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Fukuyama: liberalismo, sí, pero sin demonizar al Estado

‘Ideas’ adelanta un extracto de ‘El liberalismo y sus desencantados’, libro en el que el politólogo estadounidense sienta las bases de lo que hoy debe ser una democracia. Sostiene que los liberales clásicos tienen que superar la época neoliberal

El liberalismo y sus desencantados
Sr. García

El liberalismo es hoy más necesario que nunca, porque Estados Unidos es más diverso que nunca, así como otras democracias liberales.

Hay varios principios liberales generales que podrían contribuir a gestionar esas diferentes formas de diversidad. En primer lugar, los liberales clásicos tienen que admitir la necesidad de gobierno y superar la época neoliberal en la que el Estado era demonizado como un enemigo inevitable del crecimiento económico y la libertad individual. Por el contrario, para que una sociedad liberal moderna funcione adecuadamente, tiene que haber un alto nivel de confianza en el gobierno; no una confianza ciega, sino una confianza fruto del reconocimiento de que el gobierno trabaja en pos de objetivos públicos esenciales. Hoy en día, en Estados Unidos nos encontramos en un punto en el que una parte de los ciudadanos albergan las ideas conspirativas más extravagantes sobre las formas en que el gobierno está siendo manipulado por élites sombrías para arrebatarles sus derechos, y se están armando para cuando llegue el momento en que tengan que defenderse contra el Estado mediante el uso de la fuerza. El miedo y la aversión al Estado han existido también en la izquierda: muchos creen que el Estado ha sido tomado por poderosos grupos de interés, que la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional continúan vigilando y socavando los derechos de los ciudadanos corrientes y que la labor de la policía consiste principalmente en imponer los privilegios blancos. Ambos bandos tienden a desestimar el Estado por incompetente, corrupto e ilegítimo.

La cuestión urgente para los Estados liberales no tiene que ver con el tamaño o el alcance del gobierno por el que la izquierda y la derecha llevan años combatiendo. La cuestión es la calidad de dicho gobierno. No hay forma de eludir la necesidad de un Estado capaz, es decir, de un gobierno que disponga de recursos humanos y materiales suficientes para prestar los servicios necesarios a su población. Un Estado moderno tiene que ser impersonal, lo que significa que trata de relacionarse con los ciudadanos de manera equitativa y uniforme, sin basarse en vínculos personales, políticos o familiares con los políticos que ostentan el poder en un momento dado. Los Estados modernos tienen que afrontar toda una serie de cuestiones políticas complejas, desde la política macroeconómica y sanitaria hasta la regulación del espectro electromagnético y la previsión del tiempo, y necesitan tener acceso a profesionales formados con una gran vocación de servicio público si quieren desempeñar bien su cometido.

Francis Fukuyama (Chicago, 1952) es un influyente politólogo estadounidense que, hace ahora 30 años, publicó ‘El fin de la historia y el último hombre’ (1992, Planeta), libro en el que anunció el fin de las luchas ideológicas en un mundo basado en la democracia liberal.
Francis Fukuyama (Chicago, 1952) es un influyente politólogo estadounidense que, hace ahora 30 años, publicó ‘El fin de la historia y el último hombre’ (1992, Planeta), libro en el que anunció el fin de las luchas ideológicas en un mundo basado en la democracia liberal.Leonardo Cendamo (Getty Images)

Los Estados liberales han tenido mucho éxito a la hora de generar crecimiento económico a largo plazo, pero el PIB no puede considerarse la única medida del éxito. La distribución de ese beneficio y el mantenimiento de los ingresos y de la igualdad de riqueza es importante tanto por razones económicas como políticas. Si la desigualdad se vuelve extrema, la demanda agregada [cuyo resultado es igual al PIB] se estanca y aumenta el rechazo político al sistema. La idea de redistribución de la riqueza o de los ingresos ha sido un sacrilegio para muchos liberales, pero la realidad es que todos los Estados modernos redistribuyen sus recursos en mayor o menor grado. (…)

