Francesco Tonucci: “Los niños son unos excelentes promotores de seguridad en las ciudades”
El autor de 'Por qué la infancia' lleva toda una vida dedicada a estudiar el pensamiento y el comportamiento infantiles
El psicopedagogo Francesco Tonucci lleva toda una vida dedicada a estudiar el pensamiento y el comportamiento infantiles. En Por qué la infancia (Destino) se plantea el porqué de esa vocación y concluye que la mecha la encendió su primer hijo, Stefano, cuando antes de cumplir los tres años dijo “He descubrido”. En ese error de conjugación verbal que hasta el corrector de Word se empeña en corregirme Tonucci vio una revelación: un niño de tres años sabe conjugar y lo hace de forma “correcta” y lógica; lo que a su vez le llevó a un cambio de visión sobre la infancia, que dejó de ser un periodo de espera, de preparación para las cosas importantes de la vida, para pasar a ser reconocida como el periodo de mayor explosión de conocimiento y habilidades, la etapa en la que se ponen los cimientos que nos sustentarán durante el resto de nuestras vidas.
“Mis hijos hacen lo mismo y yo intento no corregirles. Soy como el escritor argentino Pedro Mairal, que en esos errores encuentro poesía para mis oídos”, le digo a través de Skype. Sonríe desde su casa al otro lado de la pantalla, donde gesticula incesantemente rodeado de fotografías familiares cuyos rostros pixelados solo acierto a intuir. “Cada error de los niños es un hecho creativo. Cuando los niños se equivocan están inventando algo. Los errores deberían ser un foco de atención en la escuela porque son una ventana abierta al mundo secreto de los niños”, me responde Tonucci, que lleva años sumergido en ese mundo secreto, convertido ya en “niñólogo” de referencia, en el gran defensor de los derechos recogidos por la Convención sobre los Derechos del Niño, que este miércoles precisamente celebra el 30º aniversario de su aprobación
PREGUNTA. ¿Podríamos decir que tres décadas después los problemas de los niños y de las niñas siguen sin estar resueltos?
RESPUESTA. Aparentemente deberían estar resueltos, porque todos los países del mundo menos EE UU han ratificado esta Ley. La realidad, sin embargo, es que los niños llevan 30 años esperando que los adultos cumplan lo prometido. Muchas veces tengo la sensación de que los adultos con responsabilidad institucional desconocen la Convención. Y es difícil imaginar que se cumpla algo que no se conoce.
P. Además, es que desde su aprobación han surgido problemas nuevos. A diferencia de en 1989, cuando los niños aún pasábamos gran parte de nuestra infancia en las calles, hoy los niños apenas salen de sus casas sin la vigilancia estrecha de sus padres.
R. Antes de Por qué la infancia publiqué otro libro titulado Manual de guerrilla urbana para niños y niñas que quieren conocer y defender sus derechos (Editorial Graó). En ese libro propongo a los niños decirme qué artículo consideran que falta en la Convención. Uno de los derechos más reivindicados es el derecho a salir de casa. Un niño latinoamericano me dijo exactamente “ir más allá del patio”. Es una buena forma para comunicar este derecho a los políticos: los niños necesitan ir más allá del patio. Salir del control directo de los adultos. Este derecho no existe. Es más, todo lo que podríamos considerar parte de la autonomía de los niños está ausente en el texto de la Convención.
P. Es que igual cuando se escribió la convención ese derecho se daba por conseguido.
R. Sí, es así. Puede que hace 30 años los adultos ejercieran menos sobreprotección sobre sus hijos. O puede que cuando se concibieron los derechos de la infancia se hiciese pensando más en los niños de los países en vías de desarrollo. Al final en esos países los niños no tienen el problema de salir de casa. Muchas veces el problema es el contrario.
P. ¿Tiene justificación para usted ese miedo que nos impide dejar a nuestros hijos “ir más allá del patio” y ejercer su derecho?
R. No. Las sociedades son más seguras hoy que hace 30 años. Así lo reflejan los datos de los Ministerios de Interior. Es verdad que la seguridad no es total, pero tanto a nivel de tráfico como de delincuencia las ciudades son hoy menos peligrosas. Sin embargo, de forma extraordinaria, a la vez que disminuye el peligro aumenta el miedo. Es decir, el miedo pasa de ser una forma de defensa instintiva fundamental ante el peligro a perder el contacto con el peligro, lo que es un desastre. Y siento decirte lo que te voy a decir a ti que eres periodista…
P. No se corte.
R. Creo que los medios tenéis una responsabilidad, especialmente los más populares como la televisión y las redes sociales, porque os aprovecháis mucho de lo peor que pasa en el mundo para convertirlo en viral. Y también la política se aprovecha del miedo para aumentar el consenso y para utilizarlo como herramienta en el debate político. En España lo sabéis bien, porque lamentablemente estáis siguiendo el ejemplo de Italia.
P. A ese respecto, y ante tanto miedo infundado, me quedo con una reflexión suya: “La seguridad urbana no se alcanza con medios de defensa (…) la única garantía de seguridad es la participación, la presencia, el control del territorio por parte de los ciudadanos. Y los niños son capaces de provocar estas conductas positivas”.
