Una muerte que salva 10 vidas
Philip Seymour Hoffman decía que su muerte llenaría titulares, y tal vez serviría para que alguien se asustara y dejara la droga
Phil Hoffman y yo teníamos dos cosas en común. Los dos teníamos hijos pequeños y los dos éramos drogadictos en proceso de rehabilitación. (...) Las personas como nosotros son las únicas a las que unas experiencias demenciales no les resultan tan disparatadas. “Sí, yo también hacía eso”. Le dije que yo tenía la suerte de que, como soy muy aprensivo, me mareo solo de pensar en pincharme. Él me dijo que siguiera siéndolo. Y, además, dijo otra cosa: “Si uno de nosotros muere por sobredosis, es probable que 10 personas que también estaban a punto de morir se salven”. Quería decir que nuestras muertes llenarían titulares y tal vez servirían para que alguien se asustara y dejara la droga.
Ese recuerdo es el que me empuja a decir que Phil Hoffman, ese hombre bueno, decente, ese actor magnífico, estruendoso, que a primera vista nunca parecía “apropiado” para ningún papel, pero que dominaba por completo el terreno que pisaba cada uno de sus personajes, no murió por una sobredosis de heroína; murió por la heroína. Debemos dejar de insinuar que, si se hubiera inyectado la cantidad justa, no habría pasado nada.
No murió porque estaba en una juerga desenfrenada ni porque estaba deprimido; murió porque era un drogadicto, en un día cualquiera de la semana. Deja un legado impresionante: su Willy Loman, a la misma altura que los de Lee J. Cobb y Dustin Hoffman, su Jamie Tyrone, su Truman Capote y su Oscar. Y a eso hay que añadir ahora a esas 10 personas que estaban a punto de morir y a las que la noticia ha salvado.
Aaron Sorkin es el creador de El Ala Oeste de la Casa Blanca y ganador del Oscar.
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