La pesada de la suerte
Me parece magnífico Ramón García, estupenda Melba Ruffo, de primera calidad el casting de las 100 telefonistas y de gran profesionalidad el tiempo de entrenamiento destinado a preparar el programa. Lo insufrible es que para ver si se gana o no la moto una defraudada señora de Barcelona haya que esperar hasta cuatro horas. Y de noche, de madrugada, desde la digestión de la cena hasta el estragamiento de un organismo, desprevenido para lo que sucedía sin opción de fin.A esas alturas, sin parar de telefonear, pugnando sin tregua y sin obtener provecho alguno, la velada terminó siendo muy amarga para la audiencia, en general. Cuesta trabajo creer que tras los muchos años de experiencia sea discutible que la capacidad de resistencia telespectadora es finita y cada vez más. En lugar de asistir a un concurso donde se supone que la gente acude para pasar el rato y llevarse, llegado el caso, algunas pelas, la Llamada de la suerte fue una tremenda cuesta arriba y en horas más bien destinadas a reposar. No puede ser, por tanto, que en lo sucesivo deje de tenerse en cuenta su desmesura. Ni en los mayores premios del mundo, incluido el Nobel, se debe trasnochar tanto para llevarse algún millón. En cuanto a los 100, los 100 millones con los que la propaganda trata de atraer clientes a Retevisión, los muñidores de la prueba se han pasado en añagazas. Efectivamente, va muy bien a los concursos una dosis de suspense, pero no puede abusarse de pegas que lleguen a quebrar el grado de ilusión. En cuanto la posibilidad de perder supera a la esperanza de triunfar el juego se estropea y, enseguida, parece ruin. Las marcas que patrocinan los concursos deben ser ecuánimes, pero no viene mal que enseñen un ápice de generosidad para hacerse gratas.
Retevisión no supo, en ese punto tan clave, hacerlo bien. Pareció benévola cuando enunciaba la pregunta inaugural de las 100.000 pesetas, pero lo hacía para obtener el provecho de su difusión nominal. Luego, procuró aparecer magnificente con los premios, pero enseguida se vio que entre las arrobas de sal, los 200 sobres de semilla o los 100 paños de cocina, ganaba menos en simpatía que en mala sombra. Igualmente eso de "cambio todo por una moto" sonó, estando ya al fin tan hartos como estábamos, como una befa autoritaria y fuera de lugar.
Ignoro, pues, si le falta visión a Retevisión o si sólo es cuestión de revisar longitud, el ritmo, y no regalar tantas motos a las amas de casa. Desde luego, ni el dinamismo de Ramón García, ni su mercurial y digna partenaire, pueden sentirse cómodos en ese formato farragoso, pesado, casi terminal. Es decir, una de dos: o aceptan la conveniencia de acortar el programa o admiten la eventualidad de que ciertos espectadores se corten las venas.
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