El paquete
Salvo el matrimonio ya casi nada se adquiere por paquete. Los recién casados inevitablemente aceptan la llegada de suegros, cuñados, primos y de hasta una tía del pueblo algo plasta. Pero en las relaciones comerciales cada vez está peor visto el paquete.
A nadie le gusta ir a comprar servilletas de papel y que le obliguen a comprar toda la vajilla. Pero en el mundo audiovisual, en cambio, la fuerza reside en el paquete. La última noticia aceptada con la naturalidad habitual por un entorno acrítico ha sido la adquisición por parte de la Forta, asociación que engloba a los canales autonómicos, del paquete Warner.
El paquete Warner, por más que suene a promesa placentera, contiene películas y series de televisión. La compra por paquete favorece al vendedor, que coloca bajo la cabeza de cartel, es decir, películas de éxito incuestionable y series con popularidad, todo ese resto de morralla y producto fallido que tiene que costear. El que compra sigue considerando que el tamaño es lo único que importa.
La Warner no se priva de negociar con otros canales y ha vendido alguna de sus series estrella a La Sexta. Pero al colocar ese paquetón prolonga el negocio que venía haciendo desde hace años con Televisión Española, que tras la prohibición de emitir publicidad ha renunciado a la puja.
La contratación por paquetes premia la pereza de los ejecutivos para rastrear en el mercado, elegir con lupa y seleccionar entre la inmensidad de productos audiovisuales que se fabrican en el mundo. Póngame 300 kilos de televisión, que me los llevo puestos. La potencia de una empresa como Warner, con licencia sobre más de 50.000 horas de emisiones televisivas y derechos de más de 6.000 películas, la convierte en un negociante autoritario.
Sorprende que las televisiones públicas, que trajinan con el dinero de los ciudadanos españoles, acepten el chantaje cuantitativo y vacíen sus fondos sin explorar otras ventanas de venta. Sería un sueño que la parrilla fuera una selección al detalle, donde cada espacio fuera elegido por su calidad y no por la asociación a un paquete rotundo. Pero así es un negocio que cada vez tiene más que ver con la pollería industrial que con el noble arte del entretenimiento.
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