Los dos hermanos
Esta es la historia de dos hermanos, de dos musulmanes franceses nacidos en Argelia en un pueblecito cerca de Sétif, de padre alemán y madre argelina. Ambos fueron enviados a Francia muy jóvenes para "labrarse un futuro". Rachel, el "triunfador" hermano mayor, acumula títulos y trabaja en una multinacional. Malrich, el hermano menor, malgasta su juventud en uno de aquellos suburbios de París donde confluyen el fracaso, la pobreza y la revuelta. Eso es, una vida sin cultura, con un viejo comisario de policía "de proximidad" sorprendentemente comprensivo como único interlocutor.
Los dos hermanos nunca han vuelto a Argelia, pero su vida se ve alterada de repente cuando en el pueblo unos terroristas islamistas del GIA degüellan a una treintena de habitantes, entre los cuales se encuentran sus padres.
Rachel carga con la culpa del padre y pone fin a sus días de la misma manera en que se gaseaba a los judíos
Podemos preguntarnos por qué nadie se ha preocupado de las relaciones entre islamismo y nacionalsocialismo
Cuando Rachel viene a recogerse ante la tumba de sus padres descubre lo impensable en el fondo de una vieja maleta. Su padre, Hans Schiller, oficial de las SS empleado por sus conocimientos científicos, en la solución final durante la Segunda Guerra Mundial, es responsable directa e indirectamente de la muerte de miles de personas en los campos de concentración nazis. Salvado al final de la guerra por el Grupo 92, una versión del célebre grupo de Odessa, que hizo salir de Alemania a centenares de criminales nazis y los colocó en casi todas partes, Hans Schiller es recibido por los servicios secretos egipcios y, después, enviado por Nasser como experto en el ELN (Ejército de Liberación Nacional argelino). Convertido al islam, nuestro SS es un personaje conocido y respetado, y su muerte se debe únicamente al puro azar de una carnicería ciega perpetrada en Argelia por los islamistas en los años ochenta. "Este personaje es real", dice Boualem Sansal, uno de los más grandes escritores argelinos contemporáneos, "en la región lo veíamos como un héroe, un hombre santo... Su pueblo era llamado el pueblo del alemán".
Que el Ejército de Liberación Nacional argelino estuviera formado en parte por un oficial de las SS no es de entrada un dato sin interés para la historia real. Pero lo que hace la especificidad extraordinaria de esta novela es el hecho de que, al hilo de sus investigaciones y a través de su personaje, un escritor musulmán se meta por primera vez en la piel de un judío martirizado y exterminado en un campo de concentración nazi.
A partir de aquí, la novela se convierte en una búsqueda de la verdad. Rachel quiere saber quién era su padre y cómo "hombres sanos de cuerpo y espíritu como (mi) padre aceptaron despojarse de su humanidad y transformarse en máquinas de la muerte... Mi padre actuó por sí mismo, con plena conciencia, y la prueba de ello es que otros se negaron a hacerlo". Y sigue: "Una vez cometido el crimen, papá tenía todavía la posibilidad de entregarse a la justicia y recuperar la dignidad. Huyó..., dejó el crimen impune, lo tapó con su silencio".
Rachel va hasta el fondo del horror y recorre de nuevo el camino que hizo su padre: Hamburgo, Uelzen, la Wehrmacht, las SS, los campos de prisioneros, Dachau, Buchenwald, Auschwitz... En todas partes, "él obedeció órdenes y cumplió su deber como soldado".
En el curso de su largo viaje, sigue la huella de su padre y lee todos los libros y los documentos más técnicos sobre el tema del exterminio en masa: la recogida, el transporte, la selección, la logística ferroviaria, las pruebas hechas en Francfort con cobayas humanas para dar con la buena fórmula, el gas exacto, determinar las cantidades y la calidad del Zyklon B necesarios, la gestión de las reservas, el tamaño, la forma y la temperatura ideales de las cámaras de gas. "Gestionar una explotación de estas características no es tan fácil como parece..., coordinar veinticinco campos de exterminio dispersos en varios países es una tarea titánica que hoy en día provocaría la caída de más de un gobierno", dice.
Rachel finaliza su viaje al fondo del horror con la lectura de Mein kampf. Pierde su trabajo en la multinacional, a su mujer, que ya no entiende nada, y, al final, incluso su vida. Carga con la culpa del padre y pone fin a sus días de la misma manera en que se gaseaba a los judíos, es decir, inhalando el humo del tubo de escape de su coche. "Remonto en el tiempo, hurgo en las tinieblas, voy a investigar la mayor desgracia del mundo e intentar comprenderla... Tengo tanto miedo de encontrar a mi padre allí donde no es debido, allí donde ningún hombre puede estar, sin dejar a la vez de ser un hombre...".
