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Tadej Pogacar decide hasta en las llegadas masivas del Giro

El líder omnipresente le prepara el esprint a Molano y le estropea el triunfo, que se llevó Olav Koolj, al ecuatoriano Narváez

Tadej Pogacar Giro de Italia
Tadej Pogacar celebra después de la novena etapa del Giro de Italia.LUCA ZENNARO (EFE)
Jon Rivas

Después de 214 kilómetros en las sinuosas carreteras que bajan hacia el sur, se desvían hacia las aguas azul turquesa del Tirreno, bordean la costa, con el Vesubio siempre majestuoso y amenazante en el horizonte, ascienden y descienden colinas de casas bajas, piscinas muchas de ellas sin licencia y pinos mediterráneos. Tras el trasiego habitual del pelotón, las fugas, las cazas, las aventuras sin esperanza, la chispa de Alaphilippe, la moral a prueba de bombas de Maestri, el oportunismo de Narváez; detrás de todo eso siempre está Tadej Pogacar, el líder omnipresente, que toma el rol que más le apetece. Está el ciclista dominador, el implacable, el resolutivo, pero también está el compañero. Y en ese papel, Pogacar volvió a decidir lo que iba a pasar al final.

Pero habrá que remontarse unos kilómetros atrás, casi 27 antes de llegar a la meta, con los dos corredores del Polti, Maestri y Pietrobon, que acumulaban 180 kilómetros en sus piernas, que iban cediendo ya segundos de su escapada en una sangría interminable mientras la carretera subía y bajaba por la bahía napolitana y las tomas aéreas del helicóptero mostraban la belleza de la isla de Procida. Allí apareció Julian Alaphilippe, un corredor optimista, que vio la oportunidad de pescar mientras el pelotón se organizaba en una de las incómodas ascensiones de los kilómetros finales del recorrido.

El francés se llevó cuatro acompañantes a su estela. Alcanzaron a los dos italianos de la cabeza, y mientras Pietrobon, exhausto, empezaba a dar señales de fatiga, Maestri acompañaba a Alaphilippe en la última de sus arrancadas para irse en solitario y hacer camino hacia la llegada en Nápoles. Los cambios de ritmo del doble campeón del mundo, el hombre nacido en Saint-Amand-Montrond, en el corazón de Francia, donde asan una vaca cada vez que pasa el Tour por allí, acabaron por agotar a Maestri. La diferencia con el pelotón, en el que el Trek se empeñaba en cazar, buscando la llegada en grupo para mayor gloria de Jonathan Milan al intento de su segunda victoria parcial, era de veinte segundos, y cuando disminuyó, en una larguísima recta cercana al mar, saltó Costiou a por Alaphilippe, se puso a su altura e intentó colaborar.

El implacable Trek, en modo tren de alta velocidad, acercaba la distancia. Costiou desistió, pero no Alaphilippe, que se agarraba a la oportunidad que le daba el último repecho de dos kilómetros, como el náufrago al salvavidas que le lanzan desde un barco.

Pero hay muchos tiburones al acecho. Uno de ellos, Jonathan Narváez, que le cogió gusto al podio en Turín, donde se vistió de rosa en la primera etapa, arrancó con furia en esa última subida, alcanzó y dejó atrás a Alaphilippe y se marchó camino de la meta, perseguido por un pelotón que se jugaba la última carta. Era una persecución implacable y desigual pero emocionante.

Cuando Narváez enfiló la calle del escritor Giovanni Boccacio, parecía que no lo conseguiría; cambió la percepción en la vía del poeta Francesco Petrarca, que, como cualquier ciclista profesional, ascendió al Mont Ventoux, y como un periodista avezado, lo contó en una carta, “impulsado únicamente por el deseo de contemplar un lugar célebre por su altitud”. Quedaba la última calle, pegada al mar, la del almirante Caracciolo, y 500 metros antes de la llegada, Narváez contra el mundo, o contra el pelotón, que es lo mismo para un ciclista.

Y entonces apareció Tadej Pogacar en modo buen compañero. El líder del Giro se metió detrás de los corredores del Lidl y pegó un brutal acelerón para prepararle la llegada a su gregario Juan Sebastián Molano. Si Narváez tenía alguna posibilidad de ganar, Pogacar se la arrebató. El tirón del líder desató la furia. Al ecuatoriano le faltaron diez metros para llegar primero a la meta, los que le negó Pogacar con su arrancada. Y al final no ganó Molano, que acabó tercero; ni Jonathan Milan, el candidato del Lidl Trek, por el que tanto lucharon, sino Olav Koolj, neerlandés del Visma, que pasaba por allí, con mejores piernas que sus rivales, claro.

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