Los mitos de la Guerra Civil
En el orden financiero, la República tenía ventaja porque controlaba las sustanciales reservas de oro del Banco de España, cuya movilización serviría como medio de pago de los suministros importados del extranjero, en tanto que sus enemigos carecían de recursos constantes análogos y sólo disponían de sus posibilidades exportadoras para obtener divisas aplicables a las ineludibles compras exteriores. Esta ventaja inicial en recursos industriales y financieros por parte de la República hizo creer a algunos de sus dirigentes que la prueba de fuerza planteada por los sublevados podría ganarse. Así lo hizo explícito Indalecio Prieto en una alocución radiada el 8 de agosto [de 1936] de buscado tinte optimista (por más que la realidad conocida no fuera tan idílica):
Azaña decía que los enemigos de la República habían sido Gran Bretaña, las disensiones internas del Gobierno, la intervención italo-alemana y Franco
Los sublevados contaban con las bien pertrechadas tropas de Marruecos y con la mitad de las fuerzas armadas de la Península con una estructura de mando funcionalmente operativa
La defensa de la legalidad republicana había quedado en manos de las milicias sindicales y populares, mandadas por los escasos militares que se mantuvieron leales
"¿De quién pueden estar las mayores posibilidades de triunfo en una guerra? De quien tenga más medios, de quien disponga de más elementos. Esto es evidentísimo... Pues bien: todo el oro de España, todos los recursos monetarios válidos en el extranjero, todos, absolutamente todos, están en poder del Gobierno. (...) Todo el poder industrial de España... está en nuestras manos".
En términos militares, los sublevados contaban con la totalidad de las bien preparadas y pertrechadas fuerzas de Marruecos (especialmente, el contingente humano de la temible Legión y de las Fuerzas de Regulares Indígenas: "los moros") y con la mitad de las fuerzas armadas existentes en la propia Península, con una estructura, equipo y cadena de mando intactos y funcionalmente operativos. El mayor problema en este ámbito residía en las dificultades de transporte del llamado "Ejército de África" a la Península (habida cuenta de la falta de flota y aviones para llevarla a cabo), motivo por el cual el general Franco había emprendido sus propias gestiones para hacer posible la empresa mediante la solicitud del apoyo aéreo italiano y alemán. El 25 de julio, desde Tetuán, Franco solicitaba nuevamente al cónsul italiano en Tánger ese apoyo ("12 aviones de transporte, 10 aviones caza y 10 aviones de reconocimiento") y daba cuenta de la favorable situación militar presente: "Franco me asegura que con tal material y con fuerzas armadas y armas de que dispone es seguro éxito".
Frente a la relativa confianza militar que imperaba en el área sublevada, en la zona republicana las autoridades estaban realmente aterradas por la situación en su fuero interno. Tanto que Santiago Casares Quiroga dimitió de su cargo de jefe del Ejecutivo el mismo día 18, el republicano moderado Diego Martínez Barrio fracasó en su efímero intento de formar un gobierno para mediar con los rebeldes aquella tarde-noche y, por último y por exclusión, el azañista José Giral tuvo que sustituirlo al frente de un nuevo Gabinete exclusivamente republicano el 19 de julio de 1936.
Para entonces era evidente que el Gobierno había sufrido la defección de más de la mitad del generalato y de cuatro quintas partes de la oficialidad, viéndose obligado a disolver la casi totalidad de sus unidades por decreto de aquel 19 de julio: "Quedan licenciadas las tropas cuyos cuadros de mando se han colocado frente a la legalidad republicana". Ese mismo día, muy consciente de su falta de medios y pertrechos bélicos, Giral remitía su demanda telegráfica de ayuda militar al nuevo Gabinete del Frente Popular que había asumido el poder en Francia escasamente dos meses antes.
La gravedad de la situación se acentuaba porque, dada la ausencia de esos instrumentos coactivos, la defensa de la legalidad republicana había quedado en manos de milicias sindicales y populares improvisadas y a duras penas mandadas y dirigidas por los escasos mandos militares que se mantuvieron leales. Y había sido una combinación de esas fuerzas de seguridad leales y milicianos sindicales y partidistas la que había conseguido el aplastamiento de la sublevación en las grandes capitales y centros urbanos. Como reconocería después un periodista anarquista barcelonés que participó en los combates al lado de las fuerzas de la Guardia Civil y de la Guardia de Asalto: "La combinación fue decisiva. A pesar de su combatividad, de su espíritu revolucionario, la CNT sola no habría podido derrotar al ejército y a la policía juntos. De haber tenido que luchar contra ambos, en unas pocas horas no habría quedado ni uno de nosotros".
