El Romeral de San Marcos
A los pies del Alcázar de Segovia, se desliza un pensil lleno de misterio y recovecos
Hay jardines que tienen magia, otros que no. Hay espacios desalmados, sin identidad propia, y otros en los que el alma de quien los diseñó se respira, se intuye en cada piedra y en cada planta. En el Romeral de San Marcos, en la ciudad de Segovia, el espíritu de su creador todavía late, aunque el corazón de su artífice se detuviera hace una veintena de años. O quizás no se paró del todo, porque en el discurrir del agua en sus albercas se siente el pulso de Leandro Silva Delgado (1930 – 2000), el paisajista uruguayo que modeló uno de los jardines más personales que podamos encontrar. Acomodado al pie de un farallón calizo que mira al Alcázar segoviano, se desliza ladera arriba y ladera abajo un pensil lleno de misterio y de recovecos.
En tan solo media hectárea, Leandro supo modelar el embrujo hecho vegetación, en un trazado ora recto, ora curvilíneo. Desde 1973, en un terreno donde había huertas, los cipreses, los bojes y los arces ensombrecen este trozo de montaña, y consiguen un perfecto edén castellano. A través de la piedra, “percola el agua que se recoge en albercas desde hace siglos”, como nos recuerda la información que encontramos en la misma puerta. Ese agua fue conducida de forma muy hábil, creando un juego de pilones y pequeños canales que articulan el jardín. Esa es su esencia árabe, que se respira con más fuerza en la Alberca Dorada, de paredes de un metro y medio de alto. En ella nadan las carpas anaranjadas, casi de colores áureos, que son las que han bautizado al pequeño estanque. Unos cuantos metros más allá nos topamos con la Alberca Plateada, donde vivirían las carpas de ese otro color argénteo. La inspiración de esta parte del Romeral es de herencia hispanomusulmana, pero en otros recodos “también tienen cabida la tradición clásica de los jardines italianos y franceses. Hay otra zona que incluso evoca el jardín secreto medieval. Se trata realmente de un jardín ecléctico”, como lo define Guillermo Cuadrado, jardinero paisajista que cuida con cariño y profesionalidad este espacio verde, junto a la viuda de Leandro, la museóloga Julia Casaravilla. A Julia hay que agradecer y elogiar que este jardín siga vivo, por su generosidad, trabajo y compromiso con este lugar, que es su vida también, y fruto de su esfuerzo.
Guillermo clasifica asimismo el Romeral como “un jardín de autor, por la gran carga personal que atesora, al ser el que pertenecía a la casa de Leandro. Pero también es un diseño experimental y de un coleccionista, ya que aquí crecen muchas especies de viburnos (Viburnum spp.), de rosas (Rosa var.) y de lirios (Iris spp.). Hay personas que han venido exclusivamente a ver sus floraciones”. En sus tres o cuatro niveles aterrazados hay lugar para la sorpresa continua. Se dan unos cuantos pasos y una media vuelta, y el paisaje es otro, con matices y especies diferentes. Giramos la cabeza, y el milagro ocurre otra vez: estamos en un rincón nuevo. Es tan rico al generar ambientes tan variados, que a veces da la sensación de haber cambiado de época o de lugar, como si se pasara al jardín del vecino de forma inadvertida.
Sombras y luces acompañan el recorrido, “es un jardín de claroscuros”, sonríe Guillermo al contarlo. Eso se consigue con el perfecto equilibrio entre especies caducas y perennes que arbolan el Romeral, donde esta planta aromática que da nombre al lugar (Salvia rosmarinus) también crece.
El futuro del Romeral es incierto, en un país poco dado a conservar la memoria de sus personajes ilustres y de su legado. A Leandro debemos innumerables paisajes, aunque quizás el que más lo ligue con nuestra memoria es el de la restauración del Real Jardín Botánico de Madrid, hijo de sus desvelos entre finales de los años setenta e inicio de
los ochenta. Ojalá que el jardín de Leandro y de Julia, a punto de cumplir cincuenta años, nos pueda acompañar muchos más, y que ninguna amenaza lo cierre para siempre. Al pie del río Eresma, se merece que permanezca como uno más de los símbolos de Segovia, abierto y transitable por todos los amantes de lo bello. Hablar de la magia es imposible, solo se puede sentir viviéndola. En el Romeral hay que perderse por sus senderos, sentarse al pie del agua, disfrutar de sus colores de otoño y de su frescor en el verano, escuchar el rumor de la hiedra que crece o de las escaramuzas de los mirlos y petirrojos… Con estas palabras de Leandro Silva decimos hasta luego a este maravilloso vergel, porque con ellas comprenderemos por qué este maestro jardinero creó un rincón tan inolvidable como este: “El jardín es la nostalgia del paraíso”.
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