Mary McGrory, la reina del periodismo en Washington
Para que la firma de un periodista de Washington adquiera el carácter de leyenda hace falta que su pasado incluya dos premios, y Mary McGrory los tenía: haber logrado un Pulitzer y haber figurado en la lista de enemigos del presidente Richard Nixon. McGrory murió en esta capital la semana pasada a los 85 años de edad.
En una ciudad tan llena de rencores políticos y personales, el funeral de McGrory parecía un acto de reconciliación entre periodistas que compiten y congresistas que se odian. Todos buscaron un sitio en la ceremonia y todos comparaban su anecdotario para recordar el carácter de la mujer que definió una manera incomparable de ejercer el periodismo. Allí estaban Carl Berstein y Bob Woodward, pioneros del caso Watergate que McGrory siguió de manera apasionada. O el senador Ted Kennedy, muy vinculado a ella porque compartían la sangre irlandesa de su Boston natal. O George Stephanopoulos, a quien McGrory ya daba órdenes cuando sólo era un becario en el Congreso. O Tim Russert, la estrella de la NBC, que en un comentario definió muy bien la esencia de esta mujer: "Si estuviera aquí viva, habría sido la primera en llegar y la última en marcharse, y habría hablado con todo el mundo".
Para amigos y jefes ("Yo sabía muy bien quién de los dos mandaba", decía con ironía uno de sus directores en The Washington Post) Mary McGrory era un caso único en la profesión porque había decidido seguir trabajando a pesar de haber podido dejarlo. Seguir trabajando de verdad: McGrory despreciaba a las grandes firmas del periodismo que cuando conseguían su columna semanal en el Post o en el Times dejaban de patearse el suelo del Capitolio.
Hasta los últimos días de su vida profesional antes de un ataque al corazón hace algo más de un año, McGrory era una figura permanente en el Congreso y el Senado. Asistía a las comisiones más aburridas y aparecía en sesiones de las cámaras a las que no iban más que un puñado de políticos. "Le encantaban las salas del Congreso. Adoraba la sala de prensa de la Casa Blanca. Amaba las ruedas de prensa abarrotadas. Disfrutaba en cualquier lugar en el que pudiera contemplar la actuación de un político y detectar sus debilidades", dijo durante el funeral su primo Brian McGrory, columnista en The Boston Globe.
Nacida y criada profesionalmente en The Washington Star, McGrory saltó de la sección de libros a la de política nacional con el encargo de cubrir las sesiones de la Comisión McCarthy en 1954 "para contar lo que pasa como si se lo contaras a tu tía", le encargó el director, Newbold Noyes. Allí creó su estilo, repleto de detalles, directo en la esencia, pero con un inglés erudito de gramática impecable. Algunos de sus jefes solían quejarse de que no entendían algunas de las palabras que usaba. "Para eso están los diccionarios", respondía ella.
Sólo consintió fichar por el Post cuando el Star cerró en 1981. Trabajó todos los días hasta el 13 de marzo del año pasado, cuando criticaba en sus últimas columnas la posibilidad de que su país invadiera Irak. Y en toda su vida sólo se lamentó de una cosa: no haberse casado nunca. De todas sus páginas publicadas siempre recordaba con tristeza sus crónicas sobre la muerte de John F. Kennedy. Ante el féretro del presidente, ella fue quien escribió: "De este funeral, lo mejor que se puede decir es que al él le habría gustado". Lo mismo pensaron quienes se despidieron de ella en Washington.-
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