No obstante la catástrofe que supuso la práctica disolución de su Ejército, la República pudo congratularse por retener en sus manos casi dos tercios de la minúscula fuerza aérea y algo más de la anticuada flota de guerra, cuya marinería se había amotinado contra los oficiales rebeldes y había implantado un bloqueo del estrecho de Gibraltar para evitar el traslado de las decisivas tropas marroquíes al mando del general Franco.
En definitiva, aunque habían triunfado ampliamente en la España rural y agraria, el fracaso de los militares sublevados en las partes de España más modernizadas, incluyendo la propia capital del Estado (cuyo dominio conllevaba el reconocimiento jurídico internacional), les obligaba a emprender su conquista mediante verdaderas operaciones bélicas. El golpe militar parcialmente fallido devenía así en una verdadera y cruenta guerra civil. Y como ningún bando disponía de los medios y el equipo militar necesarios y suficientes para sostener un esfuerzo bélico de envergadura, ambos se vieron obligados a dirigirse de inmediato en demanda de ayuda a las potencias europeas más afines a sus postulados, abriendo así la vía al crucial proceso de internacionalización de la contienda.
La distribución inicial de fuerzas materiales entre los dos bandos contendientes ofrecía, por tanto, la imagen de un empate virtual imposible de alterar con la movilización de los recursos propios y endógenos. Y nada en esa situación coyuntural hacía presagiar una victoria total o una derrota sin paliativos por parte de ninguno de ambos contendientes.
Mediación internacional
Por si fuera poco, más adelante, en varias ocasiones durante el despliegue cronológico del conflicto (en virtud de razones internas tanto como exteriores), volvió a parecer sumamente improbable dicho final efectivo y tomó cuerpo como posibilidad viable la idea de una mediación internacional o una capitulación negociada para poner término al conflicto: en el verano de 1937, cuando las primeras ofensivas republicanas en Brunete y en Belchite demostraron la existencia de una máquina militar con cierta capacidad de ataque y maniobra (con el consecuente desánimo italo-germano y las paralelas gestiones anglo-francesas en pro de un armisticio); en el invierno de 1937-1938, cuando tiene lugar la única victoria ofensiva republicana con la ocupación efímera de la ciudad de Teruel (en el contexto de una tensión creciente de la entente anglo-francesa ante la anunciada anexión alemana de Austria), y en el verano de 1938, cuando el asalto republicano en la desembocadura del Ebro desbarata el avance franquista sobre Valencia y da origen a la batalla más larga y cruenta de toda la contienda española (en vísperas de la grave crisis germano-checa que puso a Europa al borde de la guerra general).
Sin embargo, ni un armisticio, ni una mediación internacional, ni una capitulación negociada y condicionada pusieron término al conflicto fratricida. Y no fue así al final por varias razones difíciles de aquilatar y ponderar en su medida exacta. El presidente Azaña, ya en su exilio en Francia desde febrero de 1939, enumeraría con notable perspicacia las razones de la abrumadora derrota republicana (más que los motivos de la victoria total franquista):
"El presidente considera que, por orden de importancia, los enemigos del Gobierno republicano han sido cuatro. Primero, la Gran Bretaña
[por su adhesión al embargo de armas prescrito por la política colectiva de No Intervención]; segundo, las disensiones políticas de los mismos grupos gubernamentales que provocaron una anarquía perniciosa que fue total para las operaciones militares de Italia y Alemania en favor de los rebeldes; tercero, la intervención armada italo-germana, y cuarto, Franco (...)".
