Ambiente de becerrada
Plaza de Las Ventas. 16 de mayo. Segunda corrida de feria.Novillos de Torrestreda, bien presentados, inválidos y nobles.
Lucio Sandín. Pinchazo, estocada perpendicular que asoma, perdiendo la muleta, y diez descabellos (silencio). Cuatro pinchazos y estocada corta (silencio). Julián Maestro, Estocada tendida (palmas). Estocada desprendida y desacabello (aplausos y saludos). Jaime Malaver. Media perpendicular (petición y dos vueltas, la segunda por su cuenta). Estocada (oreja).
Las cuadrillas, y el público puesto en pie, guardaron un minuto de silencio en memoria de Joselito, en el 64 aniversario de su muerte.
JOAQUIN VIDAL
Los novillos eran bonitos. Pero la guapeza no lo es todo en la vida. Los pobres animalitos se caían Los pobres animalitos eran además de una dulzura enternecedora. Tan dulces y tan flojitos salieron los pobres animalitos, que aquello tenía aires de becerrada, y como oscureció pronto, por el nubarrón, lo cual obligó a encender focos, el ambiente era de becerrada nocturna.
¿Para qué los picadores?. Los detractores de la fiesta acentuarían sus razones en contra del espectáculo si vieran lo que les hacen a estos pobres animalitos en el llamado tercio de varas. Sale un agresivo y corpulento mozallón, mitad vestido de torero, mitad de guerrero de la Edad Media, jinete de un voluminoso percherón que además está lila. Al percherón lo protege guateada coraza de enormes proporciones. Al pobre animalito no lo protege nada: a cuerpo limpido ha de soportar los desahogos del mozallón, que se arma de puya y con ella le pega tajos por el espinazo arriba.
El voluminoso percherón que sacaron ayer para agredir a todos los inofensivos novillos, atacado de chocolate, salibaba espumarajos y hablaba solo. Relinchaba: "Domecq ha hecho el ridi mandando a que le piquemos ese enano con cuernos, que no tiene media torta, pero su hijo cabalga por ahí jaca cartujana que está muy buena; el día de los rejoneadores me la ligo, por éstas". Otras veces, sin venir a qué, le entraba la risa; el chocolate lo tenía lila, ya decíamos. Cualquier cosa menos prestar una atención, mínimamente do le ponen delante el señuelo escarlata y, por seguirlo, ara la arena con el hocico.
Clamorosamente noble resultó profesional, a los cánones de la lidia. Y el del castoreño, mientras tanto, a lo suyo, cimero de la muralla, allá que te va, blandiendo vara y pegando puyazos a diestro y siniestro, en desigual pelea.
La becerrada no caía bien a la afición pura. Los taurinos, por el contrario, la contemplaban alborozados, pues esa es la fiesta que quieren: unos toritos aparentes, que ellos mismos llaman dijes. Sin fuerza además y, sobre todo, nobles, de esa nobleza inequívoca, sometida, que mueve al dije cuan el tercero, a la vez que rotundamente tullido, y esta combinación de virtud y desgracia ajenas, la aprovechó a conciencia Jaime Malaver. Ya la aprovechó con el capote, al lancear a la verónica, bajas las manos, quieta la planta. Y aun más la aprovechó con la muleta, en el transcurso de una faena bien construida, instrumentada con gusto, en la que destacaba sobre todo la suavidad del temple. Malavet se sentía torero cuando ejecutaba pulcras series de redondos y naturales, ligadas con el de pecho cabal, y embelleció su estampa al arquear la pierna y mandar en el ayudado por bajo a dos manos.
Como el sexto tuvo respetable pitón derecho, que semejaba estilete, y alguna aspereza, la faena a este novillo rebajó calidades en la misma gradación, pero la torería estaba en el diestro, y pues cobró un estoconazo fulminante, le obsequiaron una oreja. Fue la primera que se concede éste año en Las Ventas y sonroja un poco que tan fausto acontecimiento se haya producido en ambiente de becerrada. Veremos qué hace Malaver en futura ocasión, con el novillo enterizo.
Con el desbaratado, Lucio Sandín no llegó a centrarse. Primero tuvo un manso, al que dejó escapar a terreno de chiqueros y no pudo dominarle. Luego un inválido de pasiva bondad, que, por no molestar, embestía con sigilo. En lugar de aplicarle un muleteo igualmente sigiloso, Sandín lo intentaba bizarro, y es lógico que no tuviera fortuna.
Julián Maestro, con otro lote boyante, pegó muchos pases, en voluntarioso destajo. El arte no le era propicio, y el público tampoco, porque el público de Madrid rechaza becerradas, y si le fuerzan a aceptarlas, lo mínimo que exige es que los toreros toreen. Lo dijo el clásico y está incorporado a los tratados de tauromaquia: pegar pases no es torear.
Ni como entremés sirvió novillada de semejante fuste, por muy aparentes de tipo, por muy salpicaos de capa, por muy nobles. de casta y por muy sumisos de temperamento que fueran los novillos. Toritos así, para pueblo, valen. La primera plaza del mundo, en cambio, demanda otra seriedad. Aunque la primera plaza del mundo será la última mientras dirijan el cotarro presidencias sin afición aparente y sin autoridad demostrada; como la de ayer.
Babelia
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