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Reportaje:[17] MALOS DE LA HISTORIA

Bandido en un reino turbio

Luis Candelas figura en la leyenda de los héroes populares como un bandido bueno, un bandolero que robaba y estafaba, pero no manchó sus manos de sangre. Un ladrón de poca monta marcado por la época que le tocó vivir, el reinado de Fernando VII, en la que fue tachado de peligroso delincuente y acabó ejecutado a garrote vil.

Para el poder establecido y las fuerzas del orden, Luis Candelas fue un grave problema público, un bandolero peligroso con la amenaza añadida de actuar en la corte, un delincuente digno de la última pena, y acabó ejecutado en el garrote vil, rubricándose con ello esa consideración oficial de la maldad del personaje. Sin embargo, la mayor parte de la vida de Luis Candelas transcurrió durante el reinado de Fernando VII, un rey controvertido, con actuaciones políticas que se han juzgado muy negativamente -"para defender ideas absolutistas empleó los peores medios", han llegado a decir de él historiadores conservadores- y cuya cobardía y perfidia son reconocidas hasta por quienes le justifican, pero que no ha merecido pasar a los anales de los grandes malos históricos. Luis Candelas nació en 1806, tiempos en los que ya Fernando, príncipe heredero, conspiraba con Napoleón para quitarle la corona a su padre. "Papá mío", le escribirá a Carlos IV una vez descubierta la conjura de El Escorial, "he delinquido, he faltado a V. M., como rey y como padre, pero me arrepiento y ofrezco a S. M. la obediencia más humilde…. He delatado a los culpables…". También a su madre, a la que aborrecía, le escribe una carta similar: "Mamá mía, estoy muy arrepentido del grandísimo delito que he cometido contra mis padres y reyes…". Eran, pues, momentos en que la conspiración y la traición, que señalaron toda la época, venían marcadas por el propio heredero del trono.

Luis Candelas inspira confianza y logra que varias mujeres le presten sus joyas
En su petición de indulto afirmaba no haber cometido delitos de sangre, sino sólo de robo

Luis Candelas Cajigal fue el menor de los tres hijos de un carpintero-ebanista del madrileño barrio del Avapiés lo suficientemente próspero como para dar instrucción a su hijo en los Estudios de San Isidro, pero el muchacho sería expulsado del centro por enfrentarse a uno de sus maestros y golpearle. Parece que a los 13 o 14 años capitaneaba uno de aquellos feroces grupos de niños que se multiplicaban en el Madrid de la época, y entre sus compañeros de entonces habrá algunos, como Francisco Villena (Paco el Sastre) que luego pertenecerán a su cuadrilla de bandoleros. No muchos años después, Galdós retratará aquellas bandas juveniles entregadas a los violentos enfrentamientos y a las tropelías callejeras, auténticos viveros de maleantes.

Repasemos el panorama histórico de los años de la infancia y mocedad de Luis Candelas. En 1812, los franceses habían sido derrotados y se había proclamado solemnemente la Constitución de Cádiz en la Casa de la Panadería de la plaza Mayor de Madrid. En 1814 llegará Fernando VII, El Deseado, que ha vivido en Francia bochornosos episodios de servilismo ante Napoleón, con juegos grotescos de abdicaciones. Una de sus primeras medidas ha sido derogar la Constitución, disolver las Cortes y declarar "nulo y delictuoso" todo lo actuado; luego ordenará encarcelar a los más notorios constitucionalistas, suprimir la mayor parte de la prensa y prohibir el teatro. Su decidida voluntad de reinar como monarca absoluto, en un ambiente de dura represión -con la colaboración entusiasta de la llamada camarilla- se verá contestada por continuos pronunciamientos militares, hasta que el 1 de enero de 1820 el general Riego proclame nuevamente la Constitución con suficiente respaldo público. El clamor liberal hace que Fernando VII, acostumbrado a disimular siempre sus verdaderas intenciones, incluya en el manifiesto del rey a la nación española del 10 de marzo -cuando jura la Constitución- aquellas palabras memorables: "Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional". Sin embargo, durante los tres años constitucionales pondrá toda clase de trabas a los Gobiernos y añadirá a sus discursos a las Cortes la famosa coletilla reticente; además, se sucederán los motines y las conspiraciones absolutistas, y en octubre de 1823, la invasión de los llamados "cien mil hijos de San Luis" devolverá el poder "absolutamente absoluto" a "el rey neto", como quieren y gritan sus partidarios.

