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Sebastián Piñera
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sebastián Piñera: el fin de una generación

Con la muerte de Piñera, quien bien podría haber sido presidente de Chile por tercera vez, se consagra y normaliza la transición política entre generaciones

El expresidente de Chile Sebastián Pinera durante una visita a Madrid en 2016.
El expresidente de Chile Sebastián Pinera, durante una visita a Madrid, en 2016.Samuel Sánchez

Mucho se ha escrito desde que falleciera, trágicamente en un accidente, el expresidente Sebastián Piñera hace unos días. Sin embargo, hay un aspecto que bien vale la pena visitar, y es el efecto simbólico que esta inesperada muerte ejerció sobre toda una generación política. Simbólicamente, la muerte de Piñera marca el fin de una generación de políticos que ha estado en la primera línea desde 1990 en adelante, tanto en la centroizquierda como en la derecha (partiendo por él mismo, al haber sido elegido senador en 1990). José Miguel Insulza, socialista, varias veces ministro entre 1990 y 2010, ex secretario general de la OEA y en la actualidad senador, lo ilustra muy bien: “Mi generación se empieza a ir con Sebastián Piñera”.

Pero, ¿de qué generación estamos hablando? En lo esencial, se trata de ese vasto grupo de políticos que condujo las riendas del Gobierno y de la oposición durante 20 años, que logró prolongar su vida política bajo el segundo gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) y que hoy, en la práctica, se encuentra fuera de la política activa (exceptuando el caso excepcional de Insulza). Como se puede advertir, la tesis del fin de una generación se aplica con mayor fuerza y exactitud a lo que fuera la Concertación (un conglomerado de paridos de centro e izquierda que gobernó entre 1990 y 2010) y, tras ella, la coalición de centroizquierda Nueva Mayoría (2014-2018, esto es la Concertación ampliadacon ministros del Partido Comunista), y en bastante menor medida a los partidos de derecha. Esta diferencia se explica por el considerable periodo de tiempo que gobernó la centroizquierda: casi un cuarto de siglo, algo incomparable con los ocho años (los dos periodos presidenciales de Sebastián Piñera) en los que gobernó la derecha.

Es importante entender que este largo predominio de una generación que, en términos gruesos, tiene hoy entre 75 y 85 años, constituyó un fenómeno anómalo en perspectiva comparada, al ralentizar o derechamente frenar el recambio generacional. En términos prácticos, salvo excepciones que siempre existen en este tipo de cosas, el largo dominio de la generación que se va (en mi opinión, que se fue) produjo un efecto nefasto: bloquear la irrupción de una nueva generación, la que fue rápidamente calificada -con un dejo de razón- como la generación perdida.

Es cierto que la presidenta Bachelet generó condiciones para que se impusiera el recambio generacional durante su segundo mandato, al nombrar como jefe de gabinete a un muchacho de 41 años (Rodrigo Peñailillo): su salida un año y pico después vino a reforzar el imperio de la antigua generación, así como la imposibilidad que una nueva generación pudiese pasar a la primera línea de la política.

Lo anterior explica, en gran medida, el disruptivo surgimiento de una generación treintañera bajo el gobierno del presidente Gabriel Boric (2022-2026. ¿En qué sentido disruptivo? En primer lugar, debido a la radicalidad de la crítica política frenteamplista al legado de 24 años de gobiernos de centroizquierda, bajo el cargo de complicidad con el modelo neoliberal: una crítica feroz, y muy efectiva dado el éxito electoral de esta nueva fuerza de izquierda (en las elecciones parlamentarias de 2021, el Frente Amplio en alianza con el Partido Comunista superaron en votos y en escaños a la centroizquierda reconvertida bajo el nombre de Socialismo Democrático). En segundo lugar, debido a la enorme diferencia de edad entre la vieja generación concertacionista y la nueva generación frenteamplista (¡entre 30 y 40 años!), con lo cual se consolida la idea de esa generación perdida que se sitúa exactamente en el medio.

Lo anterior describe, precisamente, una anomalía de la política chilena: exceptuando situaciones revolucionarias, es muy poco común constatar en democracia diferencias y batallas generacionales tan marcadas, lo que significa que la generación concertacionista cumplió, en este sentido y solo en este, una función conservadora, referida a su propia preservación (lo que probablemente repercutió en el déficit de profundidad reformista de sus políticas públicas). ¿Significa esto que la generación del medio, esa que hoy tiene entre 50 y 60 años, es definitivamente una generación perdida?

En primera aproximación, así parece. Pero, al mirar más de cerca la hegemonía del socialismo democrático en el Gobierno de Boric desde hace un año y medio considerando la perspectiva de las edades de quienes gobiernan a Chile, no parece razonable sostener la imagen dramática de una generación perdida. Es más: lo esencial del Gabinete político del presidente Boric está dominado por esta supuesta generación perdida: desde el ministerio del Interior (Tohá) hasta la Secretaría General de la Presidencia (Elizalde), pasando por el ministro de Hacienda Mario Marcel. Esto quiere entonces decir que la hipótesis de una generación perdida no pasa de ser una hipótesis, la que, de confirmarse, significaría que la hegemonía política estaría en manos de una generación treintañera, encabezada por el presidente Boric (con 38 años de edad).

Es esta hipótesis, irrealista, la que se encuentra en el origen de esa sensación política y popular de desgobierno que es registrada por las encuestas de opinión, originada en chambonadas y en una dosis importante de frivolidad cotidiana (uso abundante de la red X, inconciencia de lo que habitar cargos con mucha historia quiere decir, etcétera).

Con la muerte de Piñera, quien bien podría haber sido presidente de Chile por tercera vez, se consagra y normaliza la transición política entre generaciones. El próximo presidente de Chile vendrá de la generación perdida, o de las candidatas más jóvenes de esa antigua generación que, con la partida de Piñera y la renuncia a la vida pública del ex presidente Ricardo Lagos, abren todo el espacio para que emerjan nuevos liderazgos.

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