Molly Bloom siempre a flote MARCOS ORDÓÑEZ
- 1. Puntazos y comas. ¡Qué puntazo de actriz, qué momento más dulce está viviendo Rosa Novell! Y Lurdes Barba como directora, no lo olvidemos. Hablo de La noche de Molly Bloom, que Rosa Novell (actriz) y Lurdes Barba (directora) han presentado en Artenbrut. Hasta el 7 de enero. De jueves a sábado a las 21.00 horas, los domingos a las 19.00 horas. Grandísimo trabajo, otro de los grandes espectáculos de la temporada. La noche de Molly Bloom es una versión dramática del último capítulo del Ulises de Joyce. Ustedes pensarán: vaya lata. Probablemente porque no llegaron a ese último capítulo. A mí me pasó igual; me quedé a la mitad del libro. Esto pasaba cuando yo tenía 16 años; mi Ulises era una edición argentina, de Santiago Rueda, traducida por el catalán Salas Subirat, y comprada, bajo mano, en la trastienda de otro Salas, el librero clandestino de La Rambla.Me dije entonces (en voz baja): "De acuerdo, es una obra capital, importantísima para la narrativa del siglo, pero estoy harto de líos verbales y juegos de palabras. Me vuelvo a leer Dublineses, que es lo que realmente me gusta de este señor". Después hice trampa. Salté páginas y más páginas y me fui directo al final de Ulises, al monólogo de Molly, por culpa de Onetti. Onetti estaba tan fascinado por ese monólogo que se lo hacía leer a sus novias. Nunca acababan de leerlo, contaba, porque a la mitad o así siempre "pasaban a otra cosa". En fin. No tenía yo entonces la edad suficiente para percibir lo muchísimo que sabía el caballero Joyce de la vida, de los mecanismos que mueven a los hombres y a las mujeres. Claro que había leído Los muertos, que para mí sigue siendo su más conmovedora y profunda obra maestra. Luego, Joyce se puso a experimentar con el lenguaje, y a dar trabajo a cientos, miles de analistas literarios, y los árboles de la experimentación no me dejaron ver el bosque. Qué ganas de ponerle las cosas difíciles al lector, ¿verdad? A lo que iba: que no se preocupen, que en La noche de Molly Bloom el trío Novell-Barba-Sanchis Sinisterra se encarga de ponerle puntos y comas al monólogo de Molly, de redescubrírnoslo, de hacernos "legible" ese bosque de vida, de vida femenina.
Sanchis Sinisterra fue, cronológicamente, el primero. Con Magüi Mira, en 1979-1980. Montaje que no vi: estaba yo en plena mili. Una de las primeras experiencias parateatrales o intertextuales, no sé, de Sanchis. Con un cierto sentimiento de culpa por su atrevimiento. Escribía Sanchis entonces: "Transformar las aproximadamente 25.000 palabras del texto de Joyce, sin ningún tipo de puntuación, en un texto dramático puede parece una tarea irrealizable y, quizá, injustificada. Y es, sin duda, una enorme traición; el resultado de una suma de pequeñas infidelidades. Pero, como todos sabemos, la traición es el inicio de la creación artística. Traicionar la textualidad de Joyce, pues, para instaurar la teatralidad, pero también asumir la textualidad de Joyce para traicionar la teatralidad". Sanchis no nos endilga las 25.000 palabras: selecciona, condensa, y lo hace muy bien. Aun así, el espectáculo resulta un pelín largo. Porque, como se sabe, no es que haya acción dramática propiamente dicha. Hay el famoso fluir de la conciencia, sin trama, sin argumento; la conciencia de Marion Molly Bloom durante una noche de insomnio, la madrugada del 16 al 17 de junio de 1904. Lo que nos dice Molly Bloom era revolucionario hará casi un siglo, y lo sigue siendo. Porque es una voz de mujer, sin trabas; una voz que se adelanta 50 años a las voces de la Duras, de la Sarraute, a las epifanías femeninas, libérrimas, del nouveau roman. Molly Bloom, nos dice Sanchis, es una esposa dublinesa de principios de siglo, hundida hasta el cuello en la mediocridad de una existencia pequeñoburguesa, pero dotada "de una moralidad poco convencional y una lucidez poco corriente". Entre la alta madrugada y el amanecer, Penélope / Molly teje y desteje el manto de su vida, mientras su marido, Ulises / Leopold, duerme a su lado. Recuerdos inmediatos y remotísimos, amantes lejanos y presentes, frustraciones y trenes perdidos, pero, por encima de todo, una vitalidad, un humor sardónico, una sensualidad y una fuerza esencialmente femeninas. Para mi gusto, junto con Le ravissement de Lol V. Stein, de la Duras, el texto femenino más importante del siglo. Y acaba Sanchis: "Un cuerpo y una voz de mujer, la silueta de un hombre dormido, un fragmento de habitación, ruidos nocturnos, luces que taladran la oscuridad y nos permiten ver, y escuchar. No hace falta más para crear una acción teatral".
