Felipe y Letizia renuevan la Corona
La boda real congregó a 1.700 invitados en una ceremonia empañada por la intensa lluvia
Felipe de Borbón y Grecia, heredero al trono de España, contrajo ayer matrimonio con Letizia Ortiz Rocasolano, en la catedral de la Almudena ante 1.700 invitados, en una ceremonia que pudo ser seguida a través de la televisión en todo el mundo por mil millones de espectadores. Fue una boda por amor, una boda real, la primera que se celebra en Madrid en 98 años, una boda marcada por la lluvia.
Ayer, en la Almudena no hubo lágrimas de emoción, toda el agua estaba en la calle. Un ambiente de tristeza invadió la ceremonia cuando las nubes negras, que desde primera hora de la mañana amenazaban la ciudad, decidieron mostrar su ira, justo en el instante en que se iniciaba el cortejo nupcial.
Don Felipe sonrió al ver llegar a la novia, la mujer que ha elegido para formar una familia y con la que compartir sus deberes con la Corona
La pareja pidió que se empleara la fórmula más larga y participativa en la ceremonia. La voz del Príncipe sonó segura; la de Letizia, profesional
Cuando Felipe, de 36 años, y Letizia proclamaban sus votos de amor y fidelidad, un aparatoso trueno sonó en el interior de la catedral y sobrecogió a todos. A las 11.45, Letizia, una periodista divorciada de 31 años, se convertía en Princesa de Asturias y en la futura Reina de España, delante de reyes, príncipes, jefes de Estado, políticos, empresarios, deportistas y representantes del mundo de la cultura.
Madrid se engalanó y salió a las calles para presenciar el paseo de los novios por la ciudad hasta la basílica de Atocha, donde Letizia ofreció su ramo de flores, y luego en la Plaza de Oriente, donde los recién casados saludaron desde el balcón de palacio antes de que se iniciara el banquete nupcial.
Don Felipe fue el más resignado ante la inclemencia del tiempo. Con su gestos, con sus miradas cómplices, trató de tranquilizar a las dos familias, la familia real y la Ortiz-Rocasolano, dispuestas a izquierda y derecha del altar central. Pero el Príncipe no podía resistirse a mirar de reojo las pantallas de televisión dispuestas por todo el templo cuando esperaba a Letizia. Las imágenes eran concluyentes: la lluvia se había convertido en diluvio y la novia no podía cruzar a pie los más de 200 metros de alfombra roja que unían el palacio y la catedral.
Los duques de Calabria, el infante Carlos de Borbón Dos Sicilias y Ana de Francia, abrieron la comitiva real, antecediendo al príncipe Felipe en su camino hacia el altar. Tras ellos, la infanta Margarita y su esposo, Carlos Zurita; la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarín; y la infanta Elena con Jaime de Marichalar. El Rey daba el brazo a su hermana mayor, Pilar, según indica el protocolo de estas ceremonia. Cerraba la comitiva la Reina, que ejercía de madrina en la boda de su hijo. Doña Sofía lució la tradicional mantilla española, y su hijo, el uniforme de gran etiqueta del Ejército de Tierra. Cuando la Reina caminaba del brazo de su hijo, la lluvia comenzó a caer con insistencia y, ante el temor a quedar totalmente empapada, reclamó un paraguas con el que hizo el final del recorrido.
Don Felipe tuvo que aguardar a Letizia durante 20 minutos al pie del altar central. En el ambiente se olía a lirio y se respiraba tensión. El retraso de la novia no se debió a que ella hiciera uso de esa cortesía aceptada para toda mujer el día de su boda de llegar tarde. Lo que sucedió es que el servicio de protocolo buscaba una solución para que la novia pudiera llegar sin mojarse a la catedral. En esos momentos, la alfombra de algo más de 200 metros que unía el Palacio Real y la catedral de la Almudena estaba anegada.
Fue el Príncipe quien recibió algún tipo de información y quien la trasmitió a los que estaban más cerca de él. La novia renunciaba a su paseo y llegaría en un Rolls-Royce. Y así fue. Letizia salió de palacio acompañada de su padre, Jesús Ortiz. Saludaba y sonreía levemente dentro del coche. Estaba, como todos, triste por la situación. Su gran día no iba a ser tan luminoso como había soñado.
En una furgoneta junto al coche de la novia iban los sobrinos de los contrayentes, que tampoco pudieron portar la guirnalda de flores con la que iban a acompañar a Letizia, ceremonia para la que estuvieron ensayando toda la semana.
Las cámaras de televisión dejaron de enfocar a Letizia cuando ésta llegó a la entrada principal de la catedral. El siguiente problema era que su traje, diseñado por Manuel Pertegaz, no se mojara, algo que parecía una tarea imposible porque la alfombra ya no soportaba más agua.
En absoluta privacidad, las damas de honor y el personal de protocolo elevaron más de lo conveniente la falda de la novia. Al final, el traje se salvó, y cuando Letizia inició su camino al altar del brazo de su padrino el agua no había hecho mella en la blanca tela.
Don Felipe sonrió al ver a su novia, la mujer con la que ha mantenido seis meses de relación oficial y un año de amor. La mujer que ha elegido para formar una familia y la mujer en la que cree haber encontrado a la Princesa de Asturias, con la que compartirá sus deberes con la Corona. Letizia respondió al gesto pero de manera más contenida. Don Felipe le dio un beso en la mejilla a Letizia después de estrechar la mano del padrino. Los Reyes de España contemplaban la escena a pocos metros.