En efecto, al igual que había sucedido con los beligerantes de la I Guerra Mundial, los dos bandos combatientes en la contienda civil española tuvieron que hacer frente a tres grandes y graves problemas inducidos por la Guerra Total en el plano estratégico-militar, en el ámbito económico-institucional y en el orden político-ideológico. En gran medida, el éxito o fracaso de sus respectivos esfuerzos bélicos dependió de la acertada resolución de estas tres tareas básicas. A saber:
1º. La reconstrucción de un Ejército combatiente regular, con mando centralizado y jerarquizado, obediencia y disciplina en sus filas y una logística de suministros bélicos constantes y suficientes, a fin de sostener con vigor el frente de combate y conseguir ulteriormente la victoria sobre el enemigo o, al menos, evitar la derrota.
2º. La reconfiguración del aparato administrativo del Estado en un sentido fuertemente centralizado para explotar y hacer uso eficaz y planificado de todos los recursos económicos internos o externos del país, tanto humanos como materiales, en beneficio del esfuerzo de guerra y de las necesidades del frente de combate.
3º. La articulación de unos "Fines de Guerra" comunes y compartidos por la gran mayoría de las fuerzas sociopolíticas representativas de la población civil de retaguardia y susceptibles de inspirar moralmente a esa misma población hasta el punto de justificar los grandes sacrificios de sangre y las hondas privaciones materiales demandados por esa cruenta y larga lucha fratricida.
A juzgar por el curso y desenlace de la Guerra Civil, parece evidente que el bando franquista fue superior al bando republicano en la imperiosa necesidad de configurar un Ejército combatiente bien abastecido, construir un Estado eficaz para regir la economía de guerra y sostener una retaguardia civil unificada y moralmente comprometida con la causa bélica. Y, sin duda, el contexto internacional en el que se libró la contienda española impuso unas condiciones favorables y unos obstáculos insuperables a cada uno de los contendientes. No en vano, sin la constante y sistemática ayuda militar, diplomática y financiera prestada por la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini, es harto difícil creer que el bando liderado por el general Franco hubiera podido obtener su rotunda victoria absoluta e incondicional. De igual modo, sin el asfixiante embargo de armas impuesto por la política europea de No Intervención y la consecuente inhibición de las grandes potencias democráticas occidentales, con su gravoso efecto en la capacidad militar, situación material y fortaleza moral, es altamente improbable que la República hubiera sufrido un desplome interno y una derrota militar tan total, completa y sin paliativos.
Informe confidencial
En este sentido, es bien revelador el juicio contenido en el siguiente informe confidencial elaborado por el agregado militar británico en España para conocimiento de las autoridades británicas: "Es casi superfluo recapitular las razones (de la victoria del general Franco). Éstas son, en primer lugar, la persistente superioridad material durante toda la guerra de las fuerzas nacionalistas en tierra y en el aire, y, en segundo lugar, la superior calidad de todos sus cuadros hasta hace nueve meses o posiblemente un año. (...) Esta inferioridad material [de las tropas republicanas] no sólo es cuantitativa, sino también cualitativa, como resultado de la multiplicidad de tipos [de armas]. Fuera cual fuera el propósito imparcial y benévolo del Acuerdo de No Intervención, sus repercusiones en el problema de abastecimiento de armas de las fuerzas republicanas han sido, para decir lo mínimo, funestas y sin duda muy distintas de lo que se pretendía".
"La ayuda material de Rusia, México y Checoslovaquia [a la República] nunca se ha equiparado en cantidad o calidad con la de Italia y Alemania [al general Franco]. Otros países, con independencia de sus simpatías, se vieron refrenados por la actitud de Gran Bretaña. En esa situación, las armas que la República pudo comprar en otras partes han sido pocas, por vías dudosas y generalmente bajo cuerda. El material bélico así adquirido tuvo que ser pagado a precios altísimos y utilizado sin la ayuda de instructores cualificados en su funcionamiento. Tales medios de adquisición han dañado severamente los recursos financieros de los republicanos". [Informe del mayor E. C. Richards, de 25 de noviembre de 1938].
El acierto de ese juicio del analista militar británico resulta corroborado por un informe remitido a Berlín por el embajador alemán en España, Eberhard von Stohrer, tras la ocupación de Cataluña y en vísperas del colapso de la resistencia republicana. A tenor del mismo, "las causas de la derrota roja" eran las siguientes: "La explicación de la decisiva victoria de Franco reside en la mejor moral de las tropas que luchan por la causa nacionalista, así como en su gran superioridad en el aire y en su mejor artillería y otro material de guerra. Los rojos, todavía sacudidos por la batalla del Ebro y en gran medida lastrados por su escasez de material bélico y sus dificultades de suministros alimenticios, fueron incapaces de resistir la ofensiva". [Despacho del 19 de febrero de 1939].