- 2. A sus pies, señora. La adaptación la pone Sanchis; el metrónomo, Lurdes Barba. El cuerpo y la voz, Rosa Novell. Es un trabajo cosido a mano, tan bien cosido (y planchado) como el monólogo de la señora Zitel en Plaça dels herois, en el Nacional, la primavera pasada. O, para mi gusto, todavía mejor, porque aquí la Novell es protagonista absoluta. Agoté los superlativos en aquella crítica, así que tendré que esforzarme un poco para empujarles a ustedes al teatro. Antes de hablar de Molly/Novell hablemos del entorno, de la luz y el espacio. La luz, la luz justa, indispensable, es de Albert Faura. La escenografía, la alcoba de los Bloom, es de Elias Torres y, francamente, "bonita no es", como diría Sergi Mas. Casi parece un homenaje a la gauche divine, tan rescatada estos días, porque recuerda demasiado a una escenografía onírica de la Escuela de Barcelona, con la cama y los cuadros lacados de blanco. O a un club de la época: una pesadilla después de una noche de copas en el Stork del pasaje Arcadia. Pero pronto te olvidas de esa cama casi liberty porque en ella está la Novell, a esa hora "entre chien et loup", que dicen los franceses, toda ella "entre chien et loup": sabiamente vulgar, sabiamente sublime. Con el cabello revuelto y el cuerpo caliente, y las medias a media asta; poniéndose crema en los pies, sentándose en el orinal, levantándose, desvelada, para ajustar las luces de gas o contemplar la claridad que se insinúa en la ventana del fondo, volviendo a la cama donde ronca Ramón Garrido, un papel desagradecido pero la mar de cómodo. Y para hablarnos de sus amantes, y de su lejana hija Milly, y de su todavía más lejana infancia gibraltareña, con las luces del peñón "brillando como luciérnagas" y el recuerdo de su primer novio, un militar, endureciéndose en un pañuelo que durante meses guardó bajo la almohada para aspirar su olor. Y el rabioso golpe de lágrimas, en lo más oscuro de su noche, al evocar la muerte de su hijo, y acto seguido una nueva broma, una mueca, como quien silba en un pasillo negro.
La Novell (a las grandes actrices se les antepone el artículo: la Sardà, la Lizaran, la Espert) interpreta el texto en castellano, supongo que porque así lo concibió Sanchis, y en proa, imagino, a una gira por España, porque este espectáculo puede arrasar en cualquier lado, y arrasará. Un castellano que a mí me recuerda la elegancia de la Montes, Conchita Montes; una Novell que conjunta la lúcida y descarada cotidianidad de la Sardà y el humor sardónico de la Espert. En las grandes damas del teatro siempre hay un antes y un después de. Un turning point, un momento en el que aprenden a reírse de sí mismas, de su divismo, y a mostrarse, felizmente impúdicas. El turning point de la Espert se produjo, para mi gusto, en La gavina de Flotats. La Novell había dado muestras de un enorme sentido del humor en La marquesa Rosalinda, de Arias, y en Restauració, de Mendoza, y luego había tenido un altísimo momento trágico, lírico-trágico, en su monólogo de Pels pobles, de Joan Ollé, pero su turning point se produce, como decía antes, con otro monólogo, el de la señora Zitel de Bernhardt, dirigida por García Valdés. Ahí es cuando la Novell empieza a resplandecer, a jugar, a templar y a mandar, torerísima. Pero en Artenbrut, en La noche de Molly Bloom, juega con todas sus cartas, todas sus gamas, y se olvida, definitivamente, de la necesidad de encantar, de gustar, porque ya lo sabe, ya sabe que está guapísima, como todas las damas que se ríen de la luna: una Gloria Grahame del Eixample, una Anette Benning de barriada. A sus pies, señora. (Por cierto. ¿Para cuándo nos regala usted el Dulce pájaro de juventud de Tennessee Williams?)
- 3. Posdata. Dos recomendaciones, antes de acabar. También he visto esta semana (les hablaré la próxima) Blau / Taronja, de Joe Penhall, uno de los grandes éxitos del National Theatre la pasada temporada, y que Teatreneu presenta -otro puntazo- en su première mundial fuera del Reino Unido, antes de su salto al West End y a Broadway. Formidable texto, muy bien dirigido por Jesús Diez en su mejor trabajo hasta la fecha; no se la pierdan.
Otra cosa. La semana pasada les hablaba de libros de y sobre Peter Brook. Maria Antonia de Miquel, que dirige Alba Editorial, me hace llegar La puerta abierta, textos y conferencias del Mago, y me anuncia la inminente publicación, para su impecable colección teatral, de Más allá del espacio vacío, la traducción española del imprescindible The Shifting Point: Forty Years of theatrical exploration, 1946-1987. Y, en breve, otro regalo: Interpretar a Shakespeare, de John Gielgud. Hasta la semana próxima.
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