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Dana Thomas, escritora: “El verdadero lujo es hacer la siesta durante la jornada. La calma y la felicidad”

Nos citamos en París, donde reside desde hace tres décadas, con esta periodista y escritora estadounidense, una de las pocas analistas de la industria de la moda en el mundo. Conversamos sobre la lucha entre negocio y arte, la moda rápida, cómo la covid-19 ha aupado a los ultrarricos y la pena que le da que las librerías de Saint-Germain hoy sean tiendas de lujo.

Dana Thomas retratada en el Café de Flore en el bulevar Saint Germain en París el pasado 12 de noviembre
Dana Thomas retratada en el Café de Flore en el bulevar Saint Germain en París el pasado 12 de noviembreJulie Glassberg (Contacto)
Daniel Verdú

El cielo de París, rácano por naturaleza con sus habitantes, no ofrece esta tarde mucho más que nubes y lluvia, un dato escasamente relevante en una ciudad donde el sol aparecerá durante el mes de noviembre solo 10 horas. El bulevar Saint-Germain, quizá eso sea más importante para la historia, es hoy un sendero de tiendas de lujo y moda que ocupan los viejos locales donde antes hubo librerías. Y el Café de Flore, sempiterno templo de la contemplación y de la conversación parisiense, se ha convertido en una suerte de museo para turistas curiosos dispuestos a pagar nueve euros por un café. No todo está siempre perdido, porque arriba, en la última esquina del local, donde suele reunirse el jurado del premio literario que cada año otorga el Flore, queda una mesa libre junto a la del fabuloso actor Fabrice Luchini, que, a juzgar por cómo bromea con el camarero, debe pasar aquí más horas que en su casa.

Dana Thomas (Washington, 60 años) aparece unos minutos después. Impecable, blazer azul marino y fular, es inevitable pensar cómo se va a vestir uno para entrevistarla. La periodista y escritora estadounidense, una de las mayores analistas de la industria del lujo y de la moda, pide una infusión de verbena, mira el reloj y advierte de que no podrá estar más de 30 minutos. Una entrevista exprés, esa es la paradoja, a la gran crítica de los modos urgentes de fabricación y consumo. Thomas ha escrito tres libros (Deluxe, Fashionopolis y Dioses y reyes, todos editados en España por Superflua) que trazan el auge y caída de la industria de la moda: desde los años de la expansión del lujo, al momento cumbre de la creatividad con figuras como John Galliano y Alexander McQueen, hasta la democratización del mismo lujo, convertido en una forma de explotación humana y medioambiental. ¿Nos vamos al garete? No del todo, todavía hay esperanza, anuncia mientras posa para la fotógrafa con una profesionalidad que invoca otras épocas de su vida.

La periodista y escritora estadounidense, una de las mayores analistas de la industria del lujo el pasado 12 de noviembre en París
La periodista y escritora estadounidense, una de las mayores analistas de la industria del lujo el pasado 12 de noviembre en ParísJulie Glassberg (Contacto)

Se notan sus años de modelo.

Sí, y eso no lo sabe tanta gente. Fue cuando tenía unos 18 años. De hecho, la primera vez que vine a París fue para trabajar como modelo. Luego volví cuando me casé y he pasado aquí 32 años.

Conoce bien los dos lados de la moda.

Fue un trabajo que hice durante tres años, con la agencia Elite en Nueva York. Lo hice cuando era adolescente, y me mandaron durante tres años a París. Gané dinero para pagarme los estudios de Periodismo. Mi sueño era convertirme en corresponsal política en The Washington Post o The New York Times. Y cuando estaba acabando la carrera, el Post me reclutó como ayudante en la sección de noticias nacionales. En esa época, eso consistía en responder al teléfono, llevar algún café… Pero estaba feliz. Imagine, era la época de Woodward, Bernstein… Un momento mágico.

¿Y cómo pasó a la moda?

Nina Hyde, la jefa de esa sección, supo que había una antigua modelo en el periódico y que hablaba italiano y francés. Necesitaba una asistente para el verano y me fui a trabajar con ella. Me di cuenta de que había aprendido cosas valiosas haciendo de modelo, no era solo dinero. Conocía a la gente, las marcas… Vivía en Milán cuando Armani y Versace explotaron. Había visto ese mundo por dentro, y eso tenía mucho valor para el periodismo.

Washington no es precisamente la capital de la moda.

¡No! En esa época, cuando se escribía de algo que sucedía ahí, solo era para hablar del vestuario de la primera dama: Nancy Reagan o Barbara Bush. Pero empecé a seguir la moda como lo había hecho siempre Nina. Ben Bradlee era todavía el director del periódico y me dejaron contarlo como un asunto político, económico, de antropología social. No solo analizando la altura de los tacones o los colores. Era algo más profundo. Y entonces me mudé a París porque conocí a ese hombre francés y atractivo en la boda de unos amigos.

