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Trabajar cansa
Columna
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Venga, nos arriesgamos

Puede que esta Navidad sea un lío monumental, pero es entrañable que una vez más se vaya contra la racionalidad, que triunfe el amor a la lógica, que prime el instinto familiar

Íñigo Domínguez
Cribaje masivo de PCR en el barrio de Can Parellada, Terrasa, el 30 de octubre pasado.
Cribaje masivo de PCR en el barrio de Can Parellada, Terrasa, el 30 de octubre pasado.CRISTOBAL CASTRO

El jueves salió un montón de gente de Madrid, de estampida por el puente, antes de que cerraran la comunidad el viernes. También hay quien miente en el centro de salud, diciendo que tiene síntomas para que le hagan la PCR, porque si no en Madrid no se la hacen a nadie, ni aunque te acuestes con un positivo, lo que viene a ser un contacto estrecho. Solo te la hacen si tienes síntomas, no quieren ni ver a los asintomáticos, no sea que den positivo. Así es fácil bajar las cifras de casos, claro. Solo te queda gastarte 150 euros por lo privado, y así es fácil que ellos suban sus cifras, las de caja, claro. Siempre relaciono una cosa con la otra, pensar mal es tremendo. En casa somos cinco y hacernos todos una PCR nos cuesta más que el avión, y para eso te lo gastas en angulas, así que nos estamos planteando mentir también, aunque ahora que lo he dicho mi médico nunca me creerá, ya ni aunque sea en serio. Que todo se base en la confianza mutua y el sentido común ajeno no da mucha tranquilidad, y en esto incluyo el fiarnos de algunas de nuestras esclarecidas autoridades, pensando que saben lo que hacen. Fernando Simón se escandalizaría si supiera el plan de Navidades de algunos de mis conocidos, o allegados, que se van a recorrer media España para estar Nochebuena con unos y Nochevieja con otros, y en medio pararán en Segovia a comprar unas yemas, aunque ya les dije que creo que eso es en Ávila, pero, total, el caso es salir. ­Reacción en cadena de la polimerasa, eso significa PCR, y suena tan incomprensible como las reacciones en cadena que tenemos.

Puede que esta Navidad sea un lío monumental, pero no sé, es entrañable que una vez más se vaya contra la racionalidad, que triunfe el amor sobre toda lógica, que prime el instinto familiar, la tradición milenaria de celebrar el solsticio de invierno, y que la autoridad decida que el turrón es el turrón, y a la porra todo. Dos semanas de recreo. Como si toda España estuviera en un concurso, tuviera que elegir y dijera: venga, nos arriesgamos. No me digan que, tras nueve meses de pandemia y con lo que llevamos encima, no es un logro que aún sepamos hacer como si nada. Es que imaginen lo contrario, este Gobierno comunista prohibiéndonos celebrar la Navidad, no se lo perdonaríamos jamás, jamás. No había otra, esa es la verdad. Ningún partido dice nada porque cree que nosotros, el pueblo, queremos eso y luego no les votaríamos, qué cosas, qué concepto tienen de nosotros, o cómo nos conocen.

Si esto fuera una partida de ajedrez con el virus, el bicho estaría descolocado ante nuestros movimientos, preguntándose a qué demonios estamos jugando, con una estrategia absurda, o genial, o suicida, o según los ratos. Somos imprevisibles en términos científicos. En la pandemia buena parte del tiempo la razón es lo de menos. No triunfa solo el amor, también el dinero, que, como decía Woody Allen, no da la felicidad, pero proporciona una sensación asombrosamente parecida. No deja de ser llamativo que ni un solo político, ni el más rojazo, ni el más loco, diga una palabra poniendo en duda el consumo, que gastar menos y no endeudarse quizá no sea tan malo. Aquí temblaría el misterio, no solo el navideño, porque a esto sí que nadie da alternativas, si no nos fundimos la pasta el sistema se cae, la austeridad no era esto. Esto ya es un capitalismo unánime, digan lo que digan los ministros más perroflautas y quienes ven una dictadura bolchevique cada tarde. No sé ni si la Iglesia se atreverá a pedir una Navidad más espiritual y menos consumista, sería antisistema, casi bolivariana.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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