Durante el llamado trienio liberal, el joven Luis Candelas es ya propicio a la nocturnidad, a la juerga, a las malas compañías, a la vida desordenada. Por entonces conoce a Manuel Balseiro y a los hermanos Ramón y Antonio Cusó, timadores y rateros, que serán también sus compañeros inseparables. En el mismo año 1823 fallece su padre, y los malos pasos de Luis hacen que sufra su primer proceso "por andar en compañía de gente sospechosa y malhechora". Se ha iniciado políticamente lo que la historia conocerá como "década ominosa", con implacable persecución de los adversarios liberales y numerosos fusilamientos y muertes por garrote -recordemos por lo menos a Riego, El Empecinado, Manzanares, Torrijos, Cayetano Ripoll y Mariana Pineda-. Francisco Tadeo Calomarde, secretario de Gracia y Justicia, ordena las "purificaciones" -sus conmilitones hablan de "exterminar a los negros [los liberales] hasta la cuarta generación"-. En 1824 se promulga un decreto que condena a muerte por gritar "Viva la Constitución", y en algunos lugares, como Cataluña, los partidarios del absolutismo (malcontents, agraviats) son tan feroces que el propio monarca tiene que enfrentarse a ellos.

En este clima de represión y pugna civil, de conspiraciones y sociedades secretas, el joven Candelas es detenido por segunda vez por el robo de unas caballerías. Se fuga del penal en 1825 y se beneficia de un indulto. Parece que mujeres de diversas edades le confían en aquellos tiempos sus ahorros y joyas. En 1826 es detenido dos veces. En 1827, tras ser procesado por un nuevo robo y beneficiarse nuevamente de un indulto, se casa y consigue un empleo de agente del fisco que lo lleva a varias ciudades: Alicante, La Coruña, Santander y, por último, Zamora, "con el cargo de interventor interino de la puerta de la Feria de dicha ciudad", aunque enseguida se separa de su mujer para regresar a Madrid, donde recupera su vida perdularia y, ayudado por algunos antiguos colegas, comete un atraco. Detenido por la policía, en este mismo año de 1827 le abren su primera ficha, donde se señala su edad -21 años-, que es cesante en el ramo de contribuciones, que tiene estatura regular, pelo negro -"sin redecilla", aclara la ficha, por lo que parece que no iba vestido de chispero-, ojos del mismo color, "boca grande y prominente de dientes iguales y blancos", "complexión recia y bien formado en todas sus partes". Como sus especialidades delictivas se apuntan la de espadero -uso de la ganzúa para descerrajar puertas- y tomador del dos -uso de los dedos para escamotear carteras.

