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Tribuna:LA REFORMA DE LA ADMINISTRACIÓN
Tribuna
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En defensa de lo público

Opina el autor que el proyecto de Estatuto del Empleado Público no ataja el problema clave del clientelismo político en la Administración

Hace años que poderosos factores políticos, administrativos y técnicos impulsan una continua reforma y reorganización de la Administración. Late debajo ese cambio una tendencia hacia la mercantilización del sector público en beneficio del interés privado y el intento de lograr la eficiencia a través de técnicas de gestión similares a las que se aplican en el sector privado.

En ese contexto se acaba de presentar el proyecto de Estatuto del Empleado Público que materializará, tres décadas después, el mandato constitucional de 1978. Un tiempo en el que se han completado transferencias de competencias y empleados públicos a las Comunidades Autónomas, se ha profundizado la integración en la Unión Europea, las administraciones públicas están siendo sujeto de importantes transformaciones y las reestructuraciones internas en cada administración se suceden sin orden ni concierto aparente. Son cambios que han multiplicado la burocracia administrativa, a pesar del avance tecnológico, y generado una realidad confusa respecto de la administración responsable de gestionar cada materia, con el consiguiente "aquí no es" y la procesión del ciudadano de ventanilla en ventanilla, hasta conseguir resolver el problema.

Tiende a aumentar la discrecionalidad y mantiene la diferenciación entre personal laboral y funcionarial
El 89% de funcionarios apoyaría un sistema que realmente retribuyera el rendimiento y la calidad del trabajo realizado

Los empleados públicos somos los primeros que padecemos y denunciamos esta situación y por ello reclamamos una reforma integral de la misma, empezando por nuestras condiciones de trabajo. Sin embargo, el proyecto de Estatuto recién aprobado, mas allá de agrupar la normativa existente y recoger la jurisprudencia más reciente, no cumple las expectativas creadas, mantiene la actual diferenciación entre personal laboral y funcionarial -sometidos a regímenes jurídicos distintos- y refuerza la tendencia al aumento de la discrecionalidad en las administraciones y a la profundización de las diferencias entre ellas.

Uno de los aspectos destacados del acuerdo es el establecimiento de sistemas "objetivos" que evalúen a los empleados públicos cada año y revisen sus complementos salariales, aunque la realidad es que ya existe un complemento de productividad para retribuir el especial rendimiento, la actividad extraordinaria y el interés o iniciativa en el desempeño del trabajo, si bien se aplica arbitrariamente y sólo a los cargos más altos. Es una medida que parte de considerar a los trabajadores responsables del bajo nivel de productividad y eficacia de las administraciones públicas, a pesar de que todos los expertos en psicología laboral señalen que cuando algo no sale como se esperaba, dentro de un equipo de trabajo, debe ser siempre el jefe el responsable; es decir, es el "buen jefe" el que se responsabiliza del resultado final, siendo esto mucho más cierto en una administración totalmente jerarquizada.

Precisamente, estas últimas semanas miles de ciudadanos vascos, en su inmensa mayoría pensionistas, han recibido en su domicilio una carta del Departamento de Sanidad comunicando que su tarjeta sanitaria ha caducado y deben pasarse por su centro de salud para renovarla. De su ambulatorio les han enviado al INSS o a la Tesorería Territorial de la Seguridad Social, cuyos servicios se han colapsado, para solicitar un documento que acredite que son pensionistas, dato que ya tenía el Departamento de Sanidad, al estar conectado directamente con las bases de datos de la Seguridad Social. Lógicamente, el enfado se proyecta en el empleado público, de Osakidetza o del Gobierno vasco, que nos limitamos, lo mejor que podemos, a cumplir las instrucciones que se nos dan.

El problema, especialmente en nuestras administraciones, es que una parte importante de los "jefes" están designados digitalmente, bien directamente en los niveles altos, por pertenecer o simpatizar con los partidos gobernantes, o bien indirectamente, porque se adaptan a los que han sido designados a dedo. Por eso, la introducción en el Estatuto del Empleado Público de la figura del personal directivo, cuyas condiciones de empleo se excluyen de la negociación colectiva, y de la figura del personal eventual, en funciones de confianza o asesoramiento especial, el procedimiento de libre designación como sistema ordinario de provisión de puestos, que incluirá los de mayor importancia y jerarquía, y el concurso en los demás puestos, que permite una prefiguración del candidato a través de los méritos, adaptados a la persona que se desea elegir, agravarán el clientelismo político actualmente existente.

En una reciente encuesta realizada entre funcionarios, un 89% contestó que consideraría "positivamente un sistema que realmente retribuyera el rendimiento y la calidad del trabajo realizado". Sin embargo, ese sistema no existe en la actualidad y el hecho de que cada administración pública pueda configurar su propio mecanismo de evaluación conducirá indefectiblemente a agravar la discriminación salarial actualmente existente entre personas que hacen un mismo trabajo.

Dado que ya hay experiencias en Europa, con el sistema REC (Rapport d'Evaluation de carrière), podemos añadir el aumento de papeleo, encuestas a rellenar, baremos poco claros, lucha anual entre compañeros para demostrar que eres mejor que el de al lado, culpabilidad de los que no consigan superar la evaluación y aumento de la burocracia para establecer criterios o para evaluar. Respecto del requisito de negociar el nuevo sistema con los agentes sindicales sólo hay que ver lo que hace actualmente el Gobierno vasco, imponiendo sus modificaciones en base a la potestad organizativa de la Administración o negociándolo con un solo sindicato que representa menos del 20% de la plantilla.

Siendo la mayor virtualidad del Estatuto del Empleado Público su propia existencia, y siendo cierto que mejora los contenidos de la negociación colectiva, amplía el ámbito de aplicación o facilita la movilidad entre administraciones, no es menos cierto que mantiene la prohibición de acordar incrementos retributivos superiores a los fijados en la LPGE, lo que implica falta de validez de las cláusulas de los convenios colectivos y de todos los acuerdos que los superen, y no recoge la cláusula de revisión salarial. Tampoco reconoce la jubilación voluntaria establecida en el sistema general de la Seguridad Social, manteniendo los agravios con la normativa reguladora del personal laboral, Muface y otros colectivos; excluye como materia de negociación colectiva los sistemas, criterios, órganos y procedimientos de acceso al empleo público y la promoción profesional; mantiene la pérdida del puesto de trabajo obtenido mediante concurso; establece la movilidad geográfica sin límites por razones de servicio, y excluye a las organizaciones sindicales de los procesos selectivos.

El nuevo Estatuto de la Función pública nacerá con un importante déficit democrático, si no se impulsa el debate entre los afectados antes de su conversión en ley, y no mejorará los servicios prestados a los ciudadanos si no se consideran sus necesidades, se diseña una organización pública más participativa, se amplían las partidas presupuestarias y se mejoran las condiciones de trabajo de los empleados públicos.

José Arturo Val del Olmo, abogado, es sindicalista y funcionario del Gobierno vasco

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