Oda a Omar Little, el llanero solitario de las calles de Baltimore
El personaje interpretado por Michael K. Williams en 'The Wire' estaba tan lleno de matices y profundidad emocional desde su condición de asesino como todo un Tony Soprano
Hay personajes de ficción que están destinados a formar parte de nuestras vidas. Uno de ellos era Omar Little, interpretado en la serie The Wire por el recientemente fallecido Michael K. Williams, uno de los mejores actores que ha dado el cine norteamericano en el siglo XXI. Williams no solo encarnó a uno de esos maravillosos malos buenos en The Wire, sino que también protagonizó papeles inolvidables de supervivientes callejeros y rudos en otras estupendas series como Boardwalk Empire y The Night Of.
El mismo día en el que nos enteramos de la muerte de Jean-Paul Belmondo se va otro actor capaz de colarse en el alma de los espectadores para siempre. Williams pasará ya la historia como Omar Little, personaje fascinante de The Wiretan, lleno de matices y profundidad emocional desde su condición de asesino como todo un Tony Soprano. Como el mafioso deprimido de Los Soprano, Omar Little es un personaje repleto de entresijos: con ese aire de Robin Hood solitario de las calles, de forajido en el viejo Oeste, esa homosexualidad tan viril, esa chulería por encima del bien y del mal, ese código moral y esa frase, esencia misma de lo que significa The Wire, que dice: “It’s all in the game”.
Como la serie misma, al principio es un personaje que tarda en arrancar, algo escondido, pero con cada capítulo no para de crecer hasta ser un eje sobre el que giran policías y traficantes. Su destino está en las calles y su misión es bien sencilla: robar a traficantes. En otras palabras, sobrevivir en un mundo de delincuentes, donde la moral es pisoteada cada día y la vida vale menos que medio dólar. Omar es el llanero solitario que se esconde en edificios que se caen a pedazos, el valiente sin escrúpulos que va hasta la puerta misma de los jefes para poner las cosas claras, el chico que sabe de dónde viene y monta en cólera cuando en un ataque no respetan a su abuela, el tipo de corazón frágil que se enamora de su escudero o sacrifica su vida por vengar a una amiga, el hombre de honor que sabe más que el mafioso o el abogado sobre cuáles son las reglas del juego, el colega fiel que tiene a un ciego como confidente y cicerone, el negro que le jode que otro poli negro criado en las calles, como él, le diga mirándole a los ojos la diferencia entre el bien y el mal, entre hacer algo por los demás o hacerlo sólo para sí mismo, con una escopeta debajo de la gabardina. Omar es la calle depresiva y violenta de los suburbios de Estados Unidos en estado puro.
Siempre fui de los que se le erizaba el vello cuando aparecía Omar por las calles. Con ese silbar descuidado, esos gritos de “que viene Omar” y niños y trapichadores salían corriendo, ese andar gitano con su pañuelo o capucha en la cabeza. Por eso, quedé fascinado cuando en la quinta temporada Omar era Omar y Marlo, el nuevo jefe de las esquinas, era simplemente Marlo. Como en las historias de vaqueros e indios, la excelencia y el respeto se ganaban a base de hechos, a base de que todos conociesen tu leyenda. Omar era el mejor jugador del juego. Pero no quedé menos cautivado cuando en la tercera temporada se cruzó con Brother Mouzone en el callejón. Siendo sincero, vi esa escena tres veces. La recuerdo como una escena llena de lirismo, de auténtica novela negra, con ecos de Hammett y Chandler, misterio en el callejón con el silbido de Omar como si fuera La Noche del Cazador, y el filo cortante del sonido de un tren a lo lejos mientras el llanero solitario de los callejones desenfundaba lentamente su revolver y Brother Mouzone le interrogaba con su pistola en la mano, su traje pulcro y sus zapatos mojados en las alcantarillas de Baltimore. El diálogo era una maravilla, y las consecuencias de aquel trascendental encuentro fueron brutales.
Era Omar Little quien, además, definía mejor que nadie cómo son las cosas en Baltimore, y por extensión en la sociedad occidental. La escena en la que va a declarar al juicio, como venganza contra Avon y Stringer, es una de las escenas más ilustrativas de la serie. El más malo de los malos diciendo verdades como puños, sin renunciar nunca a sí mismo y lo que representa, diciendo al poli tontorrón, que hace pasatiempos y poco le preocupa resolver problemas, como a la mayoría de sus compañeros y jefes, cuál es la respuesta a una sopa de letras (“En el colegio me encantaba la mitología. Era lo mejor. En serio”, dice Omar, sobre el que gira toda una mitología en las esquinas de Baltimore). En esa escena se ve la función del juez y de los abogados, todos tan cínicos y patéticos. También del jurado, riendo las gracias a Omar, viendo todo como un simple espectáculo, solo les faltaba las palomitas. Y claro, jugándosela a Bird y Stringer en su cara, como ellos hacen, pero por la espalda y desde su posición de jefes de la banda. Stringer con su traje, intentando darse el aire del político o empresario mafioso de otro nivel que nunca llegará a ser.
Aquel capítulo dejó una de las frases más memorables de la serie cuando Omar Little, con ese gesto desafiante y tosco en la cara de cicatriz de Michael K. Williams, le dice al abogado delante de toda la sala: “Soy igual que usted amigo. Yo tengo la escopeta. Usted su cartera. Es parte del juego”.
Con su fabuloso papel, Michael K. Williams nos hizo creer en Omar Little. Era como saberse en el bando de los perdedores, pero con más dignidad que cualquier ganador.
Babelia
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