Existen (…) determinadas decisiones a nivel estatal que ponen realmente en peligro derechos constitucionales fundamentales y afectan al carácter básico de la propia democracia liberal. “Derechos de los Estados” era el estandarte bajo el cual se defendía la esclavitud y, posteriormente, las leyes raciales Jim Crow, y el gobierno federal desempeñó un papel fundamental a la hora de obligar a los Estados a aceptar la igualdad legal de los afroamericanos. Por desgracia, este tema está reapareciendo en la política estadounidense. Las asambleas legislativas republicanas de muchos Estados han promulgado o propuesto leyes que, en la práctica, podrían hacer posible anular los resultados de elecciones democráticas y dificultar el voto, especialmente para los afroamericanos. (…)

La privacidad constituye una condición necesaria para el debate democrático

Un tercer principio liberal general al que hay que atenerse es la necesidad de proteger la libertad de expresión, determinando adecuadamente sus límites. La libertad de expresión se ve amenazada por los gobiernos, los cuales continúan siendo el principal motivo de preocupación. Con todo, también puede verse amenazada por el poder particular, bajo la forma de compañías de comunicaciones y plataformas de internet que amplifican artificialmente unas voces por encima de otras. La respuesta apropiada a esto no es la regulación directa por parte de los Estados de la libertad de expresión de esos actores privados, sino más bien la prevención de grandes acumulaciones de poder privado, mediante leyes antimonopolio y reguladoras de la competencia.

Protesta a favor de la democracia en Hong Kong, el 25 de noviembre de 2014.
Protesta a favor de la democracia en Hong Kong, el 25 de noviembre de 2014. Chris McGrath (Getty Images)

Las sociedades liberales tienen que respetar un ámbito de privacidad que rodea a todo individuo. La privacidad constituye una condición necesaria para el debate democrático, y se requiere un consenso si se espera que los individuos expresen sus opiniones honestamente. Es, asimismo, una consecuencia del principio liberal de la tolerancia. De conformidad con la verdadera diversidad de una sociedad, los ciudadanos no están obligados a mantener un pensamiento uniforme. Ése es el principio subyacente en la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos, así como el derecho a la libertad de expresión consagrado en otras leyes fundamentales de todo el mundo. Sin embargo, en los últimos años, el gobierno federal de Estados Unidos se ha acercado peligrosamente al extremo de regular no sólo la conducta sexual de los jóvenes, sino incluso la propia concepción de la sexualidad.

No obstante, la expresión —y especialmente la expresión pública— tiene que regirse por una serie de normas, algunas promulgadas por el Estado y otras aplicadas de manera mucho más adecuada por entidades privadas. Aunque las sociedades liberales discrepen en cuanto a los fines últimos, no pueden funcionar si no se ponen de acuerdo en los hechos básicos y en invertir su tendencia al relativismo epistémico. Existen técnicas bien definidas para determinar la información fáctica, técnicas que han sido utilizadas durante años en los procesos judiciales, en el periodismo profesional y en la comunidad científica. El hecho de que periódicamente se demuestre que algunas de esas instituciones están equivocadas o son tendenciosas no significa que tengan que perder su categoría de fuentes de información, ni que cualquier opinión alternativa expresada en internet sea igual de válida que otra. Hay otras normas necesarias que promueven el civismo y el discurso razonado que constituyen la base del debate democrático en una sociedad liberal. Las normas relativas a la expresión pública deberían, asimismo, ser de aplicación universal; la identidad del hablante no debería determinar lo que está autorizado a decir.

Ideas 28/08/22 WEB
Sr. García

Un cuarto principio liberal hace referencia a la constante primacía de los derechos individuales sobre los de los grupos culturales. Esto no contradice las observaciones realizadas con anterioridad en el presente libro sobre hasta qué punto el individualismo es un fenómeno históricamente contingente y, a menudo, contrario a las inclinaciones y facultades humanas del comportamiento social. A pesar de todo, hay diversas razones por las cuales nuestras instituciones tienen que centrarse en los derechos individuales en lugar de hacerlo en los de los grupos.

