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Sabino, nuestro patrón

Antonio Elorza

Paradójicamente, si en tierras no vascas la noticia del domingo vino dada por el discurso de Xabier Arzalluz, allí se vio eclipsada por un acontecimiento de brillo muy superior: la resupreción del Athletic. Por un momento, sus incondicionales pudimos olvidar las tristezas de la última década, e incluso las repercusiones negativas que la apoteosis de Julen Guerrero puede tener de cara a su permanencia en el equipo. Deía lo entendió muy bien y otorgó en portada un espacio diez veces superior a la fotografía de Guerrero celebrando un gol que a la de Arzalluz saludando a las ikurriñas en el Aberri Eguna. Pero no se despreciaba la ocasión para asociar ambos planos, y el regreso al pasado de los leones se convertía así en elemento de justificación para una perspectiva política optimista. "7 zarpazos 35 años después" se convertía en premisa de la esperada resurrección nacionalista: "Aberri Eguna mirando al futuro". En la crónica del acto, ya en páginas interiores, el enlace establecido era aún más íntimo: "Muchos de los asistentes más veteranos -nos cuenta el diario vizcaíno- mientras celebraban los siete goles del Athletic, recordaban otros Aberri Eguna". Sin duda Arzalluz se pasó de rosca en su discurso pronunciado en el Pabellón de la Feria de Muestras de Bilbao. Habló como si el terrorismo fuera cosa del pasado, olvidando que pocos días antes un etarra había muerto con la bomba en las manos, haciendo así posible que la sombra del asesinato del lunes cayera inmediatamente sobre sus palabras. Ni siquiera pudo mantenerse en la equidistancia, ya que su discurso polémico sobre el Ejército en la Constitución, y el papel asignado a la persecución de "rojos y separatistas" se inserta en una confrontación con quienes "hablan mucho de ETA". Cualquier lector de tales declaraciones, sea de la ideología que sea, saca la consecuencia de que la violencia represiva del Estado prevalece sobre la ejercida por ETA. Arzalluz podrá jurar y pejurar que su partido no recurrirá nunca a la violencia. Pero su razonamiento legitima sin reservas la opción alternativa.El resultado es una situación de estricta esquizofrenia política, en el sentido de una disociación radical entre las ideas formadas en tomo a una realidad y la práctica que se desarrolla en la misma. Con razón apela Arzalluz a Sabino Arana para conseguir que encajen sus propuestas con el enfoque de la nación como realidad natural, de base biológica (el pueblo vasco, definido en sus rasgos con anterioridad a la industrialización) y católica (en el sentido de asumir el ideario abertzale; en otro caso, aunque sean vascos, quedan excluidos, "no son nadie"). Con Sabino en la mano y en el corazón, Arzalluz puede proclamar tranquilamente que esa "realidad natural", respaldo de la pretensión totalizadora del PNV, tiene a su vez por base "la existencia de un pueblo unido por su historia [basta comparar la de Vizcaya con la de la Baja Navarra francesa, pongamos por caso], por su lengua [que históricamente ha sido minoritaria durante el último siglo] y por su forma de ser [?], que se extiende por Alaba, Bizkaia, Gipuzkoa, Nafarroa, Laspurdi y Zuberoa". Claro que una vez demostrada tan evidente unidad histórica, política y cultural, Arzalluz exijze que la nación vasca "sea dueña de su destino". Es dudoso que con tales ideas el PNV supere su condición de partido minoritario hegemónico (gracias a la colaboración de quienes "no son de aquí") ni que contribuya a desarraigar los gérmenes de la violencia en la sociedad vasca. Difícilmente sirven para la propia construcción nacional vasca que tendría que fundamentarse en los datos reales del país, y no en los valores supuestos de un pueblo vasco que ya no existe en los términos sabinianos o en sueños (pesadillas) tales como la incorporación de Navarra o de Biarritz y Bayona a un proceso unitario de autodeterminación. Puestos a soñar, más vale hacerlo por unos días con el Athletic, pero sin que las sombras de Zarra, Panizo y Gainza alienten la recuperación de los proyectos guerreros y de los mitos de Sabino Arana.

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