Un puente con el exterior
Una ONG organiza desde 1995 cursos en las cárceles madrileñas para preparar a los presos en su retorno a la libertad
La primera vez que Javier tuvo permiso para salir de la cárcel se dio cuenta de que no era fácil el reencuentro con la libertad. Con una condena de 16 años por robo con violación, había perdido la costumbre de relacionarse con la gente. "Tenía miedo de que la gente me mirara, de que pensara mal...".Este temor se repite en la primera salida de muchos presos. Por eso, la asociación Cupif (Con Un Pie Fuera) organiza desde 1995 un curso con el fin de preparar a reclusos para su vida fuera de la cárcel y que hasta el momento ha desarrollado con seis grupos en las prisiones madrileñas de Aranjuez y Alcalá-Meco.
Cada lunes, miércoles y viernes por la tarde, tres voluntarios recorren a pie los dos kilómetros que separan la cárcel de Alcalá de la parada de los autobuses. Son los miembros de Cupif que trabajan en esta prisión de mujeres. Durante unas dos horas, dos psicólogas y un educador social enseñan a reclusas de entre 25 y 30 años técnicas de habilidad social: cómo enfrentarse a los problemas, cómo pedir ayuda, autocontrol emocional, autoestima, etcétera.
Para que asistan a los cursos sólo les piden tres condiciones: que sepan leer y escribir mínimamente, que les falte más de un año para la libertad condicional y no sufrir alteraciones psicopatológicas.
"En la clase primero se introduce el tema del día y a veces son las propias internas las que lo hacen", explica Susana Díez, psicóloga responsable de Cupif. "Luego se discute y se aclaran las dudas. Es muy participativo. También introducimos ejercicios prácticos sobre el tema del que se trata".
Lo que más sorprende cuando se asiste a una de las clases es que podría pasar perfectamente por un aula universitaria. Especialmente por el vocabulario que manejan las reclusas. Algo que ellas mismas han notado. "Ahora sé hablar con palabras que antes sólo me salían de forma vulgar", dice una de ellas. Aunque el objetivo de Cupif es que los reclusos consigan desenvolverse cuando estén en libertad, han descubierto que por el camino aprenden otras cosas.
"Yo antes no razonaba", explica otra reclusa, "era agresiva cuando no conseguía lo que quería. Aquí me han enseñado a valorarme y a controlar mi temperamento".
Para Díez, la receta está en tratar con educación y respeto a los presos -"creemos que necesitan nuevos modelos y eso es lo que pretendemos ser"-, pero sobre todo es necesario que se enganchen: "Si ellos logran implicarse, pueden cambiar su forma de pensamiento y sus patrones de comportamiento".
Otra de las reclusas, que desde los 16 años ha pasado por diferentes prisiones, asegura que gracias al programa ha empezado un tratamiento de desintoxicación: "Ya no estoy como antes tirada en un patio. Ahora estoy con mi metadona y lo llevo bien".
Como mérito de su programa, Díez esgrime que ninguno de los reclusos que lo han seguido hasta el final ha quebrantado un permiso ni ha sido reincidente. "Se les hace hincapié en que sean conscientes del delito que han cometido y en que sientan empatía para que se pongan en el lugar de la víctima. Una vez que aceptan esto, saben que deben pagar por ello, pero no reinciden".
Al final del curso se hace un informe sobre la situación de cada interno que envía a la Junta de Tratamiento, el órgano encargado de decidir los permisos o, en su caso, la libertad condicional. "Sólo en una ocasión", dice Díez, "se concedió a un preso que nosotros considerábamos que no estaba preparado para salir. Y, una vez fuera, quebrantó".
El éxito de Cupif está relacionado en gran medida, según Francisco González, subdirector de seguridad de la cárcel de Alcalá-Meco, en que es un puente con el exterior. "Cualquier funcionario está capacitado para dar un curso como éste, pero las internas valoran más que no esté relacionado con la Administración, y por eso se implican más".
El programa no se queda en el aula en la que imparten las clases. A los internos que participan los incorporan como monitores del programa cuando se abre otro grupo. Es el caso de Javier. "A mí me sirvió como un trampolín para salir de la cárcel y para mis relaciones en la comunidad", dice. Visto el éxito, decidió aportar su experiencia a otros presos que empezaban el programa: "Era una ayuda más personal, porque yo estaba dentro. Sobre todo, consistía en aclarar dudas sobre el curso cuando no estaban las psicólogas, ayudarles a hacer los ejercicios...". Su presencia hace, también, que los internos se comparen: "Piensan, si él ha podido, quizá yo también".
Cuando comienzan las primeras salidas, la organización intenta que los presos salgan juntos y reúne a sus familias para que se apoyen entre sí.
"A mi hermano, el programa le ha ayudado sobre todo a encauzar sus problemas. No están solucionados, pero ya sabe lo que le pasa", dice Mari Cruz, hermana de un recluso condenado a 27 años de cárcel. "Este curso nos lo deberían dar a las familias. Les hablan de unos valores que ni piensas que existen", añade.
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