El laboratorio de España
Cataluña ha vivido un trimestre brutal. ETA ha sembrado el dolor y ha dejado cuatro cadáveres: dos concejales del PP, un ex ministro socialista y un guardia urbano de Barcelona. Hasta ahora, Cataluña nunca había experimentado de forma tan continuada la dureza del terrorismo. El conflicto vasco se había vivido con sordina. Pero desde hace semanas, la muerte se percibe en directo. El terrorismo etarra se ha convertido "en un verdadero problema que no se puede seguir observando desde la distancia", según el primer secretario de Esquerra Republicana, Josep Lluís Carod Rovira. Y desde Cataluña, con la manifestación de repulsa al asesinato de Ernest Lluch, el 23 de noviembre, comenzó a extenderse un clamor de propuesta de diálogo que, expresando el sentir de cientos de miles de manifestantes -y de otros muchos españoles-, verbalizó la periodista Gemma Nierga para enfado de los dirigentes del Partido Popular.La manifestación contra ETA marcó un punto de inflexión a favor del diálogo. El pulsómetro de la Cadena SER efectuado el 27 de noviembre mostró que el 60% de los españoles pedía al presidente del Gobierno, José María Aznar, que firmara el pacto contra ETA que le proponía el PSOE. El PP, sensible a las encuestas, se avenía a rectificar el rumbo. Atrás quedaban las propuestas de pacto preelectoral PP-PSOE en Euskadi. Hasta que el 12 de diciembre, socialistas y populares firmaban el acuerdo antiterrorista. "Ese pacto, nadie lo duda, es hijo del espíritu de Ernest Lluch", asegura el líder socialista catalán, Pasqual Maragall. Ya con anterioridad, el propio Maragall había lanzado ideas de diálogo que completaban la estrategia de firmeza: un Gobierno de concentración en Euskadi y convocatoria de elecciones. Ideas fraguadas en sus idas y venidas al País Vasco, su conocimiento de las tesis defendidas por socialistas vascos como Txiki Benegas o Jesús Eguiguren, su visión muy plural de España, que, sostiene, debe entrar en lo que llama "segundo periodo constitucional". Maragall formulaba sus propuestas desde la experiencia de ver morir a los viejos compañeros: Juan María Jáuregui, Fernando Buesa...
Pero la propuesta de Maragall, o la de Lluch, o la iniciativa popular del diálogo emanan también de la experiencia de vertebración política catalana a la que se acusa reductoramente de ser hija del magma pujolista, cuando es producto de un escenario político distinto al de Madrid y al de Euskadi: un centro derecha moderado, de raíces antifranquistas; un socialismo muy autonomista, al que la caída del Gobierno no mermó influencia, y un independentismo pacifista. Esta mayonesa permite, por ejemplo, oír en una emisora de la Generalitat -Catalunya Ràdio- cómo un secretario de Estado del Gobierno de Aznar -Jorge Fernández Díaz- confronta sus opiniones con Carod Rovira.
¿Es Cataluña un laboratorio de ideas / proyectos de España? "A los catalanes nos gusta pensar que sí", afirma sin dudarlo Maragall. Xavier Trias, portavoz de CiU en el Congreso de los Diputados, responde con un explícito "somos diferentes", aunque a la Constitución algunos la subtitulan como "la de los catalanes" por el papel que en su redacción desempeñaron Miquel Roca (CDC), Jordi Solé Tura (PSUC) y Eduardo Martín Toval (PSC).
"La verdad", agrega Maragall refiriéndose a los problemas de Euskadi, "es que tenemos menores responsabilidades que los vascos o el Gobierno de Madrid, y eso nos permite ejercitarnos en la flexibilidad". El caso es que Cataluña procura sobrevivir a los golpes del terrorismo manteniendo sus discrepancias, pero evitando que éstas se manifiesten encarnizadamente en el foro del Parlamento catalán. "Eso debe atribuirse a la tradición pactista", subraya Maragall. Lo cierto es que la gran almohada que constituyen Convergència i Unió y el PSC (75,55% de los votantes en 1999) amortigua las estridencias derecha-izquierda y hace más transitable la accidentada carretera que va desde el nacionalismo catalán al nacionalismo español. Los socialistas catalanes, por ejemplo, no insisten en que CiU firme el pacto, y desde la coalición nacionalista no se ataca frontalmente el acuerdo. La situación supone un bálsamo para CiU, que comparte los 10 puntos del pacto antiterrorista, pero al tiempo mantiene relaciones de hermandad nacionalista con el PNV. "He dicho por activa y por pasiva que el pacto PP-PSOE no es negativo; para nosotros no es aceptable porque excluye al PNV; pero sobre los nacionalistas vascos tenemos la obligación de acompañar nuestras afirmaciones de solidaridad reiterando que no estamos de acuerdo con algunas de sus opiniones", subraya el líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida, quien añade que también "el pacto de Lizarra excluía a los partidos españoles".
La agenda política marcada por los atentados de ETA ha puesto a prueba la resistencia de ese núcleo duro que integran básicamente los nacionalistas políticamente correctos de CiU -que no han cuestionado la Constitución y que han sido implacables con el terrorismo- y unos socialistas para los que el pacto PP-PSOE, con la consiguiente exclusión del PNV, tampoco es plato de total gusto, aunque lo defienden. Junto a ellos, pero en el extremo del cuadrilátero, los más difíciles de conciliar: los populares de Alberto Fernández Díaz y los independentistas de ERC. La delicada situación ha provocado que el presidente del Parlamento catalán, Joan Rigol, ponga en marcha toda su capacidad de persuasión de histórico democristiano para salvar los muebles de la unidad. Y, de momento, las cosas no le han salido mal del todo.
El miércoles, día en que caía asesinado el guardia Juan Miguel Gervilla, la oposición retiraba en el hemiciclo sus interpelaciones a Jordi Pujol sobre el pacto antiterrorista. "Hay más unidad de la que puede parecer por los discursos", afirmaba un emocionado presidente de la Generalitat.
"Cataluña y Euskadi son nacionalidades del Estado. En Madrid piensan: '¿Qué pasará en las demás nacionalidades si damos demasiado al País Vasco?'. Por eso es importante que Cataluña le diga a España que quiere hacer las cosas de otra manera. La diferencia entre nosotros, los socialistas, y el PP es que nosotros partimos de la Constitución. Somos los de 1977 y algunos de ellos son los del susto del intento de golpe de 1981. Para nosotros la Constitución es un punto de partida; para ellos de llegada", subrayaba Maragall en una entrevista a este diario el pasado mes de octubre.
Ahora, tras la ofensiva etarra en Cataluña y la firma del pacto antiterrorista PP-PSOE, la actitud de los partidos catalanes puede ser una señal para el PNV. ¿Servirá el laboratorio para trazar pistas de aterrizaje a quienes dentro de esa familia mantienen los principios democráticos de siempre? ¿Para enriquecer, con la fórmula que sea, el diálogo circunscrito ahora a los dos grandes partidos españoles?
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