Casi un tercio del suelo de Murcia y Almería se ha vuelto árido en la última década
La aridez aumentó en el 84% de la superficie de España y solo disminuyó en el 16%. La degradación activa de tierras afecta ya a más de un 3% del territorio
La desertificación avanza implacable en España. Lenta y silenciosa, pero implacable. Esta degradación provocada por el hombre pega bocados al paisaje, con suelos cada vez más pobres y erosionados, y funciona como un tifón a cámara lenta que deteriora y mata la base de los cultivos y montes. A este fenómeno creciente hay que añadir la aridificación del territorio, generada por el clima. Dos víctimas en el sureste de la Península sobresalen del resto: Almería y Murcia. Si la primera ha sumado en la última década 3.025 kilómetros cuadrados como tierras áridas, un tercio de su superficie total, 8.774; la segunda ha añadido 2.983 kilómetros cuadrados, algo menos de la tercera parte de su extensión, 11.303. Estos suelos antes eran semiáridos y ahora se han degradado hasta convertirse en áridos, según el último estudio de la desertificación en España elaborado por la Estación Experimental de Zonas Áridas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), con sede en Almería.
En el extremo oeste de Murcia, frente a la Sierra de la Zarza, la situación es dramática y desde septiembre hasta el pasado viernes solo llovieron 12 litros por metro cuadrado. Es decir, en la práctica, nada. Por fin este fin de semana cayeron otros 19 litros que trajeron algo de esperanza. En la finca La Junquera, el suelo pedregoso está compuesto de regosoles calcáreos, con unos 20 centímetros antes de la roca madre y un PH elevado —de 7,5— que condiciona la vegetación. “Soy terco y soñador”, explica su dueño Alfonso Chico de Guzmán. “Hasta hace un año era optimista, pero ahora estoy preocupado, con miedo. El año pasado tuvimos la mitad de la cosecha, pero este no tendremos nada porque los almendros están agotados. Ya quitamos el cereal por imposibilidad de cosechas, y sin cosechas no puedes sobrevivir”. En la carretera cercana, a 1.200 metros de altitud, los jalones de la nieve azules y amarillos son ahora decorativos porque hace un lustro que no nieva.
La superficie considerada ahora árida, que antaño solo copaba en toda Europa la pequeña zona almeriense de Tabernas, con 307 kilómetros cuadrados, se extiende ahora por el resto de esa provincia andaluza hasta alcanzar 3.025 kilómetros más. A eso se suman 2.983 kilómetros cuadrados en Murcia —donde antes no había tierras áridas— y 733 en Alicante. La paradoja es que tanto Almería como Murcia son consideradas la huerta de Europa por su mar de plástico con invernaderos de hortalizas que exigen un riego continuo, mientras la aridez de sus suelos aumenta sin freno.
El estudio, elaborado con datos meteorológicos de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet), compara la década 2000-2009 con la más reciente de 2010-2019, y el resultado es desolador: la zona árida ha aumentado de 307 kilómetros cuadrados en la primera década a 7.101, extendiéndose desde Andalucía a Murcia y Comunidad Valenciana. Un total de 80.498 kilómetros cuadrados de todo el país (el 15% de su superficie) ha sufrido en la última década una aridificación en sus tierras, que han empeorado su estado en la clasificación progresiva de climas húmedos, subhúmedos húmedos, subhúmedos secos, semiáridos y áridos, establecida por Naciones Unidas.
En la última década, la aridez aumentó en el 84% de la superficie española peninsular y solo disminuyó en el 16%, según el informe, que los científicos entregarán al Ministerio para la Transición Ecológica el próximo junio, cuando sus datos se harán públicos. La velocidad que ha tomado el fenómeno, comprobable estos meses por la sequía extrema que afecta a la franja mediterránea, ha dejado atónitos a los científicos. “España está en una situación peligrosa, principalmente porque no gestiona bien el agua, aumenta la superficie de regadío y este puede degradar los suelos, todo ello bajo un entorno climático nada halagüeño. Las condiciones climáticas han evolucionado hacia una mayor aridez en el último decenio”, ilustra Gabriel del Barrio, biólogo jefe del equipo de la Estación Experimental del CSIC, experto en degradación ecológica y análisis de redes de conservación de la naturaleza.
“Ha llovido menos, ha hecho más calor, la humedad del aire se ha reducido y el viento ha sido más seco. Todas estas variables entran en el índice de aridez y se puede interpretar como un reflejo del cambio climático hacia condiciones más cálidas y secas. Nosotros no hacemos cocina meteorológica, solo aplicamos los datos de Aemet”, precisa.
La aridificación afecta principalmente a Murcia, Andalucía, Comunidad Valenciana, Extremadura y las dos Castillas. Si en la Comunidad Valenciana 7.209 kilómetros cuadrados pasaron de ser subhúmedos a semiáridos, en Castilla-La Mancha fueron 7.687, en Castilla y León 7.408, en Andalucía 5.874 y en Extremadura 4.373. La única región que no ha sufrido aridificación es Asturias.
