Rajoy cumple dos años
Los finales de agosto son cada vez más históricos. Para mí suelen serlo (cruzo los dedos, y en absoluto deseo escupir al rostro de los dioses, que son vengativos de narices), pues es cuando me pongo de vacaciones anuales. Pero es que, además, se producen Eventos. Luctuosamente hablando, lo más fue lo de Di y Dodi, que ya ha dicho alguien que la muerte de ambos no consistió en un complot sino en una gilipollez de Mohamed, el suegro o padre, que les confió a los cuidados de un chófer pasado de Sustancias (tal vez el que menos había bebido, como siempre sucede cuando conduce uno, entre tres, después de una cena o juerga). Siempre creí que la House of Windsor había hecho lo único que sabe: ostentación de indiferencia.
No hay inquietante soplo en don Mariano Rajoy, cuya vida guarde Dios muchos años. Hay, eso sí, un desmoronamiento sospechoso
En otro orden de cosas, más dicharachero (o no), está el Brote de Rajoy, que se produjo por estas fechas. Fue el 30 de agosto de hace dos años, creo recordar, cuando Saturno (otra deidad rencorosa) expectoró a don Mariano como sucesor. Y luego se lavó los dientes.
Los políticos son insondables y además, cuando los sondas, dan, como mucho, para una lavativa.
Porque una mujer nunca llega a conocer a un Hombre, y mucho menos una simple (e incluso malsana) ciudadana alcanza a comprender a un político. Ellos carecen de realidad. La realidad es eso que hace que cuando ves la foto de un tío con un bebé te lo creas (es padre, qué mono, te dices), y no pienses que (en el mejor de los casos) lo va a meter en una urna el día de elecciones. La realidad-espectáculo es algo que les falta a los hombres que entregan Sus Vidas a la política (que no es el arte de cuidar de nosotros, sino de esquivarnos cuidadosamente), y también a las mujeres, aunque un poco menos. Ellas (de la vicepresi pa' abajo, y esto incluye a María San Gil, que no me duelen prendas) son más carnales hasta cuando están en los huesos. Por mucho que ellos conviertan su existencia pública en un show, ni nos alteramos. Como que no nos llegan.
Los hombres que se dedican a la política, en especial en los Altos Cargos (presidente de un partido, de un país), se ven privados de lo que los redactores de solapa de novela negra definen como "el inquietante soplo de lo inesperado". Se parecen demasiado a Paquita Rico. O, poniéndonos en Alemania, a una patinadora sobre hielo.
No hay inquietante soplo en don Mariano Rajoy, cuya vida guarde Dios muchos años. Hay, eso sí, un desmoronamiento sospechoso.
Y eso que don Mariano ha poseído, para mí y desde siempre, la categoría del Hombre Supremo. Aquel que se deshace en lugar de hacerse. El Gato perdedor con Botas.
Sabido es que los Políticos de Altura acostumbran a desmoronarse cuando están en el Cenit de su Poder (por eso a Carod Rovira le falta un trecho para hundirse, y ya se ha pasado varios condominios de su cenit, y, en cuanto a Maragall, ésta no es, desde luego, su Fénix: Fina Estampa, como le llamamos mi perro y yo, es bastante más indigesto).
Relativo a Rajoy, me parece desconcertante que, hasta joy, perdón, hoy, no se haya hecho Un Hombre. Sino que se haya deshecho. Aunque tiene su morbo, lo reconozco. Si hay algo mejor que ver cómo un hombre se va haciendo ídem (le crece la barba, va a la mili, se compra una moto, luego un coche, consigue un empleo, se casa, llega puntual al trabajo: un cúmulo de perversidades que endurecen su epidermis), es asistir con asiento de preferencia (de ciudadana) al espectáculo de cómo se va disolviendo. En este apartado, hemos tenido en la política ejemplos que casi produce angustia nombrar. La rápida jabalización de Felipe González durante la temporada en que a su gobierno socialista le crecieron los canallas más que los enanos, que ya es decir; la licuación de Clinton en un tiempo de subterfugios y desagües que, a su vez, liquidaban al Partido Demócrata durante un par de décadas: a medida que fue descubriéndose su afición a las becarias con cabeza en forma de mesilla de noche, y por su afán en sostener (como muchos jueces asignados a casos de violaciones) que no hay sexo cuando no se da penetración. Esto, por nombrar sólo dos ejemplos de gente que, habiendo sido mucho, llevan fatal los reveses de la fortuna, y que, también, en cuanto abandonan el poder (o son abandonados por el mismo), vuelven a sacar lo mejor que llevaban dentro, en definitiva, vuelven a vivir.
José María Aznar nunca se deshizo. Contempló la magnitud de su derrota, miró cara a cara a su fracaso y, al cerrar éste los ojos, de vergüenza, el prócer creyó que lo había vencido.
Don Mariano Rajoy, que ha cumplido dos años desde que fue regurgitado por Saturno, se encara ahora al reto de ser. No porque Zapatero ni porque Ibarretxe ni porque Catalunya. A ser algo más que la excrecencia de nadie. Ojalá le salga bien. Si de verdad es un político moderado, o si de verdad es un esputo del rencor. Pero que quede clarito, y basta.
Soy tan, tan buena. Tan mejor.
Hasta más ver, amigos míos.
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