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TRIBUNA LIBRE
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Superstición y herejía

La psicología evolutiva investiga el papel del pensamiento mágico en cuanto habilidades adaptativas de la especie humana

'El recién nacido', de Georges de La Tour, en el Museo de Bellas Artes de Rennes.
'El recién nacido', de Georges de La Tour, en el Museo de Bellas Artes de Rennes.Leemage / Corbis / Getty Images
Olivia Muñoz-Rojas

Mi intención era terminar este texto inspirado en El hereje el año pasado con el fin de rendir homenaje a la que fue la última novela de Miguel Delibes en el 25º aniversario de su publicación. Entre tanto, he tenido la oportunidad de ver el documental de ficción L’homme de Pékin. Les derniers secrets de l’humanité (El hombre de Pekín. Últimos secretos de la humanidad), del director francés Jacques Malaterre, una reciente coproducción francochina que narra los últimos hallazgos sobre nuestros ancestros, entre ellos, la importancia del pensamiento supersticioso para nuestra especie. Existe, a mi modo de ver, una fuerte conexión entre las nociones de superstición y herejía. El lugar central que ambas ocupan en la historia de nuestra civilización invita a pensar que se trata de dinámicas de pensamiento y acción profundamente primarias.

Su etimología en las lenguas de nuestro entorno sugiere conceptos originalmente distintos que, con el tiempo, adquirieron algunas connotaciones comunes. Herejía proviene del antiguo griego hairetikós, que quería decir “libre de elegir”. Superstición, del latín super-stare o “permanecer sobre”, tenía para los romanos el sentido figurado de “ser testigo” o “sobrevivir”. Las definiciones que hallamos en el diccionario de la RAE ponen de manifiesto la evolución de ambas palabras dentro de la tradición y pensamiento cristianos. La herejía se convierte en un “error sostenido con pertinacia en relación con una doctrina religiosa”; o, en su segunda acepción, en “sentencia errónea contra los principios ciertos de una ciencia o arte”. La superstición es definida como una “creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón” o como una “fe desmedida o valoración excesiva respecto de algo”. Si el hairetikós era originariamente aquel que elegía su propia manera de vivir y pensar, con la llegada del cristianismo adquiere el significado de alguien que va en contra de las enseñanzas establecidas por la Iglesia. Tanto para los romanos como para los primeros cristianos, el supersticioso era aquel que, por causa de su temor a los dioses, mostraba un celo excesivo en la práctica religiosa, hasta el punto de incurrir en hábitos ilógicos e impropios de la fe establecida. Conceptualmente, si el hereje pone en peligro a la comunidad por sus ideas erróneas y debe ser apartado de ella, el supersticioso tiene un papel más ambiguo: en ocasiones, su celo sirve para reforzarla; en otras, sus creencias extrañas constituyen una amenaza.

Desde hace unos años, la psicología evolutiva investiga el papel de la superstición y el pensamiento mágico en cuanto habilidades adaptativas de la especie humana, resaltando su dimensión gregaria. Tanto para nuestros ancestros como para nosotros en la actualidad el señalamiento y desaprobación de un miembro en particular del grupo es una manera de generar cohesión entre los demás miembros y facilitar el control del grupo. La cinta de Malaterre recoge lo que sucede en el seno de un clan de Homo sapiens cuando la inacción de uno de sus miembros provoca accidentalmente la muerte del jefe del clan durante la caza de un elefante. La nueva jefa traza una relación causal entre la presencia durante la caza del joven en cuestión y la muerte del jefe y determina que el joven ya no debe acompañarlos a cazar. La superstición colectiva, el temor a que algo malo le suceda al grupo por culpa de ese miembro repentinamente maldito, explica que el joven reciba un trato diferente que lo aísla del resto.

En ‘El hereje’, Cipriano Salcedo, junto a otros protestantes, es condenado a arder vivo en la hoguera por afirmar, y no retractarse de ello, que no existe el purgatorio

Decenas de miles de años después de este incidente prehistórico imaginado, la historia de Cipriano Salcedo en el Valladolid del siglo XVI es la de un hombre que descubre en las ideas reformistas su camino espiritual, pagando con su vida el desafío que su fe supone para las leyes de la Iglesia y la Corona española. Cipriano, junto a otros protestantes, es condenado por herejía a arder vivo en la hoguera por afirmar, y no retractarse de ello, que no existe el purgatorio. El macabro a la par que festivo proceso celebrado por la Santa Inquisición, y que Delibes describe con magistral detalle, no sería sino una versión más sofisticada de la exclusión del clan prehistórico del joven miembro señalado por causar la muerte del jefe. Una vez desaparecida la Santa Inquisición, la noción de herejía encuentra su continuidad, tal y como sugiere la RAE, en ámbitos seculares como la ciencia o la política.

Cabe considerar los posibles beneficios evolutivos de nuestro instinto gregario, incluyendo el valor de la condena del que no es, no se comporta o no piensa como el grupo para la cohesión de éste. Al mismo tiempo, no podemos ignorar que, con frecuencia, los saltos evolutivos son el resultado del desafío a los “principios ciertos” que estructuran en cada momento a la comunidad. Pensemos en el instante en que el primer homínido se atrevió a agarrar una rama en llamas, descubriendo así las virtudes del fuego, a pesar de que el clan le había enseñado a huir de aquel como de un depredador. O en las afirmaciones de Giordano Bruno sobre la infinitud del universo que, en su momento, le valieron la hoguera.

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