‘Sinfonía corporal’, todos los versos de Fernando Aramburu
Un volumen reúne la obra poética del autor de ‘Patria’ escrita entre 1977 y 1986, caracterizada por una provocación a caballo del dadaísmo y en la estela de André Breton
Fernando Aramburu ha ocupado un lugar casi oculto en el amplio espacio de la poesía española de las últimas décadas pese a asomase tímidamente al mundo literario en 2010 con la antología Yo quisiera llover. Dos son las razones que lo han condicionado: la gran acogida de su obra narrativa, con el fenómeno Patria como momento central, y el acotamiento de su obra poética en un tramo temporal situado en los años ochenta del pasado siglo. A ello se añade la circunstancia de que en el período comprendido entre 1977 y 1986, arco temporal que acoge la casi totalidad de los textos de Sinfonía corporal, su obra lírica reunida, la poesía joven estuvo dominada por la reacción figurativa y neorromántica al culturalismo de los setenta.
La apuesta del jovencísimo Aramburu, empeñado, al final de esa década, en una poética de la provocación, a caballo del dadaísmo, de la estela de André Breton, y promotor del grupo CLOC junto a Álvaro Bermejo y José Félix del Hoyo, poco tenía que ver con el retorno al realismo de los cincuenta a que invitaba la joven poesía que dominaría la nueva década. Sorprende el rigor y la coherencia con que el poeta incorporó esa estética a los seis libros o plaquettes en que divide la poesía reunida. La riqueza del lenguaje, los felices giros con que se instala en el irracionalismo (un irracionalismo no hermético), y la combinación del impulso surrealista con el uso de modos expresivos que vienen del Siglo de Oro, del barroco castellano —más de Góngora que de Lope— y que se desbordan en poemas plenos de significados, de alusiones a la realidad, con algunos más que memorables como ‘Canto encarnado’, alusivo a un atentado terrorista hacia 1980: “Un chirrido de ruedas presagiosas, / y ya la metralleta con sus gárgaras / de ruina irreparable”.
Es una poesía que respira voluntad unitaria, empeño en ahondar en la estética elegida, vanguardista en tiempos de crisis de las vanguardias y llena de iluminaciones, con un trasfondo reflexivo y con una fuerte gravitación existencial no ajena al pensamiento de Albert Camus. Sabemos que tuvo relación con Gabriel Celaya, cuya influencia sin embargo solo podría rastrearse en su primer y surrealista libro, Marea del silencio (1934). Y también sabemos que vivió varios años, como estudiante, en Zaragoza. Curiosamente, en los años de formación de su utillaje poético, un tiempo en el que la memoria de Miguel Labordeta y su heterodoxia surrealista estaban más que presentes en Aragón. No pocos poemas de uno de sus libros, Materiales de derrubio, están fechados en su capital, en 1980. No es descartable una cierta impregnación de ese pulso, que tuvo en el postismo y en las corrientes rupturistas minoritarias de los años sesenta claros antecedentes.
Sinfonía corporal es mucho más que la muestra de la obra literaria de juventud de un narrador de éxito de crítica y lectores. Los seis libros que lo componen muestran una poesía madura que aborda los grandes temas de todos los tiempos: la muerte, el amor, la vida, la memoria infantil, la propia poesía y sus misterios, los años de plomo y sus marcas emocionales. Casi todos los poemas están fechados entre 1977 y 1985. No llegan a la media docena los datados en los años noventa y solo uno en el nuevo siglo (enero de 2005), el que cierra el volumen, ‘Ayer’: “Ayer me di a la sombra, perdonadme”.
Hablamos de un lustro de creación intensiva y de la pervivencia de algunos rescoldos en años posteriores. En los últimos textos del libro se advierte una tendencia al despojamiento, una cierta búsqueda de la esencialidad, como si Aramburu hubiera abordado, de modo consciente, la despedida del género: “Canté, cantó, cantaron / y atrás quedó sin ellos / su voz, mi voz, el fruto / caído por el suelo”. Confiemos en que no sea definitiva.
Sinfonía corporal
Tusquets, 2023
208 páginas, 18 euros
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