Las personas no están nunca plenamente definidas por la pertenencia a un grupo, y continúan ejerciendo su voluntad individual. Puede ser importante entender de qué formas han sido moldeadas por sus identidades grupales, pero el respeto social debería también tener en cuenta sus elecciones individuales. El reconocimiento grupal amenaza con no remediar, sino agravar las diferencias grupales. La desigualdad en los resultados del grupo es un efecto secundario de múltiples factores sociales y económicos que interactúan, la corrección de muchos de los cuales está muy lejos del alcance de la política. Las políticas sociales deberían tratar de igualar los resultados de toda la sociedad, pero deberían centrarse en categorías fluidas, como la clase, en lugar de en otras fijas, como la raza o el origen étnico.

Aunque puede que el individualismo sea históricamente contingente, se ha incorporado de manera tan profunda a la idea que tienen las personas modernas de sí mismas que resulta difícil ver cómo revertirlo. Las economías de mercado modernas dependen notablemente de la flexibilidad, de la movilidad laboral y de la innovación. Si las transacciones tienen que producirse dentro de unos límites culturales definidos, el tamaño de los mercados y el tipo de innovación que surge de la diversidad serán necesariamente limitados. El individualismo no es una característica cultural fija de la cultura occidental, tal como alegan ciertas versiones de la teoría crítica. Es una consecuencia de la modernización socioeconómica que tiene lugar de manera gradual en diferentes sociedades.

Las personas nunca están plenamente definidas por la pertenencia a un grupo, ejercen su voluntad

Un último principio liberal tiene que ver con el reconocimiento de que la autonomía humana no es ilimitada. Las sociedades liberales asumen la igualdad de la dignidad humana, una dignidad enraizada en la capacidad del individuo para tomar decisiones. Por esa razón, se comprometen a proteger esa autonomía como un derecho fundamental.

Defensores de Trump irrumpen en el Capitolio, en Washington DC, el pasado 6 de enero de 2021.
Defensores de Trump irrumpen en el Capitolio, en Washington DC, el pasado 6 de enero de 2021. Samuel Corum (Getty Images)

No obstante, aunque la autonomía sea un valor liberal básico, no es el único bien que prevalece automáticamente sobre todo el resto de las consideraciones de la vida buena. Como hemos visto, el ámbito de la autonomía se ha expandido de modo constante a lo largo del tiempo, pasando de la libertad para obedecer normas dentro de un marco moral existente a elaborar esas normas para uno mismo. Sin embargo, el respeto por la autonomía pretendía gestionar y moderar la competencia de creencias profundamente arraigadas y no desplazar dichas creencias en su totalidad. No todos los seres humanos creen que maximizar su autonomía personal sea el objetivo más importante de la vida, ni que alterar cualquier forma de autoridad sea necesariamente algo bueno. A muchas personas les parece bien limitar su libertad de elección al aceptar marcos religiosos y morales que las conectan con otras personas, o vivir según tradiciones culturales heredadas. La primera enmienda estadounidense tenía por objeto proteger el libre ejercicio de la religión, no proteger a los ciudadanos de la religión.

Las sociedades liberales consolidadas tienen su propia cultura y su propia concepción de la vida buena, aun cuando esa concepción pueda ser más reducida que la que proporcionan las sociedades unidas por una única doctrina religiosa. No pueden ser neutrales por lo que respecta a los valores necesarios para mantenerse como sociedades liberales. Tienen que dar prioridad a la solidaridad, la tolerancia, la amplitud de miras y a la implicación activa en los asuntos públicos si quieren ser coherentes. Tienen que dar prioridad a la innovación, la iniciativa y la asunción de riesgos si quieren prosperar económicamente. Una sociedad de individuos encerrados en sí mismos, interesados únicamente en maximizar su consumo personal no será una sociedad en absoluto.

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