía ser la espiritual, la que lidere cada individuo en su fuero interno.
Hay un momento de En la Tierra somos fugazmente grandiosos en que Ocean Vuong cita a Weil. Es la primera vez que el narrador practica sexo anal, en el suelo de un granero: “el gozo perfecto excluye hasta el sentimiento mismo de gozo, porque en el alma colmada por el objeto no queda rincón alguno para decir yo”. (‘Hentai’: “So, so, so, so, so, so good”). Vuong equipara el “gozo perfecto” de la comunión sexual a la renuncia íntegra del yo que Weil cree necesaria para acceder a la gracia, la única excepción a la ley brutal de la gravedad que rige la vida en la Tierra. La salvación requiere una aceptación del vacío, “suspender en uno mismo el trabajo de la imaginación que tiende perpetuamente a tapar las fisuras por donde pasaría la gracia”: vaciarse de uno mismo para convertirse en un recipiente de la gracia divina. (‘CUUUUuuuuuute’: “Keep it cute, manito, keep it cute. / Que aquí el mejor artista es Dios).
Por su presencia y manierismos, podría parecer que no existe figura más antagónica a Weil que la crítica de arte y comentarista cultural Camille Paglia. Sin embargo, pese a definirse como atea, Paglia suscribe un respeto por la religión en tanto que inspiradora de grandes obras de arte, y por ser “una lente metafísica a través de la cual podemos observar la inmensidad y la sublimidad del universo”. Una selección de sus artículos bajo el título Feminismo pasado y presente (Turner) fue de los libros que internet identificó en un post de Rosalía de septiembre.
“Leemos a los autores más importantes no porque todo lo que dicen sea la verdad del evangelio, sino porque nos abren la imaginación”, aseguro Camille Paglia en una conferencia en 1991
Definir a Paglia como feminista heterodoxa sería edulcorar el efecto polarizador de una escritora cuya ópera prima, un estudio exhaustivo de la sexualidad en el arte titulado Sexual Personae, fue comparada con el Mein Kampf por parte de las feministas del momento. Paglia, de 76 años, se ganó su fama de polemista estridente allá en las guerras culturales de los setenta y ochenta. A menudo se caricaturiza su cosmovisión atávica y se critica su rechazo al feminismo victimizante de campus; pero su prosa, vigorizante y llena de intuiciones eléctricas, sigue sin tener igual en la literatura del género. “Leemos a los autores más importantes no porque todo lo que dicen sea la verdad del evangelio”, dijo Paglia en la conferencia de 1991 que abre el libro, “sino porque nos abren la imaginación, nos aumentan el cociente intelectual y nos activan células cerebrales que ni siquiera sabíamos que teníamos”. Una afirmación que podría aplicarse a su obra.
Esta conferencia hilarante muestra una Paglia desatada, gesticulante, dispuesta a desenvainar la espada y luchar a muerte en defensa de los dioses paganos. El objeto de su ira es una profesora que en una ponencia se sirvió de revistas contemporáneas para denunciar la opresión de la mujer: una actitud nociva y psicótica y un ultraje imperdonable al altar de lo bello. “La belleza es un valor humano eterno”, apuntilla, “no un truco inventado por un corrillo de publicistas siniestros en una habitación de Madison Avenue”. En su mundo no existe distinción entre alta y baja cultura: los ídolos pop encarnan arquetipos presentes en la literatura y el arte desde el inicio de los tiempos. Las revistas de moda “forman parte de la historia del arte”. Su héroe personal es David Bowie, el artista total de la transformación, el creador andrógino que fluye entre el universal masculino y el femenino sin ser nunca el uno ni el otro. (‘Saoko’: “Make up de drag queen. / Yo me transformo”).
Transitar por el mundo literario de Rosalía —al menos por la pequeña fracción que ha compartido con su público— es empaparse de todo lo sagrado y lo profano que reverbera en su música y universo visual. Transformación, evolución, gracia, Dios; fama, elegancia, sexo, billetes. Piezas del puzle que Rosalía va montando con su música, como un cabalista jugando con las sílabas para encontrar la voz de Dios.
Lista de lecturas
En la Tierra somos fugazmente grandiosos
Ocean Vuong
Traducción de Jesús Zulaika Goicoechea
Anagrama, 2020
232 páginas. 19,90 euros
Flamenca
Anónimo
Traducción, notas y prólogo de Anton M. Espadaler
Roca, 2019
192 páginas. 16 euros
Agua y jabón
Marta D. Riezu
Anagrama, 2022
240 páginas. 12,90 euros
La gravedad y la gracia
Simone Weil
Traducción, notas e introducción de Carlos Ortega
Trotta, 2007
212 páginas. 18 euros
Feminismo pasado y presente
Camille Paglia
Traducción de Gabriela Bustelo
Turner, 2018
96 páginas. 9,90 euros
Sexual Personaje
Camille Paglia
Traducción de Pilar Vazquez Álvarez
Deusto, 2020
864 páginas. 23,95 euros
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