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Coartada Carod

Carod Rovira ha proporcionado la gran coartada de las elecciones del 14 de marzo. No importa la distancia que media entre el error, su filtración y manipulación, y la fecha electoral. El estrépito de los palmeros mediáticos de toda laya, y la máquina de triturar del Partido Popular y su Gobierno ya se encargarán de extender más allá de lo necesario lo que en cualquier circunstancia no pasaría de un desacierto.

El nacionalismo español y sus neocons tuvieron siempre claro que las apelaciones sentimentales, alejadas de la razón, pueden incidir en toda suerte de cacúmenes, y no sólo en las mentes obtusas de los analfabetos. Y no han dudado ni un instante en hacer las proclamas necesarias para extender la creencia de una patria en peligro en manos de los nacionalistas periféricos. El peligro de su gestión, de las cuestiones ordinarias para la ciudadanía, se alejaba en la misma proporción que una disputa inútil ocupaba el lugar del paro, la inseguridad, el peligro cierto de la guerra, la discriminación de género, las muchedumbres por debajo de los umbrales de la pobreza , la siniestralidad laboral, la exclusión social, o la liquidación de los sistemas públicos de salud, educación o servicios sociales.

España en llamas, y menos mal que los profesionales del ejército se dedican a otros menesteres, o simplemente carecen de efectivos. Porque su reclamación se advierte en los encendidos discursos de la frialdad del todavía jefe de Gobierno y de sus voceros, mediáticos o no.

De un plumazo queda eliminada la mengua de nuestra presencia en Europa, nuestra vinculación a la política de la actual Administración republicana de los Estados Unidos, e incluso se endosa al desaguisado del líder de Esquerra Republicana la conocida y prevista huida de empresas multinacionales de Cataluña, y si se tercia de España. Los males de la patria, en un remedo tan esperpéntico como inútil, ya tienen causa, y remedio: la equivocada acción de Carod y la liquidación de la voluntad ciudadana del pueblo de Cataluña, legítima y legalmente representada en el Gobierno Maragall. Nada importa, y todo vale, como ocurriera en los noventa del pasado siglo.

Una derecha capaz de poner en cuestión los sistemas de inteligencia del país, su propia seguridad, ha vuelto a poner en cuestión la profesionalidad y la independencia de los funcionarios, y nos ha amenazado con descubrir una trama de complicidades institucionales contra la propia esencia de la democracia. Los partidarios de la ley y el orden conculcan a una y escarnecen al otro.

No sólo el PP y su Gobierno se alborozan con la gran coartada. Para otros la España plural, el Gobierno plural de Cataluña, pueden haber sido referencia más o menos retórica. Carentes de convicciones, se aplican en voz más o menos estridente a proclamar la imposibilidad de un entendimiento que no sea el que ellos dicen entender que es España y la democracia. Esto es, una referencia cercana a La lira y la gaita, de aquel fascista español a quien la violencia ciega que contribuyó a desencadenar impidió que se alistara en la orgía de los años cuarenta del pasado siglo.

Unos y otros anacrónicos, mera sustancia de ideología averiada que la realidad cotidiana desmiente. El divorcio entre el país real y la vocinglería interesada es cada vez mayor. Sin embargo, la apelación que por ahora llamo sentimental e interesada, hace mella en las conciencias de la ciudadanía. Ésta, por supuesto intuye, y las direcciones se acomodan a las intuiciones. La labor pedagógica de la democracia no se inscribió ni en la Constitución de 1978 ni en los programas políticos de los partidos que dicen defenderla. La ausencia de la educación para la democracia convierte aún en más frágil la de suyo fragilidad de todo sistema democrático. Y esto habrá que anotarlo en el debe de quienes tienen, o han tenido, la responsabilidad de gobernar las instituciones de este país.

Nadie explica con detenimiento a la ciudadanía que el estado cuyas esencias dicen defender ha perdido gran parte de sus atributos en los últimos veinticinco años. La moneda, las fronteras, las fuerzas armadas, ya no son las de la España marginada y mugrienta que todavía conocimos gran parte de la población. Que la devolución de los poderes a la ciudadanía, a través del estado complejo autonómico, nos han llevado al inicio de un proceso federal sin traumas. O sin más traumas que los que provoca una banda terrorista y la respuesta desabrida de gobernantes de saldo, ayunos de voluntad y formación democráticas.

El 14 de marzo se trata de elegir entre el pasado, inservible como no sea como referencia escolar, y el futuro que poco a poco nos hemos ido dando. Confío que los Idus cancelen un paréntesis demasiado largo de desprecio a la inteligencia y a nuestros pueblos tan diversos como fraternos, mal que les pese a quienes obtienen sus réditos de la confrontación, de la crispación, del insulto y de la descalificación del adversario.

Y que desde la izquierda nadie dé cobijo a la gran coartada, por más que algunos el 17 de noviembre de 2003 desearan el fracaso del gobierno plural de Cataluña, y, ¡oh!, un gobierno de coalición con la derecha arranciada de CiU incluido el soberanismo de ERC, frente al gobierno de progreso y catalanista presidido por Pasqual Maragall.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia, licenciado en Ciencias Políticas y diputado por el PSOE por Valencia.

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