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La víspera del nuevo duelo en el volcán del Tour de Francia, Pedersen gana en Limoges y Cavendish se rompe la clavícula

Vingegaard, de amarillo, y Pogacar, a 25s, serán los protagonistas en el Puy de Dôme de una llegada que permitirá evocar la simbólica pelea de 1964 entre Anquetil y Poulidor

Mark Cavendish es atendido por los servicios médicos tras caerse en la octava etapa del Tour de Francia.
Mark Cavendish es atendido por los servicios médicos tras caerse en la octava etapa del Tour de Francia.Thibault Camus (AP)
Carlos Arribas

9 de julio. Cumple 95 años Federico Martín Bahamontes, cuya vida se apaga lentamente en Valladolid, y el Tour lo celebra con el regreso al Puy de Dôme, donde el Águila de Toledo ganó el Tour del 59. Vuelve el Tour al volcán del Clermont Ferrand, y en su ladera tiene una casa Raphaël Geminiani, el maestro de Jacques Anquetil y de Julito Jiménez, que ya ha cumplido 98 y aún le funciona la cabeza y a todos sobrevive. No hay subida quizás más simbólica del Tour, más cargada de historias, ni evocación más certera de lo que fue la grande boucle, y lo que es este 2023 de todas las maravillas, que el titular Duelo en el volcán, el que hubo y el que espera. El que la circunstancia exige.

El muy aficionado se engaña pensando que sus sueños, sus recuerdos de tardes sin respiro, sus lecturas, son los mismos que los de los ciclistas de un pelotón que llega a Limoges, territorio Poulidor, territorio de porcelana, sin Mark Cavendish, que se ha roto en la cuesta de los Tres Cerezos, a 60 de la meta, y se ha subido a un coche, una mano en la clavícula del hombro derecho, que no puede mover, y una mirada tristísima de la que ha huido la vida con la esperanza perdida de batir el récord de victorias de Eddy Merckx, la única razón por la que alargó, a los 38, un año más su carrera.

No estuvo Cavendish en la última cuesta hacia Limoges, donde el belga Jasper Philipsen, tres veces primero, quedó segundo porque su lanzador explosivo, Mathieu van der Poel, trabajó sin las ideas claras, dividido su deseo entre la ayuda a su compañero de equipo y el egoísmo generoso de quien quiere festejar un día especial, la llegada al Limosín de su abuelo, ganando la etapa, haciendo felices a los que creen en la belleza del gesto, en los que creen que el sentido histórico, los recuerdos de la niñez, dan al ciclismo un valor sentimental único. Con todos pudo el superpotente danés Mads Pedersen, el campeón del mundo del 19, al que trabajaron duro Juanpe López, lebrijano, y otro danés, el maravilloso ganador de la Vuelta a Suiza, Mattias Skjelmose. En el caos frenético de los últimos kilómetros que el Jumbo acelera y el calor agudiza, se cae Mikel Landa con Simon Yates. Ambos pierden 47s. Para Landa, que se diluyó en los Pirineos, “me encontré vacío”, dice, los 47s no significan nada, más que el dolor; para el mayor de los Yates, son la pérdida del cuarto puesto, que ocupa Carlos Rodríguez, siempre en guardia, joven guardia.

El Puy de Dôme es un territorio habitado por la historia, por los fantasmas de Fausto Coppi, el primer ganador, en 1952, de Federico, de Luis Ocaña, siempre, de Julito Jiménez, de Anquetil y Poulidor, los del primer duelo en el volcán, el que enfrentó a las dos Francias del 64, la urbana que crecía a cuatro años de mayo del 68, la belleza de Anquetil, el placer de las ostras y la langosta, la dureza rural de Poulidor, el sudor y el arado, el mundo que se extinguía, que se extinguió, derrotado; la memoria de Ángel Arroyo, hace 40 años, el último ganador español, amigo de Julito.

Los personajes viven en la imaginación, o, por lo menos, Carlos Rodríguez no vio a ninguno de ellos, ninguno le gritó desde un asfalto renovado, una carretera estrechada a la que le ha robado anchura una vía de tren panorámico que se enrosca, girando como una escalera de caracol, vacío a la izquierda, ladera a la derecha, alrededor del cono de helado, un cucurucho casi perfecto, del volcán, durante los últimos cuatro kilómetros 12% de pendiente media, hasta una altitud de 1.415 metros, una antena y un templo de Mercurio. “Hay que afrontarlo como cualquier otra subida. Intentar dar lo máximo. Sí que es verdad que es un paisaje bastante bonito, pero bueno, eso no va a hacer que sea menos duro. No, me dice nada a la imaginación, simplemente que suba lo más deprisa posible.”, dice, dios de la sensatez, el kid de Almuñécar, al que un pesado le cuenta la historia de cómo, aquel 14 de julio del 64, por delante del absoluto duelo francés se produjo un tremendo duelo español entre Bahamontes y Jiménez, en el que se impuso el Relojero de Ávila, aunque poca gente le dio importancia, y Jiménez, al que le rozaba una rueda, ni siquiera levantó los brazos, solo se llevó la mano al pedal para abrir el calapié y saludó con la otra, y Bahamontes le reñía diciendo que si hubieran esperado y hubieran dejado ganar a Poulidor, que terminó tercero, este les habría dado una buena recompensa, porque con la bonificación de la victoria habría ganado el Tour. “Sí que es bonito conocer historias, pero bueno, puede que se repita lo de los dos españoles delante de Vingegaard y Pogacar, puede que no. Intentaremos hacer el mejor papel posible y simplemente eso”.

La memoria del niño es también la mano del padre agarrando la suya, y pasándole con el agarrón sus emociones, sus ídolos. El padre de Guillaume Martin, normando como Anquetil, era de Anquetil a muerte, y llenó la cabeza de su hijo de historias de maître Jacques, y rubito y extravertido también, y con una personalidad que desarma, y su risa, Pogacar en cierta manera le recuerda a su ídolo, y Vingegaard haría un buen Poulidor quizás en modo reservado, serio. “Sí”, dice Martin, del Cofidis, 16º en la general, lector, escritor, autor teatral, filósofo y pensador crítico. “Sí que podría funcionar la comparación”.

El Tour más vivo que se recuerda espera a los dos en el volcán, el duelo revivido, y ellos se esperan con los puños cargados de dinamita, cargados con cuentas pendientes que nunca podrán resolver. A Vingegaard parece preocuparle más que Andy Schleck le haya definido como “arrogante” —”creo que arrogante es lo que menos soy”, dice. “Soy tranquilo, pero no tímido. Hablo con todos”— que recordar que el último ganador en el Puy de Dôme, en 1988, el Tour de Perico, fue un danés como él, Johnny Weltz. “Tendremos que elaborar un plan”, dice el líder del Tour. “Pero el Puy de Dôme no depende solo de nosotros”. Pogacar, segundo, a 25s, tampoco es tímido, pero es más expresivo, y está animado: “Es una etapa especial. Muy, muy dura. Y tanto calor… Explotará todo en pedazos”.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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