Diversos viajeros -puede consultarse la antología de Juan Antonio Santos- han descrito el Madrid de la época. Para Adolphe Blanqui -hermano del famoso carbonario Louis-Alphonse-, en 1825 pululaba en la Puerta del Sol una muchedumbre de militares, curas y desocupados, la vida de los forasteros estaba controlada por infinidad de permisos de residencia y había continuas procesiones religiosas. En ese tiempo (1826-1827), el norteamericano Alexander Slidell Mackenzie habla de la fortificación de las ventanas y puertas de las casas: "Hacen precisas estas precauciones lo numeroso y audaz de los ladrones de Madrid, que a veces entran en las casas en pleno día, cuando sólo quedan en ellas las mujeres (…). Casi no conozco personas en Madrid que no hayan sido robadas una o más veces". Con las mujeres hermosas, personas con atuendos pintorescos -trajes regionales, majas, manolas y chisperos-, mendigos, aguadores, gente de los toros y ciegos vendedores de lotería, llaman su atención las ejecuciones públicas de bandoleros en la plaza de la Cebada, todavía por ahorcamiento, que describe al detalle. También George Borrow, que en aquella época dice haber conocido en Madrid a Manuel Balseiro -según el propio Borrow, el bandido se admiraba de cómo don Jorgito el Inglés dominaba el caló-, ha dejado narrada la ejecución de dos hermanos culpables de haber escalado la casa de un anciano a quien robaron y asesinaron. El momento político sigue lleno de tensión, lo que se refleja hasta en las canciones: una parte de España canta: "Tú que no quieres / lo que queremos, / la ley preciosa / puesta en bien nuestro, / trágala, trágala, trágala, trágala, / trágala, trágala, trágala, perro", y la otra parte le responde: "Españoles, aliados, clamemos Religión. / ¡Viva el rey, viva la paz, / viva la paz y la buena unión! / ¡Pitita bonita, con el pío, pío, pon, / viva Fernando y la Inquisición!".

Son años en que el bandolerismo prolifera en todo el país, con partidas tan famosas como las de José María el Tempranillo, Juan Caballero y José Ruiz Permana. Bandoleros y sociedades secretas de signo masónico, liberal o absolutista componen un gran espacio clandestino. Luis Candelas es ya bien conocido en los bajos fondos de la ciudad, ha sufrido varias detenciones y se ha consagrado como experto en fugas. También entonces aparece uno de los aspectos más novelescos de su figura: el desdoblamiento en otros personajes. Al parecer, alquila un piso decente en la calle de Tudescos y se hace pasar por "Luis Álvarez de Cobos, hacendista del Perú", mediante una caracterización que incluye documentación probatoria de la personalidad y diferente aspecto físico. Adopta durante el día un modo de vida de señorito rentista, con asistencia a teatros, al café Lorencini, a la Fontana de Oro, a esas corridas de toros donde Fernando VII parece mostrar sus únicas cualidades de buen gobernante, y empieza a relacionarse con gente de la sociedad burguesa. Su casa tiene también salida al callejón trasero, y su particular Mr. Hyde toma esa ruta cuando abandona la apariencia de rico perulero y se sumerge en la noche del mal vivir, camino de una taberna -que algunos cronistas titulan Traganiños- en los aledaños de la plaza Mayor, donde se reúne con su cuadrilla, constituida por Mariano Balseiro como lugarteniente, Paco el Sastre, los hermanos Cusó y otros cinco hombres, con algunas mujeres compañeras de miembros del grupo. La banda se dedica a la estafa, al carterismo, al atraco, al robo domiciliario, al asalto de mensajerías y locales comerciales, aunque sin derramamiento de sangre por imposición de su jefe.

Estamos en 1829, cuando el rey se casa por cuarta vez, ésta con su sobrina María Cristina de Nápoles. Entre las amistades nocturnas del bandido prófugo Luis Candelas hay algunas bailarinas y tonadilleras que han participado en las fiestas privadas del rey en cierto pabellón del canal del Manzanares. Por lo que pueda suceder, el bandido se ha hecho con otras dos personalidades secretas menos importantes: la de Elías Salcedo, mancebo de una platería, y la de hermano de una bailarina popular llamada Lola la Naranjera, amante suya. En 1830, Luis Candelas es procesado por falsificación de pasaportes y condenado al penal de Santoña. Otra vez prófugo, uno de los golpes de 1831, el robo frustrado del depósito de equipajes en una posada de la calle de Alcalá, le hace caer nuevamente en manos de la policía, que lo conduce a la cárcel de la Corte. También en 1831 muere su madre, dejándole más de 60.000 reales, cantidad respetable en la época. En esas fechas ha sido desarticulada una conspiración liberal dirigida desde Francia por el general Mina, en la que están implicados, entre otros, el político Salustiano de Olózaga y el librero Miyar. El proceso de Miyar concluye con su ejecución "por crimen político" el 11 de abril, narrada con repugnancia en todo lo que tiene de abyecto espectáculo por el marqués Astolphe de Curtine, entonces viajero en Madrid, que apunta: "Se habla aquí de la detención de ochenta personas por delitos políticos: diez de ellas sufrirán con toda seguridad la suerte del desdichado librero. Un terror clerical y monárquico se organiza en España". Olózaga no tendrá el mismo fin que su correligionario liberal, pues logrará escapar de la prisión la noche del 20 de mayo con la ayuda del gran experto en fugas Luis Candelas, después de un complicado juego de sobornos para sustituir a los carceleros más intransigentes. George Borrow, que pocos años después estaría también recluido en la misma cárcel, describe con bastante gracia los calabozos, a su alcaide y a sus involuntarios huéspedes.

