Marguerite Duras: mucho más que una “ninfómana, arrogante y de moral suelta”
La primera retrospectiva de una de las autoras y cineastas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX llega a Barcelona reivindicando su cosmovisión literaria, fílmica y teatral
Marguerite Duras (Gia Dinh, 1914-París, 1996) escribió a los 70 años estas palabras sobre la fascinación que sentía por su “rostro devastado”. “Ahora comprendo que muy joven, a los 15 años, tenía ese rostro premonitorio del que se me puso luego con el alcohol, la mitad de mi vida. El alcohol suplió la función que no tuvo Dios, también tuvo la de matarme, la de matar. Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol. El alcohol lo confirmó”, puede leerse en El amante, la novela autobiográfica que publicaría en 1984. Un texto corto donde desvelaba una relación secreta a sus 15 años con un comerciante chino de 26 y narraba la crudeza de crecer a la sombra de una madre que se gastó los ahorros de toda una vida para hacerse terrateniente sin éxito en la antigua Indochina. “Allí no había nada peor que ser blanca y pobre”, diría después sobre aquella infancia de penurias.
Ese libro consiguió el prestigioso premio Goncourt que no pudo darle tres décadas antes Un dique contra el Pacífico (1950), otro escrito biográfico sobre el “vampirismo colonial” de los franceses instalados en el sudeste asiático. Migrantes con la esperanza de convertirse en nuevos ricos, obsesos de blanquitud hasta en su vestimenta y asqueados por las costumbres locales —la palabra “asco” se repite prodigiosamente en ese texto—, que “habían convertido a la perla del imperio en un burdel mágico, el espectáculo de su propia presencia”. En aquella ocasión, Un dique contra el Pacífico fue rechazado por la organización del premio. “Supongo que en 1950 era demasiado comunista para el jurado del Goncourt”, dice, mientras apura uno de sus eternos cigarrillos, en una entrevista que se puede ver en la retrospectiva que le dedica La Virreina Centre de la Imatge (Barcelona) hasta el 2 de octubre. Ese apunte incisivo, 100% Duras, no es casual. En 1950 también fue expulsada del partido comunista francés, en el que militaba desde 1943. La echaron, según consta en el informe de la secretaría de la Federación del Sena, por “ninfómana, arrogante y de moral ligera”.
“Más que reivindicar a Marguerite Duras, proponemos leer su trayectoria más allá de los clichés que la describen como una ‘escritora del deseo’, que es un epíteto ciertamente pusilánime”, aclara Valentí Roma, director del museo barcelonés La Virreina y comisario de la muestra, sobre una desgastada etiqueta que se ha quedado corta para definir a una autora total. La retrospectiva, la primera de este calibre en España, atiende a todo el trabajo durasiano en relación al cine, la teoría visual, la televisión o la dramaturgia. Con 56 libros firmados (entre novelas, recopilaciones y obras de teatro) y 19 películas, además de una decena de guiones y una interesante participación en el formato televisivo, la exposición de La Virreina también recoge joyas prácticamente desconocidas o poco accesibles al gran público. Como la riña que mantiene con Jean-Luc Godard en un encuentro televisado en 1987 o sus entrevistas en el programa Dim Dam Dom, un magacín televisivo francés dirigido al público femenino entre 1965 y 1973 con la producción de Daisy de Galard —editora de la revista Elle— en el que se dejaron ver desde Françoise Hardy a Jane Birkin o Romy Schneider. Allí aparece Duras preguntando sobre la naturaleza productiva del trabajo sexual a la stripper Lolo Pigalle, charlando sobre la imposibilidad de ser ama de casa con la activista y actriz Melina Mercouri o interrogando a un cuidador de un zoo sobre la felicidad de las panteras enjauladas.
Intelectuales castigadas
“Su biografía es un índice de los métodos punitivos aplicados a las mujeres intelectuales, porque todo lo que en Duras parece un tremendo escándalo no es sino lo que nunca se les permitió durante décadas”, apunta el comisario de la muestra sobre las barreras que transgredió la autora. Lo hizo políticamente, ya fuese desenmascarando al colonialismo francés (“toda la basura colonial soy yo, nací y crecí allí”, repetiría una y otra vez); como miembro activo del Grupo de la rue Saint-Benoît, que montó con su marido, Robert Antelme, junto a Edgar Morín, Jorge Semprún, François Mitterrand o Dionys Mascolo (con el que mantuvo una relación sentimental mientras Antelme estuvo prisionero en el campo de concentración de Dachau); fundando el Comité de Acción de Estudiantes y Escritores durante la ocupación de La Sorbona en mayo del 68, o siendo detenida en 1970 por protestar por la muerte de un trabajador maliense en Auberviellers.
Autora de El dolor (1985), una de las crónicas retroactivas definitivas sobre los efectos del horror nazi en la intelectualidad europea, en la que narraba con crudeza el desgarro de seguir con su vida sin noticias de su marido preso en los campos de concentración, la suya también fue una figura clave del movimiento por la emancipación de la mujer francesa. Firmó el Manifiesto de las 343 —apodado popularmente como la “carta de las 343 zorras”—, donde se reclamaba el aborto libre y gratuito en Francia, y no siempre bailó el agua a la élite burguesa cultural. Junto a Hélène Cixous o Monique Wittig, fue una de las pocas intelectuales de la época que se negaron a suscribir en 1977 la carta del pederasta Gabriel Matzneff (el escritor cuya relación narra Vanessa Springora en El Consentimiento) que defendía legalizar las relaciones sexuales con menores de 15 años. Un manifiesto que sí firmó Simone de Beavouir, con la que tuvo una relación algo tibia a tenor del legendario “explícame a Duras, no entiendo nada” que esta le soltó a su editor común en Gallimard.
La mujer brutal
La doctora en estudios fílmicos Ana Aitana Fernández Moreno, encargada de presentar en la Filmoteca de Barcelona las películas de Duras que acompañan a la muestra de La Virreina, apunta: “El universo durasiano, muy femenino, es un espacio experiencial construido sobre la ausencia y el deseo, el duelo y el recuerdo”. Como su vida, el suyo fue un universo de mujeres enigmáticas, rotas y elusivas que sigue fascinando a las nuevas generaciones de ensayistas y directoras. “Duras nos exige un esfuerzo, nos interpela constantemente, pero también nos ofrece un poder de atracción enorme”.
Un halo de fascinación no exento de brutalidad. Como la que se narra en Quiero hablar de Duras (2021), película de Claire Simon que pasó por el Festival de San Sebastián y está pendiente de estreno en España, sobre la relación que la autora mantuvo durante 16 años y hasta su muerte con Yann Andréa, 38 años menor que ella. La cinta recoge un testimonio de humillación y maltrato que la francesa ejerció sobre un hombre gay que se pasó su juventud vanagloriándola y acabó tiranizado, engullido por su figura.
Se conocieron tras la presentación de India Song (1975), su sexta película, de la que precisamente habla Duras en una interesantísima charla sobre cine y mirada femenina que se puede ver en la muestra de La Virreina. Allí aparece fumando compulsivamente en un salón de espejos junto a una jovencísima Chantal Akerman (que acaba de estrenar Jeanne Dielman), la también directora Liliane de Kermadec y la actriz feminista que ha trabajado bajo las órdenes de las tres, Delphine Seyrig. Duras las mira mucho, habla poco, pero sentencia y las calla a todas: “El cine de las mujeres es distinto por cuestiones ajenas a las películas, como el dinero. A mí no me han pagado en ninguna de las películas que he participado. Eso también es política”.
Babelia
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