“Por las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses”: grandes momentos de poemas en el cine
Versos famosos se han incorporado a muchas películas, desde ‘Ciudadano Kane’ a ‘Oblivion’ e ‘Interestellar’: aquí va una selección de favoritos
Quiero que todo poema repose en la intensidad”. Estaba leyendo Horas de invierno, de la gran poetisa de la naturaleza estadounidense Mary Oliver (Errata Naturae, 2022), cuando tras subrayar la frase “cuánta esperanza depositamos en aquellos días de verano, bajo las nubes limpias, blancas, apresuradas”, fui a dar con el famoso verso de Robert Frost (Olivier le dedica un capítulo al maestro) “nada dorado puede permanecer”. Me quedé pensando dónde había oído esas palabras y todo el maravilloso poema que arranca con el verso “Nature first green is gold” hasta esa última línea imperecedera, “nothing gold can stay”, y que da nombre a la composición. Y entonces lo recordé: hace muchos años, en la película Rebeldes, de Coppola. Es una escena preciosa, los jóvenes Johnny (Ralph Macchio) y Ponyboy (C. Thomas Howell) están escondidos en una iglesia abandonada, y en un momento de amanecer, arrebatado por la esplendorosa y melancólica belleza del incendiado horizonte a la que Johnny no consigue ponerle las palabras exactas, Ponyboy recita el poema de Frost, que se convierte en una metáfora de vidas e inocencias perdidas.
Es un ejemplo de cómo en el cine pueden colarse versos famosos que se funden con las imágenes en una sugestiva mezcla que emociona tan inesperada como poderosamente. En algunas ocasiones, el poema es una revelación, lo descubres por primera vez o te toca como nunca te había tocado antes al insertarse en una historia. Hay muchas sorpresas, ¿quién nos iba a decir que nos iba a sonar tan bien Macaulay dicho por Tom Cruise en una película de ciencia ficción, o que en otra del mismo género iban a cobrar un significado tan conmovedor las palabras de Dylan Thomas?
¿Cuáles son los mejores momentos de esa fusión versos-cine? (sin incluir los de biopics de poetas, que sería pelín trampa) ¿Los versos del Kubla Khan de Coleridge en el arranque de Ciudadano Kane (“in Xanadu did Kubla Khan a stately pleasure-dome decree”, “en Xanadú, Kublai Khan decretó la construcción de una majestuosa mansión de placer”), marcando el paralelismo entre el mogol y el tycoon? ¿La despedida de Karen Blixen (Meryl Streep) a su fallecido amante y compañero de safari Denys Finch-Hatton (Robert Redford), con todo el valle del Rift de escenario, en Memorias de África, leyendo los versos de A. E. Housman A un joven atleta muerto (“sabio aquel que sabe escapar pronto de campos en los que la gloria no perdura”, “y descubrirán siempre fresca entre tus rizos una guirnalda”)? ¿Otra despedida, la de John Hannah leyendo los versos de Funeral blues de Auden en Cuatro bodas y un funeral? (“He was my North, my South, my East and West, / My working week and my Sunday rest, / My noon, my midnight, my talk, my song; / I thought that love would last forever: I was wrong”; “Él era mi norte, mi sur, mi este, y oeste, / mi semana de trabajo y mi descanso de domingo, mi mediodía, mi medianoche, mi habla, mi canción. / Pensé que el amor duraría para siempre. Estaba equivocado”). ¿El peregrinaje de Childe Harold de Byron (“hay un placer en los bosques sin senderos y un éxtasis en la costa solitaria”) y The Song of Wandering Aengus de Yeats en Los puentes de Madison? ¿El paradigmático Oh, capitán, mi capitán de Walt Whitman en El club de los poetas muertos de Peter Weir, ese poderoso verso (el poema no se recita entero) que nos hace a todos encaramarnos al pupitre a los sones de Maurice Jarre?
Cada uno tendrá los suyos, y por tanto se encontrarán aquí muchos a faltar, pero estos son algunos de los míos preferidos.