Tras la Pragmática Sanción que derogó la Ley Sálica y el nacimiento, el 10 de octubre de 1830, de la que llegaría a ser Isabel II, empieza la fuerte controversia política que dará origen a las guerras carlistas. Fernando VII está muy enfermo, y desde 1833 ejerce el poder la reina María Cristina. Comienza una época de negociaciones con ciertas partidas de bandoleros para alcanzar amnistías e indultos como los que recaen sobre El Tempranillo, Juan Caballero y otros, y muchos de ellos salen de la delincuencia para convertirse directamente en miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. En 1833 muere Fernando VII y se produce el primer levantamiento carlista. En 1834, Luis Candelas está procesado por fuga del hospital de la cárcel, donde permanecía como supuesto enfermo. En marzo de 1835, el estreno, en el teatro del Príncipe, de Don Álvaro o la fuerza del sino señalará el inicio del romanticismo español, que con el tiempo dará especial relieve popular y legendario a la figura de Candelas. En 1836 -el año en que el motín de La Granja obliga a la reina a aceptar nuevamente la Constitución de 1812-, Candelas comete con su banda varios atracos y robos: al oidor cesante de La Habana, a la llamada Lonja del Ginovés -previa seducción de una criada-, a un usurero y a un comerciante de tejidos. En esta ocasión es sentenciado a 10 años de trabajos forzados en el presidio del peñón de la Gomera, pero también logrará zafarse de la cuerda de presos que lo lleva a su condena.

A partir de octubre de 1836, el bandido y su banda llevarán a cabo una serie de golpes muy sonados, que serán la base del último proceso instruido contra ellos. El primero, el asalto a la diligencia -entonces la llamaban galera-mensajería- de Madrid a Salamanca, entre los pueblos de Las Rozas y Torrelodones, con el desvalijamiento de todos los viajeros. El segundo, en enero de 1837, la irrupción a primeras horas de la mañana en la casa del presbítero Juan Bautista Tárraga, al que ataron junto a su ama, robando luego todos sus bienes. El tercero, al anochecer del 10 de febrero, el robo, con el engaño de servir un encargo, en la casa del espartero Cipriano Bustos y su familia, que fueron aterrorizados hasta que confesaron el escondrijo de toda su fortuna. Por último, el golpe más renombrado de todos, el robo en el domicilio de la modista de la reina, Vicenta Mormin, el domingo de carnaval, 12 de febrero, la víspera del suicidio de Mariano José de Larra: tras entrar en la casa con la complicidad de un criado, inmovilizar a la dueña -procurando que estuviese cómoda, también hay que decirlo- y a las sucesivas visitas, la banda se llevó todo lo valioso que había en el lugar, lo que les reportó cerca de 700.000 reales en metálico y alhajas.

