María del Yerro (presidenta de Grandes Pagos de España): “Escribo el diario de mis hijos desde que nacieron”
La bodeguera, propietaria junto a su marido de Viñedos Alonso del Yerro, fue traductora antes de llegar al mundo del vino. Le gusta la novela negra y aspira a dar más protagonismo a las mujeres en un sector muy masculino
Es la nueva presidenta de Grandes Pagos de España (GPE), la asociación española de 36 bodegas singulares conocidas como los grandes crus del país. María del Yerro (Madrid, 64 años) lleva tres décadas dedicadas al mundo del vino. La familia de su marido, Javier Alonso, propietaria de los laboratorios Alter, es dueña de la bodega Solar de Samaniego, en La Rioja. En 2002, el matrimonio abrió su propia bodega, Viñedos Alonso del Yerro, en Roa (Burgos), en la Ribera del Duero.
Pregunta. Una mujer presidenta de una asociación donde la mayoría son bodegueros.
Respuesta. Es un sector muy masculino en el que cada vez hay más mujeres bodegueras, pero sobre todo enólogas. En el comité ejecutivo de Grandes Pagos hay dos mujeres más. Yo quiero apoyarme en todas estas mujeres para la asociación. Aportamos mucho por nuestra sensibilidad, sobre todo a la hora de catar, de apreciar matices, por eso hay tan buenas enólogas. El reto es dar a conocer todo lo que hacemos dentro y fuera de España.
P. ¿El mundo del vino es estresante?
R. Muy estresante. Tienes que estar pendiente del tiempo por el cambio climático, pero también de la competencia, que es cada vez más feroz. Cada vez hay más bodegas españolas vendiendo vino para un nicho de mercado muy pequeño.
P. Pero también hay satisfacciones.
R. Sobre todo cuando vas a un restaurante y ves tu vino, o te piden que les firmes una botella. Alrededor del vino se viven historias muy bonitas, como una pareja de chinos que vinieron a vernos a la bodega porque él se le había declarado a ella con una botella de nuestro vino María. Hay momentos muy satisfactorios, pero a lo largo de una añada pasan muchas cosas.
P. ¿Son motivo de desvelo?
R. Te surgen muchas preguntas y no tienes las respuestas. Pero no me quita el sueño. Duermo poco, pero duermo.
P. ¿Será que tiene la conciencia tranquila?
R. Supongo. Cuando tomo una decisión intento que siempre sea lo mejor para la familia, para el viñedo y para la bodega. Lo mismo haré con Grandes Pagos, velar por los intereses de todos. Trabajo, además de con mi marido, con cinco hijos, que son todos consejeros, aunque solo uno trabaja en la bodega. Es una satisfacción tremenda, pese a las discrepancias, que las hay, porque tenemos la visión de dos generaciones diferentes, pero complementarias. Yo creo que aporto serenidad.
P. Su trabajo es absorbente, ¿cómo desconecta?
R. Me gusta leer novela negra con mezcla de psicología. Me estoy leyendo Los perseguidos, de Fernando Benzo, el premio Azorín de este año. Me relaja mucho. También escribo el diario de mis hijos desde que nacieron. Cada uno tiene su libro particular y una vez al año se lo mando.
P. Además de bodeguera es novelista
R. Me gusta mucho y me permite desconectar. Empecé a escribir esos diarios para que los tuvieran de recuerdo y que también entendieran a sus padres, sobre todo cuando ellos tuvieran hijos.
P. ¿Le preocupa que haya problemas en la familia a cuenta de la bodega, como pasa en otros clanes vinícolas?
R. Claro, que me preocupa y puede ocurrir el día de mañana, pero siempre les he dicho que al más mínimo problema se le pone un lazo a la bodega, se vende y se reparte, antes de dejar de hablarte con un hermano. Lo más fácil de repartir es el dinero. Tengo 14 nietos y en la familia somos 12 adultos más. Me da miedo porque lo veo en todos los negocios, y en las bodegas también pasa.
P. ¿Huye de los malos rollos?
R. Para evitar todo esto, quiero hacer un protocolo familiar. Va a ser sencillo porque es un negocio pequeño, que no va a crecer mucho, pero quiero que no haya malos rollos. Hay que separar el trabajo de la familia.
P. Usted trabajaba como traductora mientras atendía a su prole.
R. Estoy acostumbrada a sacar tiempo de donde no lo hay. Yo hacía mis traducciones con mi Olivetti y me planificaba muy bien. Eso lo aprendí bien en esa época. Eso sí, los sábados y los domingos los dedicaba a la familia por completo. Cuando empezamos en el vino también lo hicimos así, los fines de semana nos olvidamos del negocio. El día a día te puede.
P. ¿Ser traductora tiene ventajas?
R. Muchas. Me ha permitido comunicarme con tranquilidad. Hablo inglés, francés y español. Ha sido una ventaja para preparar un informe y para vender nuestros vinos fuera.
P. ¿Le da tiempo para tener aficiones?
R. La mayor afición es disfrutar de mis nietos. Las mayores estudian en Inglaterra, pero lo que más me gusta es meterles el gusanillo del vino. Lo huelen, les doy a catar uvas, les explico lo que es el envero [cuando los racimos de uvas cambian del verde a tonalidades rojizas, azuladas o violetas], y hasta han probado el vino. Pero es más importante que huelan y distingan aromas antes de probar. También me gusta atender el huerto que tengo, con buenos tomates y piparras. Antes montaba a caballo, pero ahora solo paseo por la viña.
P. También ha creado una vela aromática.
R. Con los olores de nuestro vino María. Nos la hizo The Singular Olivia, con los aromas que queríamos, con olor a violeta, flor blanca, peonia y regaliz. Si algo tengo es buen olfato. Distingo enseguida un buen olor de uno malo. Y esto en el vino es importante.
P. Su manera de entender el enoturismo es muy particular.
R. Abro la bodega, pero también mi casa. Quien viene come en nuestra casa, un menú que preparo con pisto, gazpacho, judías verdes con foie y platos caseros muy ricos, además de nuestros vinos. Cuesta 250 euros, y vienen sobre todo americanos y mexicanos, que luego se hacen clientes de nuestros vinos.
P. ¿Cuál es su gran sueño?
R. Me gustaría que alguna de mis hijas se incorporara a la bodega, una en el área financiera y otra en ventas, y que la bodega creciera en marketing. Y sigo teniendo el sueño de hacer un gran vino.
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