12 fotosEscapadasLo mejor del Algarve, en 12 saltosAcantilados indomables, calas minúsculas y playazos kilométricos para caminar junto al Atlántico en una ruta apasionante por el sur de PortugalJosé Ramón Álvaro González16 abr 2019 - 00:17CESTWhatsappFacebookTwitterBlueskyLinkedinCopiar enlaceEspañoles, alemanes, italianos y, por supuesto, portugueses llegaron a Sagres buscando cumplir un sueño en tierras distantes. El lugar donde nació la carabela y se perfeccionaron las cartas náuticas, y donde Cristóbal Colón o Vasco de Gama anduvieron por su playa mientras se formaban para romper los límites del Viejo Mundo. De sus hazañas queda el aura que se respira en la fortaleza de Sagres. Una enigmática y gigantesca rosa de los vientos (en la foto) recuerda, en el exterior del baluarte, el afán aventurero de los portugueses. Destruida por el terrible terremoto de Lisboa de 1755 y reconstruida posteriormente, la fortaleza hoy alberga un interesante museo y una sala de exposiciones que sirven de antesala a su histórica ermita. Aquí comienza nuestro viaje, en el último pueblo al suroeste de Portugal.Sebastian Condrea (getty)A seis kilómetros de Sagres, una carretera cuyo asfalto brilla como la piel de una serpiente y discurre por unas tierras yermas que flanquean los acantilados, llegamos al Cabo de San Vicente. Aquí resuena constantemente la sinfonía del mar al romper contra las enormes rocas, como si nos hubiéramos topado con el fin del mundo. No es extraño que así se pensara hace unos cientos de años, hasta que Magallanes y Elcano circunnavegaron la Tierra y confirmaron que era redonda. Al cabo le viene el nombre porque aquí reposó el cuerpo del franciscano San Vicente. Todavía hoy miles de pájaros surcan el cielo y planean sobre el mar como si estuvieran dando envidia al hombre, minúsculo ante tamaña magnitud oceánica. En su punta, un faro pintado con franjas rojas y blancas sigue sirviendo de vigía para los marineros. Desde lo alto del promontorio se vislumbran playas como Beliche (en la foto), ideal para quienes se inician en el mundo del surf, y el arenal de Tonel, que la marea oculta a su antojo. Si nos alcanza la hora de comer conviene detenerse en el Meridiano, restaurante a la entrada de Sagres del que no fascina ni su fachada ni su decoración pero sí el arroz de marisco y las ‘sapateiras’ (bueyes de mar), preparados al momento.Kai Uhlemeyer (getty)Hacia el norte, la Nacional 268 bordea la costa oeste del Algarve hasta Vila do Bispo. A pesar de estar rodeados de pastos, aquí el aire huele a mar y a mariscos. Estamos en territorio de caldereta de pescado, sargo a la parrilla y percebes frescos. Antes de llegar a esta villa portuguesa la cercana playa de Castelejo invita a rememorar otra época de contrabandistas atrancando en ella sus barcos de remos; la Torre del Aspa era su centro de vigilancia. Como la cercana cala Cordoama, despliegan estiradas líneas de arena fina y dorada escoltadas por altos acantilados, desde los que aficionados al parapente se lanzan sobre el Atlántico. Vila do Obispo se encuentra sobre una pequeña elevación. Un pueblo de calles sinuosas y casa encaladas de blanco, rematadas con frisos de colores. Su alrededor está lleno de menhires con más de 5.000 años de antigüedad. Merece la pena acercarse después a Pedralva y Pero Queimado, dos coquetas aldeas entre eucaliptos que se mantienen vivas gracias al empeño de sus vecinos contra el olvido y el abandono.Perry van Munster (alamy)Sagres es un buen campo base para recorrer la Costa Vicentina. Por la carretera EN-120 llegaremos hasta Aljezur y Odeceixe, al noroeste del Algarve, bordeando el parque natural del Suroeste Alentejano y Costa Vicentina. Pero el camino hasta Aljezur está lleno de lugares donde hay que bajarse del coche, caminar y respirar profundamente. Por ejemplo, en la preciosa aldea de Carrapateira, como escondida entre las dunas, con las playas de Bordeira y Amado a un paso, donde contemplar cómo se despide el sol cada tarde mientras se hunde en el Atlántico. Aquí naufragaron muchos corsarios víctima de los engaños de sus habitantes: prendían hogueras tramposas que guiaban a los piratas hasta escarpadas franjas costeras de las que no podían escapar. Si el ocaso despierta el apetito, Sitio do Forno es un buen lugar para disfrutar de buenos pescados de Carrapateira, sobre todo si viajamos con niños; disfrutarán de su deliciosa pasta con mariscos.Frank GUIZIOU (alamy)La ruta sigue entre casas de estilo bereber que preceden a los declives montañosos que rodean el pueblo de Bordeira (en la imagen), y más allá, de nuevo frente al Atlántico, el curioso desnivel que dibuja la playa de Arrifana. Muy cerca, en las puntas de Pedra da Carraça y Atalaia, donde parece que el mar furioso haya engullido parte de los acantilados. Así llegamos a Aljezur, dividida en dos desde que la partió el río cuando era navegable. Por las escarpadas calles de su casco antiguo se accede al castillo. La panorámica desde lo alto quita el aliento.Franck GUIZIOU (alamy)Siete kilómetros hacia el norte por la EN120 llegamos a la playa de Carriagem (en la foto), cuyo estrecho arenal se convierte, con bajamar, en un anfiteatro natural de roca que sobrevuelan águilas y gavilanes. Luego llegan Rogil y su molino