Dana Thomas: "En los años noventa, me di cuenta de que había un montón de asuntos a explorar en ese mundo del lujo y comencé a seguirlo artículo por artículo"
Dana Thomas: "En los años noventa, me di cuenta de que había un montón de asuntos a explorar en ese mundo del lujo y comencé a seguirlo artículo por artículo"Julie Glassberg (Contacto)

¿Y qué se encontró?

Era el momento en el que el señor Arnault estaba transformando la moda, el cambio de las pequeñas casas familiares de lujo gestionadas por sus fundadores. Él iba a globalizar el lujo. Eran los años noventa, y me di cuenta de que había un montón de asuntos a explorar en ese mundo y comencé a seguirlo artículo por artículo para el Post y luego para Newsweek. Más tarde, al principio de la década de 2000, la semana antes del 11 de septiembre, decidí escribir algo más importante sobre todo ese fenómeno y se convirtió en mi primer libro, Deluxe.

Salió en 2007, justo un año antes de la gran crisis global.

Mucha gente me dijo que había sido una premonición. Pero estaba claro que la manera en que la gente consumía el lujo, comprando de forma masiva y compulsiva, era un síntoma de algo y no precisamente bueno. Era imposible que continuara así sin implosionar. Pero claro, nunca imaginé que sería una crisis global de esa magnitud.

También comenzó a escribir en ese periodo sobre uno de los príncipes de aquella monarquía que comenzaba a reinar en las pasarelas: Alexander McQueen.

Sí, lo pusimos en la portada de Newsweek, fue justo al principio de su carrera. Y también comencé a seguir a John Galliano cuando explotó en Dior, aunque ya lo siguiese cuando estaba en Givenchy también. Después de que viviera aquel episodio crítico del café La Perle, me di cuenta de que había algo: Marc Jacobs tenía problemas de drogas y había estado haciendo rehabilitación mucho tiempo, McQueen se había suicidado, Christophe Decarnin, de Balmain, tuvo que ser ingresado por una depresión… Era evidente que la presión para crear todo el tiempo para una enorme sociedad global era demasiado para esos artistas. Y estaban explotando.

¿Otro episodio de la histórica guerra entre comercio y arte?

Sí, y es una de las más antiguas. Ya los griegos y los romanos hablaban de ello. Fue una guerra que marcó el comienzo de la destrucción de esa manera de trabajar y, por supuesto, que terminó ganando el comercio. Ahora solo existe esa parte, la creatividad está en decadencia.

La guerra entre arte y comercio es antigua. Ahora solo existe el comercio, la creatividad está en decadencia

¿No ve nada interesante?

No hay gran cosa. Pero mire, luego comencé a preparar mi tercer libro, que, en realidad, era la respuesta y el impacto de la globalización en la moda. Era imposible tener un crecimiento de esas proporciones sin un impacto negativo. Y lo vimos, el daño causado recayó sobre la humanidad y el planeta. Así nació el fast fashion, que fue un negocio de la misma proporción que el lujo, porque todo el mundo podía permitírselo.

Usted señala el punto culmen de ese crecimiento monstruoso y de su impacto el 24 abril de 2013.

Sí, ese día se derrumbó una fábrica textil de Bangladés y murieron 1.130 personas. Pero todos los días hay incendios, accidentes, catástrofes evitables que provocan la muerte de decenas de personas. Además, el impacto sobre el medio ambiente es tremendo.

Si seguimos la línea de puntos que une sus tres libros, llegamos a la conclusión de que el lujo y la moda se han comportado como Satanás.

Sí… Pero hay esperanza. Hay mucha gente que quiere hacer las cosas diferentes, de forma correcta, más simples, con materiales saludables, orgánicos. Producir menos, pensar de manera local y no global. El slow fashion es un movimiento importante.

¿Usted cómo definiría la idea del lujo?

Hoy son dos cosas. El verdadero es hacer la siesta durante la jornada [se ríe]. En serio, disfrutar de la calma y la felicidad. Pero la industria del lujo es hoy una máquina enorme. Louis Vuitton factura más de 20.000 millones de euros cada año. ¿Cómo se puede decir que eso es lujo si es solo una máquina para hacer dinero? Si usted mira quiénes son los más ricos del mundo, seis de esos personajes pertenecen a la moda. Y el único sector que le compite a la moda es la tecnología.

Si usted mira quiénes son los más ricos del mundo, seis de esos personajes pertenecen a la moda

Pero no es lo mismo Zara que Louis Vuitton, ¿no?

Sí, ¿por qué no? Son precios diferentes, pero es el mismo sistema de producción. Louis Vuitton hace muchas cosas a mano, pero la mayoría es en cadena. Quizá es un sistema más serio, pero no siempre. Los famosos bolsos de Vuitton son una tela. Eso no es lujo, puede usted comprarlo en Decathlon.

Usted lo compara con el fast food. Pero mucha gente le dirá que es una democratización del lujo y que usted es una esnob.