La denominada “degradación activa”, que implica pérdida de producción vegetal causada por la actividad humana, afecta hoy a entre el 3%-4% y el 7% del suelo, según el margen de error que contienen las imágenes de satélite, cuando en el decenio anterior rondaba el 1% del territorio español, por lo que como mínimo se ha triplicado. “Hemos incluso repetido los cálculos porque nos resulta mucha más degradación”, matiza Del Barrio.
Víctor Castillo, ingeniero del centro de edafología y biología aplicada del Segura del CSIC, con base en Murcia, y que elaboró hace dos años la Estrategia Nacional de lucha contra la desertificación, apunta: “La desertificación se puede entender como la petición a la tierra de más producción de la que puede dar, al sobrepasar un umbral de resiliencia y no dejar de explotarla. Un ejemplo son los cultivos subtropicales en la Axarquía, sin recursos hídricos”. Y recomienda: “La gestión de la tierra es un elemento crucial y la mejor fórmula es la prevención, porque el colapso medioambiental es un problema socioeconómico grave y la restauración es difícil y costosa”.
La degradación de los suelos, causada por las actividades del hombre y muy difícil de revertir, no es por lo general un fenómeno visible al ojo humano. La vegetación natural y agrícola suele ser muy resiliente, pero en ocasiones muere con el paso de los años. Para lograr una visión regular y sostenida en el tiempo, los científicos toman periodos de observación para los suelos en décadas y aplican modelos estadísticos.
Un campo de lechugas puede estar asentado sobre suelos semiáridos o áridos, regado con agua de los acuíferos, cuya recarga es lenta y limitada, y que ha generado un problema en gran parte del país. El riego constante de ciertas tierras salinas disuelve las sales y estas pasan a la superficie, por lo que esta se saliniza y la inutiliza, un fenómeno que detectan los satélites, cuyas series largas de imágenes revelan cómo menguan la producción y biomasa de la cubierta vegetal.
Las cosechas se pueden suceder durante años, pero llega un momento en que la tierra debe abandonarse por su elevada salinización, la escasez de nutrientes y materia orgánica, y porque las semillas no pueden arraigar. Mientras, los incendios, la falta de lluvias, la sobreexplotación de los acuíferos y el regadío intensivo también reman en contra.
Hace tres décadas Naciones Unidas estableció un índice de aridez para determinar el dominio climático donde ocurre la desertificación al comprobar la ciencia que era un fenómeno mundial. Los desiertos, inicialmente excluidos, son territorios hiperáridos, al recibir menos del 5% de agua de la que les pide la atmósfera. La mayoría de España es una zona semiárida bajo un clima que implica tener suelos con entre el 20% y el 50% del agua que demanda la atmósfera.
El Estado firmó en 1994 la Convención de Naciones Unidas contra la desertificación, pero hace solo dos años que el Gobierno desarrolló su estrategia nacional para combatirla. Hoy sigue sin presupuesto específico para acciones concretas, aunque Transición Ecológica alega que ha impulsado un proyecto piloto para la metodología del próximo Inventario Nacional de Suelos y otro proyecto para elaborar el Atlas de la Desertificación de España, ambos previstos para 2025, además de acciones divulgativas. Mientras, el Gobierno mantendrá hasta 2027 la alta presión del regadío sobre las reservas de agua y sus 3,8 millones de hectáreas de cultivos no menguarán de momento.
La Junta de Andalucía (PP) carece de planes concretos para frenar el deterioro de sus suelos, a pesar de la velocidad que ha adquirido en su extremo oriental. El Gobierno de Murcia (PP) destaca el llenado de 131 charcas en espacios naturales protegidos, riegos de socorro, trabajos selvícolas, y su adhesión al Manifiesto de la Misión de Suelos de la UE, aunque carece de estrategia y presupuesto propio para combatir la desertificación. En la Política Agraria Común de la Comisión Europea hay instrumentos como ayudas para que los agricultores dejen de labrar partes de sus terrenos y florezca más vegetación, pero su cuantía económica y alcance son limitados.
El porcentaje de degradación activa de tierras del 1% que ha mantenido España durante décadas es lo más habitual en el mundo, aunque hay casos muy extremos como Mozambique, con un 13% de su superficie por la deforestación, o Palestina, con un 19% al carecer de espacios rurales y acelerar la degradación de suelos por la masificación de la población.
Si la degradación continúa al ritmo actual y con el escenario climático de mayor aridez, en el futuro España no tendrá desiertos, sino sitios degradados, secarrales con suelos estériles donde las semillas no pueden arraigar. ¿Qué panorama ve para las próximas décadas? “No soy optimista, el clima no está ayudando. El ser humano tiene la capacidad cognitiva para darse cuenta del declive, pero agotará todos los recursos y el sistema colapsará. La historia está llena de ejemplos socioeconómicos que se quedaron sin agua. Quizá emigremos”, concluye Del Barrio.
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