Todo lo anterior no quiere decir, ni mucho menos, que la política de No Intervención (la "traición de las democracias" que tanto denunciarían los líderes republicanos) fuera la razón única y exclusiva de la victoria de Franco y de la derrota de la República. De ningún modo parece posible o razonable suscribir este tipo de sencillas explicaciones unicausales y unilaterales. Frente a ese tipo de argumentaciones cabría subrayar, en todo caso, que tan importante en el desenlace de la guerra como esa persistente inhibición de la entente franco-británica habría sido la sistemática intervención italo-germana y las limitaciones de la asistencia soviética, por mencionar sólo las dimensiones internacionales presentes y operantes en la contienda. De todos modos, a nuestro juicio, lo que sí resulta innegable es otra dimensión más compleja y trascendental de esta faceta del asunto.
A saber: el hecho de que el contexto internacional conformado por la realidad práctica de la política europea de No Intervención incidió de manera directa y con resultados diferenciales sobre el esfuerzo de guerra de ambos bandos contendientes y sobre sus ineludibles tareas para hacer frente a la Guerra Total.
Dicho en otras palabras: los condicionamientos del marco internacional plantearon ventajas notorias e impusieron servidumbres sustanciales que cada uno de los bandos utilizó, sorteó o sobrellevó a fin de engrosar su capacidad de acción militar, fortalecer la moral de combate de su población civil de retaguardia, y acrecentar la eficacia de su aparato estatal y el aprovechamiento de sus recursos económicos. Y en este engarce y conexión dialéctica entre contexto internacional y circunstancias internas se fueron labrando las razones de una victoria total y los motivos de una derrota sin paliativos.
La opinión de Rojo
La justa ponderación de todos estos factores concurrentes a la hora de explicar el modo y manera de terminación de la guerra civil española cuenta con un precedente tentativo muy notable y distinguido. Se trata de la estimación realizada, apenas unos meses después de terminada la contienda, por el general Vicente Rojo Lluch (1894-1966), jefe del Estado Mayor Central del Ejército Popular de la República y auténtico estratega supremo del bando derrotado. Su balance, por eso mismo, tiene especial valor testimonial al proceder de quien fuera el antagonista fundamental que tuvo Franco en el plano militar durante la contienda. A juicio del general Rojo, "las causas del triunfo de Franco" se debían a un conjunto de razones correlacionadas que atendían a varios frentes distintos:
"En el terreno militar, Franco ha triunfado: 1º. Porque lo exigía la ciencia militar, el arte de la guerra. (...) 2º. Porque hemos carecido de los medios materiales indispensables para el sostenimiento de la lucha. (...) 3º. Porque nuestra dirección técnica de la guerra era defectuosa en todo el escalonamiento del mando. (...)
En el terreno político, Franco ha triunfado: 1º. Porque la República no se había fijado un fin político, propio de un pueblo dueño de sus destinos o que aspiraba a serlo. (...) 2º. Porque nuestro gobierno ha sido impotente por las influencias sobre él ejercidas para desarrollar una acción verdaderamente rectora de las actividades del país. (...) 3º. Porque nuestros errores diplomáticos le han dado el triunfo al adversario mucho antes de que pudiera producirse la derrota militar. (...)
En el orden social y humano, Franco ha triunfado: 1º. Porque ha logrado la superioridad moral en el exterior y en el interior. (...) 2º. Porque ha sabido asegurar una cooperación internacional permanente y pródiga". [Vicente Rojo, ¡Alerta los pueblos! Estudio político-militar del periodo final de la guerra española].
Cabría discutir el orden de prelación y la importancia respectiva de cada una de esas razones expuestas por el general Rojo con los característicos laconismo y contundencia castrenses. Pero apenas cabe dudar que todas ellas tuvieron su parte correspondiente, mayor o menor, en la conformación del resultado final de la Guerra Civil con su victoria absoluta y su derrota total. Así lo permitiría corroborar un repaso más detallado y minucioso a las tres grandes dimensiones interiores operantes en la contienda y al contexto exterior determinante que actuó como marco envolvente y condicionante de la misma.
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