R. Es que en grandes ciudades como Barcelona y Madrid hay experiencias de niños que van a la escuela solos y no les pasa nada. Nunca. Cuando los niños de un barrio se mueven solos los vecinos, de alguna forma, empiezan a hacerse cargo de ellos, de manera que se construye una seguridad ciudadana a partir del cuidado y no de la defensa. Es el gran cambio de paradigma que me gustaría que los políticos entendiesen, que la seguridad urbana se consigue con la presencia y el interés de la gente y no con el aumento de los medios de defensa. Los niños son unos excelentes promotores de seguridad en las ciudades.
Un cambio de mirada hacia la primera infancia
P. En el libro habla de un cambio de paradigma. Del paso de considerar la infancia como un periodo de espera, de preparación para las cosas importantes de la vida, a verla como la etapa de mayor explosión, de forma que el niño alcanza su máximo desarrollo en los primeros días, meses y años de vida. No he podido dejar de pensar en Amelie Nothomb, que dice aquello de que las únicas cosas importantes nos pasan en los primeros años de vida y que todo lo demás es un epílogo.
R. Es así. Y si lo pensáramos yo o Amelie tampoco habría que darle tanta importancia, pero resulta que es la opinión de la Ciencia, que ha llegado a un consenso: que la etapa más importante de la vida es la primera porque allí se ponen todos los cimientos de lo que se va a construir a lo largo de la vida.
P. La metáfora de los cimientos es muy interesante, porque sin cimientos es imposible construir.
R. Los cimientos son fundamentales, pero lamentablemente no se ven, quedan escondidos. Y eso es lo que ocurre con los niños y niñas en los primeros meses y años de vida: que están construyendo muchísimo, pero no se ve.
P. Este cambio de concepción sobre la infancia supone también poner en entredicho el sistema, porque resulta que ese periodo de máxima explosión, entre los 0 y los 6 años, se da fundamentalmente en casa y no en la escuela.
R. Es cierto. En el sistema se sigue pensando que lo importante empieza a los seis años, cuando se aprenden las letras y los números, que las cosas más importantes se hacen después, de forma que la etapa infantil prepara para la de primaria y la de primaria para la de secundaria; y es todo lo contrario: las cosas importantes se hacen al principio y es importante que se hagan bien.
P. En ese sentido sugiere que “la organización escolar, sus jerarquías y sus criterios también deberían modificarse completamente” para adaptarse a este nuevo paradigma avalado por los descubrimientos en neurociencia. ¿Diría que en 2019 la escuela está cerca o lejos de esa modificación?
R. Totalmente alejada. No toda la escuela es así, pero lo que llamaríamos “escuela buena” es minoritaria, cuando debería ser la normal. Llevo mucho tiempo reivindicando que el mayor derecho de los niños y niñas debería ser el de tener un buen profesor o una buena profesora. Nada más. No me interesan las reformas, ni los libros de texto, ni los programas ministeriales, ni los sistemas de evaluación.
P. Usted precisamente dice que los únicos que pueden cambiar la escuela son los profesores.
R. La reforma más importante y urgente que tienen nuestros países está en la formación profesional de los profesores. En Italia hoy en día llegan a ser maestros muchas veces los que no han podido hacer otra cosa. Es una profesión muy poco valorada social y económicamente, con lo cual hay muy poca competencia.
P. Hablando de escuela y de maestros. En el libro cita repetidamente al pedagogo Mario Lodi y dice que lo consideraba un buen maestro y a la suya una buena escuela “porque aprobaba a todos los niños, especialmente a los menos dotados”.
R. Es que Mario Lodi no decía nada extraordinario al garantizar a los padres de sus alumnos que todos los niños y las niñas iban a estar aprobados de 1º a 6º de primaria. Es una frase que sorprende, pero que no debería hacerlo porque lo que Mario Lodi quería decir es que él como profesor tiene la responsabilidad de llevar a todos sus alumnos hasta su máximo nivel. Es su papel. Y no se trata de pensar que Lodi era un maestro generoso, lo que sería traicionar por completo su mensaje, sino de ver que era un maestro profesional que asimilaba su responsabilidad. Y, además, la Ley avala a Lodi.
P. ¿En qué sentido?
R. La Convención sobre los Derechos del Niño, en su artículo 29, dice que la educación tiene como objetivo el desarrollo de las capacidades de cada uno de los niños y de las niñas hasta el máximo nivel posible. No dice que tienen que llegar hasta los niveles previstos en los currículos, ni que tienen que aprobar un examen; dice que tienen que realizarse, con lo cual la escuela debe asumir este papel de ayudar a los niños y niñas a desarrollar sus capacidades, no la nuestra o las que nosotros queremos. Muchas veces la educación aboca a los niños y niñas a renunciar a sus pasiones para ser buenos alumnos y alumnas. Y eso no puede ser, porque al final ni serán buenos alumnos ni cumplirán sus deseos, con lo cual serán malos adultos, personas frustradas.
P. En un momento en el que todo el mundo se llena la boca con aquello de la educación inclusiva, usted va y propone en un juego de palabras una escuela exclusiva. ¿Dónde está el matiz?
R. La escuela inclusiva corre el riesgo de parecer una escuela generosa, que acepta a todos. La escuela exclusiva también está en contra de una escuela excluyente, pero pone el foco en que sea una escuela hecha a la medida de cada niño y de cada niña, que sepa sacar las potencialidades de cada uno para que cada alumna y alumna pueda reconocerla como suya.
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