El primero, el iniciático, fue en 1972 en un wéstern, Soldado azul. En un momento de la película, al inicio, el único superviviente de una tropa de caballería aniquilada por los cheyenes, el bisoño Honus Gant (un jovencísimo Peter Strauss) recita ante los cuerpos mutilados de sus camaradas, para estupefacción de su compañera, la experimentada Cresta Marybelle Lee (inolvidable Candice Bergen), más preocupada por su sombrero, unas estrofas de La carga de la Brigada ligera, de Alfred Tennyson, la elegía por los jinetes malgastados en Balaclava, durante la guerra de Crimea. “Ni una réplica tuvieron, / lo suyo no era razonar el por qué, / sino hacer y morir. / En el Valle de la Muerte / cabalgaron los seiscientos”, declama como si fuera una oración fúnebre. No se le puede negar pertinencia a los versos, desde luego. Con esa escena, descubrí al poeta y el poema. Y en dos horas pasé de emocionarme con los versos a ver cuestionados mis sentimientos al producirse la masacre en el campamento indio por un regimiento de caballería y espetarle la chica a Honus entre los cadáveres ensangrentados de mujeres y niños: “¿Para esto no tienes algún verso bonito, soldado azul?”.
En otro género inesperado, la ciencia ficción, he encontrado mucho más recientemente otro de los momentos-verso que más me han emocionado. En la por tantas cosas arrebatadora película de Cristopher Nolan Interestellar (una de las más preciosas historias de amor entre un hombre y su hija; qué difícil es expresar lo que siente un corazón, incluso sin física cuántica, agujeros negros, horizontes de sucesos y singularidades gravitacionales), aparecen varias veces (una en boca del profesor Brand, Michael Caine) los famosos versos de Dylan Thomas “Do not go gentle into that Good night” (“no entres dócilmente en esa buena noche”). Se entienden en el filme, con su otro estribillo, “Rage, rage against the diying of the light” (“rabia, rabia ante la muerte de la luz”, que por cierto dio título a Muerte de la luz, la hermosísima novela de mundo crepuscular de George R. R. Martin), como metáfora de la desesperada búsqueda por el espacio de un lugar para la moribunda humanidad, pero se ha sugerido que Thomas los relacionaba con la agonía de su padre lo que da un sentido aún más profundo. La mezcla de los versos oscuros y tristes (que también salen en el remake de Solaris de 2002) con la aventura en el espacio ignoto, la relación entre el cosmonauta Cooper (Matthew McConaughey) y su hija Murph, y la música de Hans Zimmer provoca un enorme impacto emocional. Durante muchos años llevé en el coche una cinta de casete con los versos de Dylan Thomas leídos por Richard Burton (galés como él) y que alternaba con la versión musical que hizo John Cale (otro galés) en su álbum de 1989 Words for the dying, pero en Interestellar esas palabras llegan de manera muy especial.
Otro momento de gran emoción se lo he birlado a mi hermana Graziella, gran fan de Emily Dickinson y de La decisión de Sophie, la novela de William Styron y la fiel versión cinematográfica de Alan J. Pakula de 1982. En la película, siguiendo la novela, la pareja protagonista —la traumatizada polaca superviviente de Auschwitz Sophie (Meryl Streep) y el bipolar científico de origen judío Nathan (Kevin Kline)— está especialmente marcada por el poema de Dickinson Ample make this bed, que recita al final ante los cuerpos sin vida de los amantes su joven amigo Stingo: “Que la cama sea amplia / que esté hecha con cuidado; / esperad en ella hasta que llegue el Juicio Final / sereno y perfecto”.
