Rimsky-Kórsakov, cómplice del mito del Salieri asesino
La Fundación Juan March presenta la ópera del compositor ruso que alimentó la leyenda del envenenamiento de Mozart
En el imaginario colectivo, Salieri envenenó a Mozart porque envidiaba su talento innato. Se lo contó, ya anciano y demente, a un cura que fue a confesarle porque había tratado de suicidarse, atormentado por el crimen. Poco importa que la musicología (la vida del autor de La flauta mágica se conoce bastante bien gracias a su correspondencia epistolar) desmienta la tesis de la enemistad o que un hallazgo el año pasado confirmase que incluso compusieron juntos una misma obra. La película de Milos Forman, de 1984, y en menor medida la obra teatral de Peter Shaffer estrenada cinco años antes, han perpetuado la leyenda para el gran público. Pero el origen de la idea del asesinato llegó en 1832 de mano de Aleksandr Pushkin, padre de la literatura rusa moderna y símbolo nacional, con su obra teatral Mozart y Salieri, más un estudio de la envidia que un relato histórico. Fue este texto en el que se basó Nikolái Rimsky-Kórsakov para componer un libreto de ópera homónimo que se representa desde este sábado hasta el próximo 29 de abril en la Fundación Juan March de Madrid, en una coproducción con el Teatro de la Zarzuela en el marco de la séptima edición del Teatro Musical de Cámara, una iniciativa que programa obras que, por sus características, no suelen tener cabida en los teatros de ópera convencionales.
La ópera, estrenada en privado en 1897 en la versión original a piano con Serguéi Rajmáninov como intérprete y en público un año después en el Teatro Solodnikov de Moscú, comienza la noche en que Salieri decide envenenar a Mozart. El asesinato no se representa de forma explícita, solo el reconocimiento de la culpa por parte del compositor italiano. "Que no se vea la muerte me permite abrir la puerta a la duda sobre qué pasó aquella noche de 1791 en Viena", aseguró este viernes la directora escénica, Rita Cosentino, en la rueda de prensa de presentación en el Teatro de la Zarzuela.
¿Cómo lidiar con la losa de interpretar a dos personajes tan marcados ya en nuestra mente como el genio infantil con risa ridícula que encarnó Tom Hulce en la gran pantalla y el manipulador segundón por el que recibió el Óscar F. Murray Abraham? "Mozart era una persona muy sensible y familiar. He tratado de llevarlo a ese terreno (...) y no al extremo de Amadeus", señala su intérprete, el tenor Pablo García López.
En el libreto y el montaje son fundamentales los sentimientos. Entre ellos, por supuesto, el tema central: la envidia, que era de hecho el título del manuscrito original de Pushkin, recordó Cosentino. Una serie de proyecciones durante la representación proporcionan "un nivel más de lectura" y "de cierta manera funcionan como un tercer personaje", explicó la directora escénica. "Queríamos llegar al punto en que la gente no tuviera que leer los sobretítulos para entender que está pasando", indicó el director musical, Borja Mariño. Una "libertad y expresividad", agrega, que proviene también de que el canto sea únicamente recitativo (el que imita las inflexiones de la voz), sin arias ni los números de conjunto habituales, en una suerte de anticipo de la ópera moderna.
Rimsky-Kórsakov recurrió a un tipo de recitativo derivado de la rítmica y acentuación propias del ruso. Respondía así a quienes le acusaban de haberse alejado de los ideales nacionalistas. Para dotar la pieza de mayor realismo incluyó citas de Mozart en Don Giovanni, Las bodas de Fígaro y el Réquiem y contrapuso el estilo del compositor de Salzburgo al más sombrío de Salieri. "Estaba contento con el resultado: era algo nuevo para mí", escribió en su autobiografía sobre cómo fue el proceso de creación.
Babelia
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