Sí, claro. Es verdad que hay mucha más gente comprando objetos que asocia al lujo. Pero ¿es lujo un pintalabios hecho en la misma fábrica que Bourjois con un logo distinto? Pagamos por la marca, por el marketing. ¿Lo convierte eso en un objeto más precioso que los otros? No creo.

Esa transformación se produjo también en el mercado del arte con artistas como Jeff Koons o Damien Hirst.

Sí, exactamente. Es el marketing, no el arte.

¿Cómo ha cambiado en ese sentido la moda desde el punto de vista de la creatividad?

El algoritmo manda. Los diseños están basados en la inteligencia artificial, en el análisis de datos. Y eso rebaja la diferencia entre las casas de moda. Tienen los mismos datos. Es como los mensajes políticos: todo el mundo quiere responder a las mismas preguntas para los mismos votantes. Es menos individual, menos creativa, y menos interesante.

La crisis de la covid-19 parecía que iba a cambiar todos esos impulsos consumistas.

Sí, de hecho la manera en la que se presentan las cosas ha cambiado. Antes querían vender a todo el mundo con esa democratización de la que hablábamos. Pero después de la crisis se ha establecido una verdadera división entre ricos y pobres, y la clase media se ha evaporado. Han aparecido los ultrarricos, y están volviendo a esos clientes. La gente que no tiene dinero debe seguir pagando escuelas, sanidad, comida.

Modelo en su juventud, trabajo con el que se pagó la carrera, Dana Thomas posa con un impecable traje azul en el Café de Flore de París
Modelo en su juventud, trabajo con el que se pagó la carrera, Dana Thomas posa con un impecable traje azul en el Café de Flore de ParísJulie Glassberg (Contacto)

¿Vuelve el lujo para los ultrarricos de los años cincuenta?

Sí, la alta costura empieza a producir como entonces. No alcanzan a satisfacer la demanda. Lo mismo pasa con la alta joyería, antes estaba hecha por casas de joyería como Cartier, Van Cleef, Chaumet… Ahora es Louis Vuitton, Dior, Chanel… ¡Hermès hace alta joyería! Y la alta joyería es una pieza diseñada y construida por encargo para un único cliente. Un mercado enorme en el que hay un montón de jóvenes creadores que antes trabajaban en alguna casa de la plaza Vendôme. Piezas que pueden llegar a costar un millón de euros. Y no hay ningún problema porque hay mercado para ello. Lo mismo sucede con los perfumes por encargo, cuyo mercado es enorme. Fragancias exclusivas para personas concretas.

¿A qué responde todo esto?

¿A qué? A que ganan muchísimo dinero. Y para sostener ese enorme mercado de individuos ultrarricos, que gastan y gastan, hay que seguir produciendo estos objetos. Crean experiencias para ellos. Apartamentos específicos para comprar.

Parece que el ritmo de crecimiento de la idiotez en el mundo es también considerable.

[Asiente en silencio]. Mire otras experiencias, como el Orient Express, de hiperlujo.

Y los que solo vemos eso desde la ventanilla de nuestras vidas, ¿compramos igualmente demasiado?

Por supuesto. Si hoy parásemos de producir ropa, tendríamos suficiente para vestirnos con piezas nuevas hasta 2050. No necesitamos seguir fabricando. Compra menos, compra mejor. Mejor tener una cosa bien hecha, que 10 que no durarán. Pero el marketing nos empuja a consumir esos productos de forma ininterrumpida. Compra, compra… Mire el pobre bulevar Saint-Germain donde estamos, antes eran todo librerías, ahora son marcas de lujo. Había una que todo el mundo adoraba, y ahora es una tienda de Louis Vuitton.

¿El mercado chino tiene algo que ver?

Sí, claro. Han empujado mucho. Creo que entre el 70% y el 80% de las ventas del lujo son los chinos: en su país y viajando. En todas esas tiendas hay dependientes que hablan mandarín. Pero hay una pequeña crisis porque su economía está frenándose, y eso tendrá un impacto en el lujo.

Pensábamos que el teletrabajo también cambiaría nuestros hábitos de compra. ¿Para qué vestirse bien si no va a vernos nadie?

Sí, pero en lugar de eso estamos comprando como locos en el ordenador todo el día. El tema del algoritmo es complicado, pero es evidente que nos ponen delante las cosas que antes estábamos obligados a buscar. El otro día estaba con un amigo hablando de Ralph Lauren, y luego abrí Instagram y me estaban vendiendo no sé qué de esa marca. Es inquietante.

Si el lujo y la moda también son política, ¿cómo cambiará el regreso de Donald Trump esta industria?

Veremos en EE UU, pero también en el resto del mundo, un proteccionismo y aranceles contra todos los productos que vienen de China. Pero olvidan que todo está producido en China: las bicis para los niños, los bolsos… Será complicado, veremos cómo subirán los precios. Y además se retirarán restricciones en la producción contra el cambio climático. Todos los avances que la moda ha hecho para ser más verde pueden perderse. Va a ser un periodo difícil. Si cumple todas sus promeses, viene una gran crisis económica global.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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