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Crítica:53ª MOSTRA DE VENECIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Dustin Hoffman se apodera del certamen

Turturro y Malkovich prestan sus rostros a la mascarada

Días de mucho, vísperas de nada. Tanto la arnericana Box of Moonlight como la alemana El ogro quisieron subirnos a las nubes, pero nos dejaron atascados en el tedioso solar del querer y no poder. Sus respectivos protagonistas, John Turturro y John Malkovich, ponen sus conocidas caras al servicio de la mascarada y sostienen con más pena que gloria el vacío de la pantalla. Por suerte, Dustin Hoffman se coló inesperadamente en la programación colateral con American Buffalo.

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Para mayor inri y con el pretexto de que se habían añadido a su metraje comercial unos minutos inéditos, Gillo Pontecorvo reestrenó Agáchate maldito, una de las películas más desmelenadas del difunto Sergio Leone, que apoyado esta vez en James Coburn sigue demostrando que las cosas le salían bastante mejor cuando con menos vuelos retóricos se apoyaba en la impavidez de Clint Eastwood para hacer cine de género y, con menos pretensiones autorales, llegaba mucho más lejos.El joven norteamericano Tom DiCillo, del que en España conocemos el -audaz y arriesgado, pero frustrado- experimento titulado Vivir rodando, trajo a concurso a la Mostra su segundo largometraje, Box of Moonlight, que funciona a ratos pero que en conjunto no es convincente porque DiCillo hincha un argumento de mediometraje a casi dos horas, una de las cuales obviamente sobra.

John Turturro, como de costumbre, hace muy bien su composición, pero no está en su mano -o en su rostro- evitar esta caída en el exceso de metraje que es una peste del cine actual, pues quita comprensión e intensidad al desarrollo de buenas tramas arguméntales sobre la pantalla. Y, una vez más, un asunto original, gracioso, agradable y que podía haber desembocado en una comedia surreal, divertida, un poco deudora del estilo impertinente de los hermanos Coen, transcurre a saltos, llena de huecos, que DiCillo llena con petulantes ejercicios de "aquí estoy yo y mi estilo".

El otras veces muy convincente -recordemos- El joven Torless y El tambor de hojalata- Volker Schlöndorff se pone pedante en El ogro y aburre a los muertos. Para colmo, John Malkovich y sus muecas -en rigor, su mueca: sólo tiene una- invaden la pantalla y lógicamente el buen oficio del alemán bordea un desastre que no llega a causa de la honda, precisa e imaginativa hilazón de la grave historia narrada, que procede de un relato del escritor francés Michel Tournier, bien adaptado por su compatriota Jean-Claude Carrière.

Pero el excelente asunto argumental está visualizado con tan excesivo énfasis que en ocasiones anda cerca de la megalomanía wagneriana y el guiso, pese a sus buenísimos ingredientes, se pudre. Narrar el ocaso del Tercer Reich a través de los ojos de un idiota es sin duda un enfoque literario poderoso y original, pero peligrosísimo cinematográficamente.

Volker SchIöndorff quiere esquivar tal peligro acudiendo a lo campanudo y Hitler sale vivo y coleando de este honorable y frustrado intento de acabar otra vez con él y su basura.

El que de verdad está vivo, y cada vez más, es Dustin Hoffman, que si dio un recital de oficio en la película inaugural, Sleepers, vuelve a mostrar su momento dulce en, American Buffalo, una obra teatral de David Mamet llevada a la pantalla por Michael Corrente y producida por el propio Hoffman, que se ha traído bajo el brazo a Venecia las latas de la cinta y lo ha colado sin aviso, sin información previa y sin subtitulación, a pelo, en la programación marginal.

Un auténtico golpe de mano, incluso una indecente argucia promocional, que se perdona por ser de alguien como Dustin Hoffman, convertido en los últimos anos, a golpe de talento, en uno de los rostros creadores e identificadores del escaso cine norte y americano de ahora que merece la peña.

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