Una "mafia" de suramericanos controla los mejores puestos de venta del Rastro
La mayoría de los vendedores del Rastro han denunciado desde hace varias semanas el control de los puestos por ciudadanos extranjeros -fundamentalmente, suramericanos- en las mañanas del domingo. En esos días, la plaza de Cascorro está tomada, generalmente por argentinos, que se dedican a la venta de artículos a gran escala y desplazan, en muchos casos por la intimidación y la fuerza, a los ya tradicionales vendedores madrileños. El alquiler de los puestos y la falta de higiene de los productos alimenticios que allí se venden constituyen otras de las preocupaciones de los vendedores.
La venta ambulante y permitir sólo el funcionamiento de 325 puestos de venta callejera distribuidos por todo Madrid ha logrado que el Rastro se superpoble de vendedores y su radio de venta haya aumentado considerablemente, lo que en muchos casos ha originado múltiples disputas entre los vendedores para mantener un buen puesto.A pesar de que el Rastro es considerado como un mercado libre, en la realidad no lo es. La búsqueda de un buen puesto de venta provoca auténticas batallas entre los vendedores desde la noche del sábado. Aunque no llegue a utilizarse la violencia, la intimidación está a la orden del día. Los suramericanos y algunos africanos están invadiendo este tradicional mercado y consiguiendo los mejores lugares de venta a base de amedrentar a los habituales vendedores, según comentaron a este periódico muchos de ellos.
Javier, un joven vasco que lleva cerca de tres años viviendo de la venta en el Rastro, denunciaba que "la mafia sudaca tiene un absoluto control del mercado". "La plaza de Cascorro y sus alrededores", prosigue, "está dominada por la cuadrilla de El Salvador, un conocido argentino que dirige varios puestos de venta sin importarle la fórmula que sea necesario tomar".
El negocio de los alquileres de puestos
La hora clave de las disputas suele ser las siete de la mañana del domingo. Los grandes vendedores no permiten que ningún extraño les desplace de su puesto, a pesar de que allí se mantiene la ley de la antigüedad, por lo que suele extrañar que en la citada plaza de Cascorro, donde se suelen hacer las mayores ventas, así como en la Ribera de Curtidores, estén situados todos los extranjeros. En esa zona lleva largo tiempo institucionalizada la pintada: los vendedores plasman con pintura en el suelo su nombre y la fecha de su llegada al Rastro para mantener su puesto pero, curiosamente, la mayoría de estas fechas no son anteriores a 1980.Juan Parra, que lleva más de seis años trabajando en la venta callejera y conoce perfectamente el Rastro, señalaba que otro de los importantes problemas de estas mafias es el alquiler de los puestos. Algunas personas que se han hecho con varios lugares de venta se dedican a alquilarlos al mejor postor. Así hacen su invierno.
Precisamente enfrente del edificio de la junta municipal de Arganzuela, donde se encuentra situado un cuartelillo de la Policía Municipal, en la calle de Ribera de Curtidores, 2, una persona, cuya identidad no ha podido ser conocida por este periódico, dispone en exclusiva de cinco o seis puestos de venta de camisas, aunque en esta zona no suele darse ya ninguna disputa. Los puestos de venta son mantenidos casi en propiedad. Durante la época veraniega, este tipo de problemas disminuyen considerablemente, pero, en opinión de Juan Parra, "a la vuelta de las vacaciones esto se va a convertir en un hervidero, ya que, además, hay muchos vendedores ambulantes que ya no pueden vender en el centro y van a venir al Rastro".
Dolores Pires mantiene desde hace más de dos años a su marido, actualmente en el paro, y a sus dos hijos por medio de la venta de plantas en la plaza de Cascorro. "Es necesario regular la venta", manifestaba, "a pesar de que yo misma tenga que reducir mi puesto, ya que ahora existen muchas personas que se están aprovechando del Rastro a costa de lo que sea, cuando es un mercado libre y hasta las personas con antigüedad son desplazadas de sus lugares".
Ni higiene ni servicios
Por lo que se refiere a la suciedad que pueda producir el Rastro, ella misma señalaba que "esto no es un problema de los vendedores, sino de la persona que compra un bocadillo o una cerveza y luego tira los restos o los botes al suelo y no los deje en las papeleras".Muchas de las denuncias de los vendedores se centraban en la falta de higiene que existe en la venta de alimentos. El propietario del bar Cruz, situado en la plaza de Cascorro, ha sido sancionado hace pocos días por el Ayuntamiento de Madrid con una multa de 5.000 pesetas por mantener fuera de las correspondientes vidrieras algunos alimentos. Esta medida contradice las normas oficiales, según señalaban varios vendedores, "cuando no se mantiene ningún control de la gran cantidad de puestos que se dedican a la venta de alimentos donde escasea la higiene".
De todas formas, el control de los puestos es la mayor preocupación de los vendedores, que se ven índefensos ante las intímidaciones de los grandes. Los rumores que circulan son de todos los tipos. En Barcelona, comentan algunos, la venta está más o menos regulada, pero en Ibiza, por ejemplo, los puestos se reparten en Buenos Aires.
Lo único cierto, al entender de los tradicionales madrileños del Rastro, es que la mañana de los domingos ha cambiado en gran parte. Los jóvenes que se ayudaban en sus gastos con la venta de sus productos -manufacturados en la mayoría de los casos- han dado paso a toda una serie de extranjeros, que hacen perder su sabor costumbrista a uno de los rincones de los que los habitantes de la gran ciudad se sienten más intimamente orgullosos.
Y todo ello agravado por el hecho de que el Ayuntamiento esté empeñado en acabar con la venta ambulante.
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