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Columna
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Teleárbitros

La polémica es antigua, resurge periódicamente, sobre todo desde que las modernas técnicas televisivas posibilitan un estrecho y objetivo seguimiento de todo lo que sucede en el terreno de juego en un partido de fútbol. Unas técnicas que permiten dar cuenta de garrafales errores de los árbitros, con las consecuencias que conllevan: derrotas y victorias que se nutren de goles anulados o concedidos injustamente, de expulsiones acertadas o desacertadas, de penaltis reales y simulados. Hay ejemplos recientes, y polémicos: el gol anulado a Rivaldo en el Bernabéu, el concedido días después a Raúl en ese campo ante el Leeds, o el penalti de Reina a Eto'o, hace nueve días en el Camp Nou. En los tres casos, las cámaras de televisión demostraron sin lugar a dudas que las correspondientes decisiones arbitrales habían sido erróneas. En los tres casos, esas equivocaciones arbitrales condicionaron el resultado: el Barça se vio privado de una victoria, el Madrid acabó ganando y el Mallorca se quedó con un empate. Porque las cámaras demostraron que se equivocó el árbitro que anuló el gol del barcelonista por un fuera de juego inexistente, que erró el que concedió un tanto que el madridista Raúl marcó con la mano y que también falló el que no sancionó el penalti que cometió el portero barcelonista al derribar al jugador del Mallorca. Unas decisiones que fueron desautorizadas de forma inmediata por las cámaras de televisión. Un árbitro que tuviera a su disposición un monitor podría haber corregido sobre la marcha esos errores. ¿Por qué no se les ofrece esa posibilidad a los árbitros? El legendario torneo de las seis naciones de rugby ha implantado este año el llamado árbitro de vídeo, para ayudar al que sigue el partido desde el campo, que no lo puede ver todo. De manera que cuando duda en una jugada, requiere el concurso de ese ayudante, que le ofrece las indicaciones oportunas, y decide en consecuencia. Pero el fútbol parece ser otra cosa. Ya lo dijo aquel todopoderoso presidente de la Fifa Joâo Havelange: la polémica alimenta al fútbol, que, sin ella, pierde parte de su interés. Lo que pasa es que siempre parece alimentar a los mismos. ¿No será que las altas instancias futbolísticas disfrazan de polémica sus propios intereses?

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