Pilar Palomero & Rubén Martínez: el secreto de ‘Las Niñas’
Laureada en la Berlinale. Ganadora del último Festival de Málaga. Y aclamada por público y crítica. La película Las Niñas ha sido una de las producciones españolas más exitosas de este 2020. “Aunque estábamos muy ilusionadas con la peli y contentas con el resultado, la acogida ha superado nuestras expectativas”, resume la directora del filme, Pilar Palomero (Zaragoza, 1980). Su retrato costumbrista de la España de los noventa —la película se desarrolla en 1992— está salpicado de frescura, chispa y naturalidad gracias al trabajo de sus intérpretes: las seis jóvenes protagonistas, así como el resto de chicas del colegio en el que estudian en la ficción. “Para sacar esa verdad que cuenta cada una de ellas, Pilar propuso que trabajáramos sin guion”, explica Rubén Martínez (Zaragoza, 1976), coach de interpretación de las actrices. “Algunas no habían actuado en su vida”, agrega.
Las Niñas relata el despertar de la adolescencia de un grupo de chicas que estudia en un colegio religioso en Zaragoza a comienzos de los noventa. Un proyecto cuya simiente es un cuaderno de religión, el de la propia directora. Palomero lo encontró en una visita a su hogar familiar. Y al hojearlo, una redacción machista sobre Adán, Eva y el paraíso llamó su atención: “Me impactó que hiciésemos ese tipo de escritos. Me animó a echar la vista atrás y ver qué ocurría en esa época”.
A comienzos de los noventa no había móviles; el sexo era tabú; sonaba Héroes del Silencio; a los 16 años se podía consumir alcohol (hasta el año 2000 los adolescentes podían hacerlo legalmente) y el machismo era aún más lacerante que en la actualidad. “Ellas ya habían oído hablar de los noventa, sobre todo a sus padres, y de la ausencia de redes sociales o móviles, pero lo que más les sorprendió fue el machismo”, recalca Martínez. “Entonces estaba tolerado que un hombre tocase a una mujer por la calle. Y eso les chocaba mucho”. “¿Te podía tocar un tío el culo en cualquier sitio?”, les preguntaron. “Eso pasaba. Y como niña no te sentías animada a contarlo por temor al juicio de la sociedad”, responde Palomero. “Mucha gente ha visto la película y me ha dicho que parecen los años cincuenta. Pero ¡eran los noventa! y el machismo estaba ahí. Lo vivíamos cotidianamente. Por eso aparece en el guion”.
La premisa de que las jóvenes trabajasen sin texto -pero sin salirse de él- obligó a la directora y al preparador a sumergirlas en los valores de la época. La idea era ponerlas en situación y llegar a la historia casi sin que se dieran cuenta. Una tarde, por ejemplo, se fueron a un parque a comer pipas mientras hojeaban la revista Súper Pop. Otra, a unas camas elásticas o a escuchar música de la época. “Era un reto, pero también la única manera de que ellas estuviesen así de bien”, explica Martínez. “Además, Pilar estaba abierta a todo lo que pudiera surgir de ellas y que aportase a la historia”, continúa: "Estaban muy libres; ha sido maravilloso”.
Aunque la película tiene una parte vivencial, no narra la historia de su directora: “No hay nada inventado: todo son testimonios e historias que he vivido de cerca”. Palomero estudiaba en un colegio femenino y de monjas mientras que Martínez hacía lo propio en uno masculino y de curas. Ellas estudiaban hogar; ellos, marquetería. Una vez al año, en la fiesta de primavera, chicos y chicas se conocían. “Era muy difícil que una niña o un niño tuviera amigos del otro sexo; las personas del sexo opuesto con las que se relacionaban eran principalmente familiares”, explica Martínez.
Entre rezos, filas de a uno y películas como Marcelino pan y vino, las jóvenes descubren una sociedad prejuiciosa, se interesan por los condones, prueban el alcohol, comparten un pitillo o se cuelan en una discoteca. Llegan a la pubertad en una España que eludía hablar abiertamente de sexo, pero que estrenaba una revolucionaria campaña publicitaria para fomentar el uso del preservativo: Póntelo, pónselo. Y que se convirtió en un icono. Fue ideada por la agencia Contrapunto, ganó el León de Oro en Cannes (en su vertiente dedicada a la publicidad: el Festival Internacional de Creatividad). Se lanzó en 1990 y fue eliminada un par de años después. “Me apetecía reflexionar sobre una sociedad que vivió una campaña de educación sexual con miedo y con escándalo. Una parte de la ciudadanía pensaba que animaba a los jóvenes a tener relaciones sexuales en lugar de pensar que se les estaba educando para cuidarse y protegerse. Todo con el Sida de fondo. Eso dice mucho de la sociedad en la que vivíamos”, resume la directora.
A pesar de llevar vidas casi paralelas, Palomero y Martínez profundizaron su relación a finales de los noventa, cuando acabaron el colegio. Ambos optaron por las artes escénicas —ella como directora y él como intérprete y preparador de actores— lo que hizo que su vínculo se fuese estrechando. Ya habían trabajado juntos en otros proyectos, pero este ha sido muy especial. “Hemos vivido cosas similares”, resume la directora, “ambos pertenecemos a una generación que recibió una educación llena de secretos, de tabúes… Y aunque duela, los niños y las niñas tienen derecho a conocer la verdad”.
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