La melancolía de Savinho, síntoma peligroso de la crisis del Manchester City

Rachas de viento en Selhurst Park. Frío en Croydon. La tarde es oscura como la noche cerrada en Londres. La Oficina Meteorológica del Reino Unido ha bautizado a la tormenta: Darragh. El derby de Liverpool, previsto para el sábado al mediodía, se ha suspendido, pero el Manchester City salta al campo del Crystal Palace obligado a soportar la carga. Barrido por una epidemia de lesiones, el equipo cuenta una victoria, un empate y seis derrotas en los últimos ocho partidos. La penuria produce efectos secundarios. A menos probabilidades de éxito, más lesiones, y más desafección, en una cadena causal que afecta especialmente un aspecto del juego. Se nota a simple vista cuando los defensas salen conduciendo la pelota y levantan la mirada en busca de compañeros que se ofrezcan para recibir el pase. ¿A dónde están los valientes? Bernardo Silva es el primero en aparecer, seguido de Gündogan, del doliente De Bruyne con su tobillo maltrecho, de Haaland que traslada su cuerpo gigante desde el área, a veces del asustadizo Nunes, que la suelta rápido, y rara vez del contemplativo Savinho, otra vez víctima de la melancolía paralizante que envuelve a un equipo que solo podrá salir del remolino con grandes dosis de rebeldía.

CRYCrystal Palace

2

Dean Henderson, Maxence Lacroix, Trevoh Chalobah, Marc Guehi, Daniel Muñoz, Tyrick Mitchell, Jefferson Lerma, Will Hughes, Ismaila Sarr (Eddie Nketiah, min. 77), Mateta y Eberechi Eze (Justin Devenny, min. 72)

MNC M. City

2

Stefan Ortega, Gvardiol, Walker, Rúben Dias, Rico Lewis, Sávio (Jeremy Doku, min. 78), Gündogan, De Bruyne (Grealish, min. 85), Bernardo Silva, Matheus y Erling Braut Haaland

Goles 1-0 min. 4: Daniel Muñoz. 1-1 min. 30: Erling Braut Haaland. 2-1 min. 56: Maxence Lacroix. 2-2 min. 67: Rico Lewis.

Árbitro Robert Jones

Tarjetas amarillas Rico Lewis (min. 70) y Eddie Nketiah (min. 92)

El City acaba empatando 2-2 después de quedarse con uno menos y Sávio Moreira de Oliveira es el último en pedirla porque ha sido el primero en sucumbir a la ola de melancolía. Fichado al Girona el verano pasado a cambio de 40 millones de euros, este zurdo de 20 años, elástico y veloz, que parece capaz de todo pero suele hacer poco más que nada, se encuadra en el perfil de candidato a padecer el Síndrome de Joao Félix. Lo denuncia su lenguaje gestual en Selhurst Park tres meses después de su irrupción en un City que comenzó la temporada con el empuje optimista que le brindaban sus cuatro campeonatos sucesivos en Inglaterra. En septiembre le preguntaron a Pep Guardiola que qué le parecía el extremo recién legado y el técnico, en mangas de camiseta en la tarde de calor, abrió los ojos entusiasmado: “¡Buffff! ¡Fue uno de los mejores jugadores de la última Liga española! Y a diferencia de De Bruyne, Grealish, Bobb y Bernardo, es capaz de jugar indistintamente en la banda izquierda o en la derecha!”.

En el magma de un Girona que crecía, Savinho buscaba la pelota con frenesí, encaraba, desequilibraba, medía como pocos las distancias para cambiar de ritmo y dejaba a sus rivales atrás. Así metió 11 goles y dio diez asistencias. Con la camiseta celeste del City es otro. Frente al Sporting de Portugal en Champions, en la noche del 4-1, se hizo humo. Contra el Tottenham, el día del desastre del 0-4, Guardiola esperó hasta el minuto 74 para quitarlo porque no tenía más recambios. Hasta entonces le había empleado como titular. Entre los elogios y los minutos de acción, el brasileño se había sentido importante. Siempre tuvo un concepto elevado de sí mismo, cuentan sus colegas, pero el viaje a Inglaterra acabó por convencerlo de su estatuto de superjugador. Cuando la crisis de resultados se desató sobre el equipo y sus defensas hilaron error tras error, Savinho fue de los primeros en adoptar una postura expectante. En lugar de acudir a resolver problemas, se plantó en el campo a la espera de que le llevaran la pelota con el drama resuelto y el tiempo y el espacio a su favor. La aspereza del fútbol inglés le persuadió de que lo mejor es evitar roces. Algunos compañeros, que le vieron, comenzaron a hacer cosas parecidas. En la guerra se llama deserción.

Guardiola detectó el cortocircuito y Savinho fue al banquillo contra el Feyenoord, el Liverpool y el Forest. El entrenador le quitó como quien cava una zanja para evitar que el incendio se propague. En Londres volvió a la titularidad porque la epidemia de lesiones no permite más margen de rotación. Rodri, Kovacic, Stones, Bobb, Akanji, Aké y Foden están de baja. Doku y Grealish vienen de recuperarse de sendos infortunios y deben dosificarse. Este sábado, tras una hora de escasas intervenciones, demasiado pegado a la raya y muy intimidado por Marc Guehi y Tyrick Mitchell, fue el primero en ser sustituido. En su lugar entró el bravo Doku para oxigenar a su equipo con atrevimiento. Para entonces el City había remontado por segunda vez, con un gol de Lewis. El definitivo 2-2 después de que el Palace marcara en un córner. Un empate con sabor a recompensa, dadas las circunstancias.

“Cogemos un punto después de luchar como siempre en un día de condiciones climáticas muy malas”, dijo Guardiola, taciturno al cabo de un viaje agotador. “Tenemos siete potenciales titulares lesionados. Hicimos todo lo que pudimos por ganar. Estoy orgulloso de los jugadores. Por supuesto que a balón parado cualquier equipo es mejor que nosotros ahora mismo. ¡Pero ahí estuvimos! Ahora de lo que se trata es de sobrevivir”.

“Tenemos suerte”

“Tenemos suerte de tener a Erling [Haaland] con su sentido del gol y la amenaza”, concluyó Guardiola, como pasando lista mentalmente. “Tenemos suerte de tener a Rico, a Bernardo, a Gundo, a Josko... Todos estos jugadores han estado jugando sin descanso en una época complicada”.

Guardiola agradeció a los pocos futbolistas que, por no estar lesionados, han tenido que soportar la carga de la crisis jugando día tras día para sostener al City en el cuarto puesto de la Premier. No mencionó a Savinho ni a Nunes, ambos con muy buena salud física pero aquejados por esa melancolía contagiosa que es peor que la peste cuando los equipos entran en bucles de desconfianza.