Después del suicidio de Rachel, Malrich, el hermano menor, retoma la historia en el mismo punto de partida. Aunque, a diferencia de Rachel, lo que le obsesiona no es el pasado nazi del padre. A partir del mismo hecho inicial surgen dos reflexiones y dos trayectorias distintas. Más que volver al nazismo que ya forma parte del pasado, Malrich se interesará por un islamismo mucho más actual: el de los barbudos que no predican solamente en Argelia u otros países lejanos sino también en el corazón de la democracia que es Francia, en los suburbios más desfavorecidos y en los ZUS (zona urbana sensible) donde los jóvenes desempleados, sin dinero, sin apenas cultura, víctimas de una mala escolarización y poco integrados son manipulados, adoctrinados, presionados, amenazados e incluso asesinados. Ésta es la historia de Nadia, una francesa de origen magrebí, beurette de 16 años, aprendiz de peluquera, que es encontrada muerta tras ser calcinada con un soplete en los sótanos de una casa del barrio. Un barbudo la había avisado: se merecía el castigo de Alá por llevar el pelo fosforescente y salir con chicos blancos.
Entre el asesinato de los padres en Argelia y el de la chica en un suburbio de París existen parecidos tanto en la causa como en el efecto. Para Boualem Sansal, de la misma manera que los nazis sometieron al pueblo alemán y abusaron sistemáticamente de él, los barbudos de las barriadas francesas o europeas imponen sus leyes a los jóvenes, a las chicas y a las mujeres: ninguna libertad, ninguna educación libre para las chicas, la obligación de llevar el velo islámico y el miedo. "Nada ha cambiado en el barrio en diez años salvo que han llegado los islamistas..., y en muy poco tiempo han levantado tropas y tomado el poder... Pronto se ha producido el vacío. Las empresas se han deslocalizado, como los comercios y las oficinas, el trapicheo que ayudaba a los desempleados a armarse de paciencia... Es la técnica que utilizan", escribe Malrich, quien se dejó adoctrinar durante un tiempo. "Cuando llegaron los primeros islamistas, les aplaudimos. Eran divertidos, llevaban el rosario en bandolera y la barba desordenada. Eran un puñado, nosotros éramos más y sólo queríamos ser su mano derecha...". Malrich hace un paralelismo entre los métodos empleados por los nazis y los de los islamistas: "Cuando pienso en nuestro barrio, en sus habitantes militarizados por el imán, rodeados de barbudos en chilaba y de gamberros, humillados por los kapos, en esta pobre Nadia carbonizada. Entonces, pienso en mi padre...".
La adopción de palabras como kapo para describir la situación de un suburbio parisiense ilustra a la perfección lo que quiere hacernos entender el autor. ¿Qué hacen los islamistas? "Nos han enseñado que no hay nada más apasionante que odiar a los demás y desearles la muerte". Cuando el grupo de jóvenes fue reconocido "apto para la yihad", el imán fue nombrándolos uno a uno: "Éste es el judío, el sarnoso, el peor de todos, este otro es el cristiano, el hipócrita, el maldito, aquél el comunista, el monstruo que deshonra a Alá". Vienen luego el musulmán laico, el árabe occidentalizado y la mujer libre, todos ellos perros y perras "que merecen una muerte cruel". Después los intelectuales y los drogadictos. Y Francia se les "aparece en todo su horror, podrida hasta los huesos...".
Muchos salen casi indemnes de este adoctrinamiento, pero otros "se hunden en el delirio. Quien no logra curarse de la peste verde es un hombre perdido por los siglos de los siglos". Malrich y sus amigos deciden pelearse con los islamistas del barrio. Escribe incluso una carta al ministro del Interior: "Han colonizado nuestro barrio: todavía no es un campo de exterminio pero sí un campo de concentración..., nos olvidamos poco a poco de que vivimos en Francia... El barrio será dentro de poco tiempo una república islámica plenamente constituida".
"La ambigüedad y lo inexplicable son los ingredientes básicos para quien quiera convertirse en fanático". Es la ambigüedad que muchas veces encontramos entre los creyentes o los intelectuales musulmanes más "tolerantes", como Tariq Ramadan, que prefiere pedir una moratoria antes que pronunciarse en contra de la lapidación de la mujer adúltera.
Esta novela, de un cuidado extremo en su forma literaria, es también una llamada a la atención. Podemos preguntarnos por qué hasta la fecha nadie se ha preocupado ni ha estudiado con la debida atención las relaciones entre islamismo y nacionalsocialismo. Sin embargo, al menos tres grandes dignatarios islamistas históricos reivindicaron el nazismo como ideología y como práctica: El gran mufti de Jerusalén Al Husseini; Hassan al Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes; y en Argel, uno de los tres fundadores del ELN, Mohamdi Saïd, voluntario y luego oficial de la Wermacht durante la Segunda Guerra. -
Traducción de Martí Sampons. Le village de l'Allemand ou le journal des frères Schiller. Boualem Sansal. Gallimard, 2008. 272 páginas. 17 euros.
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