Los más pequeños de las familias Borbón y Ortiz devolvieron la alegría a todos con sus travesuras. Juan, el hijo mayor de la infanta Cristina, se negó a entrar junto a sus primos por la nave central, y las cuidadoras optaron por llevarse a los pequeños por un lateral de la catedral hasta unos almohadones dispuestos junto a la familia real.
Cuando Froilán vio a su tío y padrino allí en el altar, no lo dudó: "Hola, Felipe". El saludo se escuchó en el silencio y el ambiente se relajó. Pero ahí no acabó el papel de los críos. Una vez sentados en los cojines dispuestos para ellos, Pablo, otro de los hijos de doña Cristina, decidió quitarse los zapatos, mientras Froilán la emprendía a patadas con Carla, la sobrina de la novia. En vista de la revuelta, los pequeños fueron sacados del templo para que jugaran en la sacristía.
Beltrán Gómez Acebo, primo de don Felipe, hizo la primera lectura de la ceremonia. La segunda sonó en la voz radiofónica de la abuela paterna de la novia, Menchu del Valle. "El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca". Las palabras emocionaron a Letizia, pero sin llegar a las lágrimas. Don Felipe estaba pendiente de ella. Le prestó su pañuelo para quitarse los brillos del maquillaje. Le daba la mano y le acariciaba cuando la veía seria. Letizia lo estaba. Fue una novia, seria, nerviosa, tensa y conversadora.
La pareja pidió al cardenal y arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, que empleara la fórmula más larga y participativa para la ceremonia del matrimonio. Ésa en la que son los novios los que se hacen los votos de amor y fidelidad. La voz del Príncipe sonó segura. La voz de Letizia sonó profesional; sus años de presentadora de televisión la ayudaron a salvar el momento con aplomo. Antes de iniciarse el sacramento, don Felipe pidió con la cabeza permiso a su padre, el Rey, para casarse.
Los anillos, de oro amarillo muy sencillos, se deslizaron sin problemas por los dedos de la pareja. No así las arras. Alguna de ellas rodó por el suelo, y además a don Felipe se le olvidó el texto que debía pronunciar en esos momentos. En eso el Príncipe fue un novio más. También en mostrar su amor a la mujer con la que ha decidido compartir su vida.
Rouco Varela pidió en su homilía a los novios que abrieran "las puertas de su hogar al dolor y a las necesidades de los más indigentes y débiles, y les animó a no tener miedo, y a abrirse al amor de Dios Padre". También les recordó que su matrimonio "inserto en la línea dinástica y en la historia milenaria de la Monarquía Española, íntimamente vinculada al mejor y más glorioso pasado de los pueblos de España, exige un plus de disponibilidad al servicio a España, absolutamente único y singular". Y añadió: "En el fondo de vuestra decisión libre y personalmente adoptada", señaló, "está y late un compromiso de amor porque os amáis y os queréis amar para siempre y por ello deseáis entregaros el uno al otro plena e incondicionalmente hasta que la muerte os separe. Queréis haceros donación de todo lo que sois y tenéis el uno al otro: de vuestras personas, de vuestro cuerpo y de vuestra alma, de vuestro corazón, con una gratuidad y generosidad tales que de vuestra mutua donación surja el don de nuevas vidas, el don de los hijos".
"El amor, según San Pablo, es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca", concluyó.
Estas palabras provocaron miradas cómplices de la pareja y gestos emocionados de los presentes, en especial de doña Cristina, la hermana menor de don Felipe, y una de las mayores valedoras de Letizia ante los Reyes de España en los primeros meses de relación.
Cuando Rouco Varela declaró marido y mujer al Príncipe y a Letizia, la Reina les dio la enhorabuena en la distancia y en sus labios se le entendió su felicitación. Entonces, Letizia buscó la mirada cómplice de sus padres. Jesús Ortiz y Paloma Rocasolano, sentados a la derecha del altar, juntos, a pesar de que no son matrimonio desde hace más de tres años. A su lado, los abuelos de la novia y sus hermanas, Erika y Telma. Detrás de la familia Ortiz-Rocasolano, los testigos, casi una veintena por cada contrayente. La pareja quiso que sus primos más cercanos y algunos amigos fueran quienes rubricaran su matrimonio. Entre los testigos de Letizia, varios periodistas.
Los novios se besaron de nuevo en la mejilla en el momento de darse la paz. Y, de nuevo, la Reina les lanzó un beso al aire. Después de la comunión y mientras muchos de los 1.700 invitados aguardaban para recibir la Eucaristía, la pareja se cogió de la mano y comenzó una larga conversación de gestos y palabras.
Había transcurrido más de una hora de ceremonia en la catedral de la Almudena y el ambiente se había relajado algo. Los rostros de tristeza de los primeros minutos fueron desapareciendo poco a poco. La lluvia había quedado olvidada. Pero fue la lluvia quien retrasó el final de la ceremonia, que concluyó casi 20 minutos después de lo previsto. Rouco Varela leyó antes de dar la bendición un mensaje del papa Juan Pablo II.
Faltaba un cuarto de hora para la una cuando don Felipe dio el brazo a su ya esposa para abandonar juntos el templo. El nuevo matrimonio saludó con respeto a los Reyes de España antes de adentrarse por la alfombra roja de la nave central y comenzar a recibir felicitaciones.
Compañeros del príncipe Felipe en las tres academias militares en las que recibió enseñanzas castrenses hicieron con sus sables un arco de honor en la puerta del templo. La salida de los Príncipes de Asturias de la catedral de la Almudena fue acompañada por el redoble de las campanas. Seguía lloviendo. Pero esta vez el agua no rompió la sonrisa de la pareja. En la plaza, una mujer recordó un viejo dicho: "Boda lluviosa, boda dichosa". España ya tiene Princesa de Asturias.
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