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Blogs / Deportes
El Montañista
Coordinado por Óscar Gogorza

Kilian Jornet escala en una semana la mitad de los ‘cuatromiles’ de los Alpes

El catalán, 48 montañas en nueve jornadas, va camino de destrozar no solo un récord, sino la forma en la que las generaciones futuras se medirán a la alta montaña

Kilian Jornet en las montañas suizas del Valais, en una imagen cedida por la agencia del alpinista.
Kilian Jornet en las montañas suizas del Valais, en una imagen cedida por la agencia del alpinista.Nick Danielson

Los Alpes observan 82 montañas que superan los 4.000 metros de altitud… y Kilian Jornet acaba de escalar la mitad de ellas en apenas siete días de puro frenesí. Teniendo en cuenta que el registro más rápido para escalarlas todas data de 2008 y señala 60 días de esfuerzos, parece evidente que el ultrafondista catalán no solo va a arrasar el récord de los italianos Franco Nicolini y Diego Giovanni, sino que va a obligar a futuros imitadores a revisar a conciencia no solo su estado físico sino su fortaleza psicológica, su técnica y su capacidad logística, amén de realizar un severo análisis de lo que su cuerpo precisará para alimentar un motor a pleno rendimiento y en constante avance. Kilian Jornet no es un ser humano estos días. Bueno, lo es cuando abraza a su madre en el refugio de Hörnli, a los pies del Cervino, o cuando pospone una cima debido al mal tiempo para no exponerse a peligros innecesarios, o cuando gestiona por telefóno (en mitad de una arista) una llamada de la policía noruega para resolver un problema con su coche, que molesta aparcado en un parking que ahora está en obras… El resto del tiempo es un motor con piernas que camina, corre, escala y pedalea alimentando su organismo con dosis minuciosamente preparadas de alimento energético.

En nueve días de sesiones infinitas, Jornet ha terminado con los 48 ‘cuatromiles’ ubicados en Suiza. En una jornada de casi 18 horas, el catalán completó el llamado Spaghetti Tour, es decir que escaló 18 ‘cuatromiles’ de una tacada para acumular 4.400 metros positivos de desnivel y 30 kilómetros de recorrido.

Jornet luce casi traslúcido: es pura fibra, un ser afilado que ha dormido una media de cuatro horas diarias desde que arrancó su proyecto en la zona alpina más oriental, en Saint Moritz, pulsó el botón de arranque de su cronómetro y se lanzó al que puede ser su proyecto más querido y ambicioso. Cuando alguien adora las montañas, sueña con atiborrarse de cimas, reducir la existencia a un mero avance, siempre más, subir, bajar, repetir. Comer y cenar desnivel. Sufrir, gozar: así es la esencia de Jornet por mucho que desee analizarlo todo, conocer, saber, entender su cuerpo, buscar sus límites fisiológicos y mentales.

En el fondo, todo es un maravilloso juego, la infancia vivida en el refugio gestionado por sus padres a la que regresa con los brazos abiertos. A sus 36 años de edad, Kilian vuelve a ser un niño después de haber convertido el gesto de correr por las montañas en un negocio del que muchos (no solo él) se benefician. Ahora, parece más libre y eficaz que nunca: viaja mucho menos para poder estar con su mujer e hijos, compite con cuentagotas, se entrena a placer, descansa sin interrupciones, se alimenta como a él le gusta, estudia, sueña, valora. Puede que estemos ante la versión más madura y plena del fenómeno catalán, no solo ultrafondista, sino esquiador sublime de montaña y alpinista.

Kilian Jornet cenando en un refugio suizo, en una imagen cedida por el protagonista.
Kilian Jornet cenando en un refugio suizo, en una imagen cedida por el protagonista.Nick Danielson

A día de hoy, sus números en los Alpes son estos (pero cuando el lector lea esto, habrán crecido): en nueve etapas ha recorrido una distancia de 645,73 kilómetros, escalado 48 ‘cuatromiles’, invertido 160 horas y 34 minutos y superado un desnivel positivo de 46.203 (su cuerpo habrá soportado casi el mismo desnivel negativo). Muchos días apenas ha dormido más allá de las tres horas y media, si bien un día se regaló un total de siete horas y media de sueño. Kilian no da respiro a Kilian. Dejado atrás el Valais y su concentración monumental de ‘cuatromiles’, el catalán recuerda con emoción su última jornada antes de alcanzar Zinal para medirse a las cimas italianas y francesas: “Tenía muchas ganas de medirme a la parte final de las montañas suizas, con el Obel Gaberlhorn, el Zinalrothorn, el Bishorn y, especialmente, el más duro y uno de los más bonitos, el Weisshorn. Estaba muy cansado y me esperaba la zona más técnica, lo que me obligaría a navegar con cuidado y a tomar bien mis decisiones sobre un terreno de arista muy delicado y descompuesto. Escalar el Weisshorn ha sido, finalmente, uno de los mejores momentos de mi vida. Alcancé la cima al atardecer, fluido, sin sentir cansancio, nada. Fue muy especial”.

Disfrutar de la soledad en una cima es una emoción única, que muchos valoran como un regalo de la vida, un momento de sintonía con uno mismo y con el espacio que le rodea. El nivel de intensidad emocional en estos casos es plenamente subjetivo, pero el que lo aprecia a fondo se lleva un pequeño tesoro, algo del que nada ni nadie le privará jamás. Algo que concede sentido a muchas existencias, por exagerado que suene. Mientras se deleita exprimiendo su mente y su organismo como si de un limón se tratase, Kilian Jornet sienta, a toda pastilla, las bases éticas y fisiológicas del alpinismo del futuro.

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