Las seis mayores petroleras de Europa ganan más de 25.000 millones en solo tres meses pese a la bajada del crudo
El beneficio conjunto de Shell, BP, TotalEnergies, Eni, Equinor y Repsol iguala el logrado en el mismo periodo del año anterior, el del inicio de la guerra, y aviva el debate sobre la continuidad de los impuestos extraordinarios
Suba o baje el crudo, la vida sigue igual. Las seis mayores petroleras europeas se anotaron un beneficio conjunto de 25.400 millones de euros en el primer trimestre del año, prácticamente lo mismo que en el mismo periodo de 2022. La estabilidad en las ganancias en niveles históricamente altos responde, sobre todo, al récord en las cuentas de resultados de la angloholandesa Shell y la francesa TotalEnergies, las dos más grandes del Viejo Continente por valor en Bolsa, que ganaron, respectivamente, 7.877 y 5.040 millones de euros, un 22% y un 12% más que un año antes. También mejoró sus resultados la estatal noruega Equinor, aunque de forma más discreta: ganó casi 4.500 millones, un 5% más. En el lado contrario, la británica BP y la española Repsol vieron reducido su beneficio en un 20%, y la italiana Eni sufrió un tajo del 33%.
La dinámica del mercado petrolero ha dado un giro radical en las últimas semanas, en los que la bajada de precios ha sido la nota predominante. Este cambio de tono, sin embargo, está dejando una huella mucho menos honda de lo esperado en los resultados de las petroleras. El 8 de marzo del año pasado, apenas dos semanas después de que las primeras bombas rusas impactasen contra suelo ucranio, el precio del barril de brent —el de referencia en Europa— se disparó hasta casi 130 dólares por barril su nivel más alto en casi una década. Aquella subida, abrupta —tres meses antes se cambiaba por apenas 70 dólares—, era una noticia extraordinaria para los intereses de las grandes empresas del sector, que veían disparado su negocio de exploración y producción de crudo y gas, el más beneficiado en periodos de precios altos.
Más de un año después, el brent ha regresado holgadamente a los niveles preguerra y cotiza en poco más de 70 dólares por barril. A estos valores, las opciones de hacer dinero en su principal línea de negocio son notablemente menores, pero las petroleras han logrado compensar esta caída con la buena marcha de otras actividades, como el refino —Repsol, por ejemplo, más que duplicó sus ganancias en esta actividad—; las operaciones de trading con derivados del crudo —a las que están sacando especial jugo Shell y la noruega Equinor—; o las hoy boyantes ventas de gas natural licuado (GNL, el que se mueve por barco), la principal carta jugada por Europa para capear la crisis energética. Pese a la caída de precios, y ajena a los cuasipermanentes —e inconclusos— tambores de recesión, la demanda continúa siendo robusta. Y la volatilidad, aunque menor, sigue siendo alta. Terreno abonado para que los hábiles operadores de mercado de las petroleras sigan generando flujos de caja.
La pujanza sostenida de los beneficios de las petroleras a ambas orillas del Atlántico —en Estados Unidos, ExxonMobil duplicó sus ganancias hasta enero (10.300 millones de euros) y Chevron rozó los 6.000 millones— ha sido, en líneas generales, mucho más robusta de lo que esperaban las principales casas de análisis. Y está reviviendo el debate tanto en torno a la continuidad —más allá de 2023— de los impuestos extraordinarios puestos en marcha por varios países europeos, entre ellos España, Italia o el Reino Unido, como sobre el refuerzo de estos instrumentos. “Estos beneficios desorbitados son un insulto a las familias trabajadoras. El Gobierno [británico] se ha dejado miles de millones sobre la mesa al negarse a imponer un impuesto adecuado a estas empresas”, decía la semana pasada el secretario general de TUC, la federación de sindicatos ingleses, Paul Nowak. Por aquel entonces, Shell todavía no había presentado sus cuentas.
En España, la decisión sobre la continuidad o no del impuesto más allá de 2023 la tendrá que tomar el Gobierno que salga de las urnas a finales de este año, pero la ley que regula los gravámenes extraordinarios sobre los sectores energético y financiero recoge en su articulado la posibilidad de convertirlo en permanente más allá de los dos años previstos.
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