de viento, y tras una travesía cuajada de frondosos árboles aparece Odeceixe, acostado en una ladera, en el límite con la región del Alentejo. Escenario de rivalidad paisajística entre el mar y el impetuoso río Seixe, los últimos rayos de sol se reflejan en el agua haciéndola brillar como el metal. Momento de dirigirse a O Chaparro, donde sirven, casi con toda seguridad, unas de las sardinas asadas más ricas de todo el litoral.Helder Almeida (getty)Poco menos de 30 kilómetros separan Sagres de Praia da Luz, en la costa sur del Algarve. Poco queda del pueblo pesquero que fue entre los siglos XIII y XVI. El actual paseo marítimo (en la foto) se funde con las murallas de la fortaleza construida entonces para proteger el enclave de los piratas que venían de África. Mientras tomamos el sol y un baño en aguas más cálidas de lo que pensamos, una extensa formación rocosa exhibe fósiles marinos. La puerta del Mediterráneo que los poetas árabes llamaban ‘zawaya’ (mezquita) es actualmente una ciudad moderna, en cuyo casco antiguo alternan tiendas de artesanía, restaurantes típicos y galerías.Victoria Wilkinson (getty)La vida en Lagos transita bajo la sombra de una muralla con varias y atractivas puertas de entrada, calificada como monumento nacional. Una de las joyas del patrimonio de esta ciudad portuguesa es la Iglesia de Santo Antonio, de estilo barroco y decorada con azulejos. En la fina arena de Meia Praia se escondió Francis Drake y llegaron galeones cargados de monedas de oro y piedras preciosas que procedían de las Américas. Aquí el horizonte se abre entre la amplia línea del océano, las dunas bajas y las colinas suaves y verdes. En ella pequeños restaurantes ofrecen pescados del día sacados directamente de las aguas cercanas. Palmares Beach es una buena opción en la misma playa. Ideal para comer o cenar en un ambiente relajado. Pescado del día y ensaladas abundantes son sus dos señas de identidad.getty imagesDesde Meia Praia se ve Ponta da Piedade (en al imagen), salientes rocosos con formas puntiagudas y estructuras que simulan puentes que solo unen un abismo. Caprichosas estructuras de piedra arenisca que componen un paisaje abrupto y embriagador. Una sensación que también se capta al atardecer desde la Iglesia del Carmen, en una de las colinas de Lagos, desde la que se nos abre toda la población desplegándose suavemente hacia el mar. Los más atrevidos pueden hacer una ruta en kayak entre estos farallones, hay muchas empresas que los organizan y se pueden encontrar fácilmente.getty imagesVolvemos a la EN125 para enfilar hacia Portimão. El viaje está salpicado de pequeñas calas, y la mil veces fotografiada Praia da Rocha. Una inmensa alfombra de arena fina protegida por acantilados y rocas de caprichosas formas hacia la que mira el hotel Bela Vista, de principios del siglo XX, un símbolo de la ‘belle époque’ en la ciudad. Junto al puerto, el embriagador aroma de las sardinas asadas lo impregna todo. Decenas de restaurantes las preparan junto al puerto, tentación en la que es recomendable caer. Después, quedan visitas en las inmediaciones, como la ría de Alvor, donde los pescadores siguen capturando peces y mariscos utilizando artes tradicionales. Al atardecer el mejor de los miradores se encuentra en la fortaleza de Santa Catarina de Ribamar. Los barcos de recreo comienzan a encender sus luces sobre un mar que pasa del azul al naranja.getty imagesCamino de Albufeira encontramos uno de los pueblos más hermosos y mágicos de todo el Algarve: Carvoeiro, lugar indicado para un viaje en barco hasta los accesos secretos de la gruta de Pintal o de Roazes. En otra época, de Carvoeiro partían los barcos a la captura del atún. Un anfiteatro de casas sigue asomándose, como entonces, a la playa. Próximas quedan las insólitas formaciones rocosas del Algar Seco (en la foto), esculpidas por el viento y por el mar. También la romántica Varanda dos Enamorados. Aunque se puede viajar cómodamente por la Autovía A22, la opción de retomar la ruta hacia el este por la carretera N125 gana enteros cuando se anuncian lugares como la Praia de Benagil o Armaçao de Pera, enclavada en una amplia bahía y con una vasta playa donde el mar es tranquilo.Jacek Sopotnicki (getty)Los turistas han ido ganando terreno a los pescadores en Albufeira, hasta convertirse en un centro vacacional de primer orden en el Algarve. Aquí la vida fluye al ritmo de los destinos turísticos de sol y playa. Tiendas, cafés, ‘pubs’ y discotecas ocupan ahora espacios que antiguamente fueron negocios tradicionales y familiares. Aunque Albufeira conserva un rico patrimonio, en el que destaca la Iglesia Matriz y su imponente campanario, las joyas de Albufeira son sus playas. Las hay para todos los gustos. Arenales únicos como Praia Galé y Praia Falesia (en la imagen), que despliegan kilómetros y kilómetros entre acantilados; playa San Rafael y Arrecifes, de gran belleza; o Praia da Oura y Praia dos Barcos, con las embarcaciones de los pescadores varadas en la arena. Si evitamos los meses estivales de alta ocupación, comprobaremos que Albufeira sigue conservando la esencia del Algarve: el mar, la roca, el olor a parrillas y la sensación de que nos encontramos en el fin del mundo aún intacta.J. Sopotnicki (getty)