Aquí podría haberse extinguido para siempre Luis Candelas, para seguir existiendo solamente León Cañida, nueva identidad adoptada por el bandido en su fuga. Una parte de la banda se dispersó, repartido el botín. Luis Candelas y Manuel Balseiro se encaminaron al norte. A Balseiro le acompañaba su amante, Josefa Gómez, y a Luis Candelas / Luis Cañida, una muchacha de dieciséis años que los biógrafos llaman Clara María, pero que en el proceso judicial figura solamente con las iniciales N. N. La leyenda ha querido que la muchacha, que en el viaje figuraba como esposa de Luis Cañida, fuese hija de un alto funcionario de la Secretaría de Ultramar, pero el proceso dice que era guarnecedora de zapatos, conocida del bandido "cuando aún no contaba los años de la pubertad" y "huérfana, sin parientes ni personas que se interesen por ella y la dirijan". Al parecer -aquí habrá que seguir en parte la biografía novelada del "bandido de Madrid" que escribió Antonio Espina-, Candelas había convencido a la joven N. N. para que se fuese con él a Inglaterra, camino de las Américas. Cuando llega el momento de embarcar en Gijón, ella siente escrúpulos y manifiesta su deseo de volver a Madrid, y el bandido, cuya verdadera personalidad la muchacha no conocía, como quedó probado en el juicio, decide atender sus deseos y regresa con ella. "¡Algunos encantos, alguna virtud revelarían el semblante y el acento de aquella joven para fascinar al malhechor… hasta el punto de arrostrar la muerte en un patíbulo afrentoso antes que ausentarse de su presencia!", comenta José Vicente Caravantes, que estudió con meticulosidad el último proceso de Candelas y su banda a mediados del siglo XIX.

Todas las fuerzas de seguridad de la nación andan a la caza de ese hombre que tantas veces se ha burlado de ellas y la policía consigue al fin detenerlo en la posada de Alcazarén, cerca de Olmedo, el 18 de julio, precisamente. El fiscal del proceso dice: "… no podría creerse que existiera un hombre tan díscolo e incorregible en la carrera del vicio como Candelas. Desde la edad de diez y ocho años… se le ve siempre en las cárceles públicas, prófugo de ellas o de presidio y complicado en varias causas hasta el número de catorce conocidas…". El fiscal denuncia también, con indignación: "… cada una de las seis fugas que resulta haber hecho, ya de la cárcel de Segovia, ya del Canal de Castilla, ora de los tránsitos a su destino…". Su proceso es rápido, se le condena a morir ajusticiado en el garrote vil -el garrote era, desde el Código Penal de 1828, el único medio oficial de ejecución, y había tres clases: el vil, para los condenados por delitos infamantes; el ordinario, para las gentes del estado llano, y el noble, para los fijosdalgo, diferenciados, como señaló irónicamente Larra, por los diferentes aspectos del cadalso.

Luis Candelas, tras negar ser culpable de los cargos que se le imputan, asume con elegancia y estoicismo su condena. Ya en capilla, firma una petición de indulto: "El que expone es, señora, acaso el primero de su clase que no acude a Vuestra Majestad con las manos ensangrentadas; su fatalidad le condujo a robar, pero no ha muerto, herido ni maltratado a nadie; el hijo no ha quedado huérfano, ni viuda la esposa por su culpa. ¿Y es posible, Señora, que haya de sufrir la misma pena que los que perpetran estos crímenes?". Sin embargo, no se le indulta. Hay que imaginar que la autoridad competente no puede perdonarle tantos años de burlas, ni su leyenda de héroe popular -"El bandolero (…) es el ídolo de una plebe humillada, vejada, que desea la venganza o la revancha", ha dicho Julio Caro Baroja-, ni ese robo a una persona tan de la confianza de la reina regente, que ha colmado el vaso de las afrentas. George Borrow, que volvió a encontrarse con Manuel Balseiro en la cárcel de Corte, dice que el lugarteniente "era, en opinión común, el peor de los dos bandidos". Antes de ser ajusticiado, Candelas pidió dirigirse a la multitud que asistía al acto. Sus últimas palabras, divulgadas por la prensa de la época (El Español, 7 de noviembre de 1837), fueron: "Adiós, patria mía. Sé feliz". Alguno de sus biógrafos se pregunta por el sentido de tales palabras. Al menos podemos estar seguros de que una exhortación de tal naturaleza nunca se le hubiera ocurrido a Fernando VII.

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