A veces, el poema aparece sin aviso, por sorpresa, para conmovernos hasta el tuétano. En una película en principio tan poco inclinada a la poesía como Memphis Belle (1990), sobre un bombardero B-17 de la Segunda Guerra Mundial, un miembro de su joven tripulación recita durante un descanso entre dos arriesgadas misiones nada menos que An irish airman forsees his death, Un aviador irlandés prevé su muerte, de Yeats, haciéndolo pasar por creación propia. Desde luego, es un poema muy oportuno y deja a los compañeros más abatidos aún de lo que estaban: “Sé que en algún lugar entre las nubes / he de hallar mi destino”. Qué decir del encuentro con When you are old del mismo Yeats (actualización del poeta irlandés del clásico Quand vous serez bien veille, de Ronsard) en Peggy Sue se casó (Coppola, de nuevo), cuando el joven beatnik le recita a la protagonista (Kathleen Turner) los tan tristes y bellísimos versos “How many loved your moments of glad grace, / And loved your beauty with love false or true, / But one man loved the pilgrim soul in you, / And loved the sorrows of your changing face” (“Muchos amaron la gracia alegre de tus días / y amaron tu belleza con falso amor o verdadero, / mas sólo uno amó en ti tu alma peregrina / y amó la tristeza de tu cambiante rostro”). Cuesta no seguir: “Cuando al fuego del hogar te inclines, / lamenta, un poco tristemente, la huida del Amor / que allá en lo alto camina en las montañas / y su rostro oculta entre una multitud de estrellas”.
Y del amor al horror, el horror. ¿Ha tenido alguna vez T. S. Eliot mejor lectura que en la tierra baldía del Vietnam arrasado por el napalm? En Apocalypse now (Coppola otra vez), el coronel Kurtz (Marlon Brando) recita en un sudado escalofrío de locura cuerda The hollow men (poema influido a su vez por la lectura de Elliot de El corazón de las tinieblas): “The eyes are not here / There are no eyes here / In this valley of dying stars / In this hollow valley / This broken jaw of our lost kingdoms” (“Los ojos no están aquí / no hay ojos aquí / en este valle de estrellas moribundas / en este valle hueco / esta mandíbula rota de nuestros reinos perdidos”).
¿Y Blake?, se preguntará alguien. Lo tenemos en Dead man, de Jarmusch, y en Blade Runner, recitado por el replicante Roy Batty, aunque mayoritariamente se recuerde su monólogo de la lluvia. También Blake vio cosas que no creeríais, pero fue en su alma y no más allá de Orion. De él, de Blake, Batty declama unos versos de America: A prophecy, eso sí, cambia “fiery the angels rose” por “fiery the angels fall”. Sorprendentemente, también salen versos de Blake en Lara Croft: Tomb Raider. Angelina Jolie lee: “Para ver el mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre / sujeta el infinito en la palma de tu mano / y la eternidad en una hora”.
Podríamos seguir así mucho rato, con el verso de Paraíso perdido de Milton en Seven, la manera personal en que afectan a Natalie Wood los versos de Wodsworth en Esplendor en la hierba, de Elia Kazan, o las líneas “soy el amo de mi destino, / soy el capitán de mi alma” de Invictus, de William Ernest Henley, el poema nuclear de la película… Pero vamos a acabar con la sorprendente asociación entre Oblivion, esa más que honesta película de ciencia ficción de Joseph Kosinski con Tom Cruise y Morgan Freeman, y Thomas Macaulay, poeta, historiador y político británico al que apreciamos sobre todo por su poema Horatius, dedicado a uno de los héroes míticos de la Antigua Roma, Publio Horacio Cocles (que significa tuerto), y parte de su popular colección Lays of Ancient Rome (1842). En el poema se cuenta la historia de Cocles manteniéndose firme a solas en la defensa de un puente contra todo un ejército enemigo, los etruscos del rey Porsenna. Es un símbolo eterno del valor y del honor y yo tengo siempre ante mis ojos en mi mesa de escritorio una vieja estampa que ilustra el episodio, a ver si me inspira. “Como Horacio en el puente” se ha convertido en una frase hecha cuando te enfrentas a algo contra toda esperanza, against the odds que dicen los británicos y que sería como “contra viento y marea”. En Oblivion, el personaje de Cruise encuentra un viejo volumen de la obra de Macaulay y lee la parte más conocida del poema, historia y versos que le servirán de leit motiv para su propio acto de coraje al final. “Entonces habló el bravo Horacio, / el Capitán de la Puerta: / A todo hombre sobre esta tierra / le llega la muerte antes o después, / y cómo un hombre puede morir mejor / que haciendo frente a temibles enemigos, / por las cenizas de sus padres/ y los templos de sus dioses”. “And how can man die better / tan facing fearful odds / for the ashes of his fathers / and the temples of his Gods”. Inolvidable.
Babelia
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