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500 números de Ideas
Columna
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Preguntas y debates para acabar con los prejuicios

‘Ideas’ no está para acertar: está para agitar y obligar a mirar dos veces el titular, y empezar a leer sobre la interminable agonía de Cuba o la ira productiva de las mujeres

Suplemento 'Ideas' El País
Un lector consulta un número del suplemento 'Ideas'.Carlos Rosillo
Pepa Bueno

A nadie le llega nunca el tiempo para hacer todo lo que quiere —a mí, tampoco—, pero desde hace 500 números tenemos un suplemento periodístico que ayuda a identificar lo mejor o lo más valioso de nuestro tiempo. Eso es lo que ha hecho Ideas en los últimos nueve años y medio: echar una mano a quienes terminan semanas agotadoras y ofrecerles un abanico de nombres, temas, debates conectados con las inquietudes profundas —y superficiales— de nuestro tiempo. Es un auténtico lujo haber disfrutado cada domingo de unas palabras de Edgar Morin, John Gray, Timothy Snyder, Siri Hustvedt, Thomas Piketty, Mary Beard, Jürgen Habermas, Alma Guillermoprieto, Anne Applebaum, Naomi Klein, Adam Tooze, Eva Illouz o saber que Emmanuel Carrère se quedó atrapado en Moscú al inicio de la guerra contra Ucrania o congratularse de leer uno de los artículos de mayor impacto reciente, el de Pankaj Mishra, con su valiente denuncia de que Occidente “no se entera de nada” respecto a la extinción en curso de Gaza. Además de contar con la bendita doble velocidad de trabajo de muchos de nuestros periodistas, capaces de convertir su conocimiento, su presencia sobre el terreno, sus múltiples fuentes y su mirada escrutadora en coberturas que ayudan a pensar.

Al repasar lo publicado para celebrar hoy estos 500 números me he sentido tentada de volver a leer textos que ya había disfrutado. En eso debe consistir la eternidad. Las apuestas de un periódico viven en esta doble velocidad o doble escala: es nuestra condena pero es también, me lo van a permitir, nuestro mérito. Atender lo urgente de cada día no ha sido incompatible en EL PAÍS con proponer la nómina de pensadores centrales del siglo XXI sin ánimo de prescribir desde ningún púlpito qué hay que leer sino de ofrecer un repertorio diverso que permita al lector descubrir el talento flotante y recordar el consolidado. Nada como esos domingos en los que las listas de pensadores de Ideas despiertan las ganas de curiosear, de nuevo o de primeras, entre las páginas de Hannah Arendt, de Antonio Gramsci o de Iris Murdoch, o autoras tan recientes como Lea Ypi. El mejor elogio de este suplemento es la excitación que provoca romper un prejuicio o desarrollar una idea nueva. Ideas no está para acertar: está para agitar y obligar a mirar dos veces el titular, y empezar a leer sobre la interminable agonía de Cuba o la ira productiva de las mujeres, sobre Glenn Greenwald y la ficción de que los periodistas no tengan opinión, y hablar con claridad: “La delirante trayectoria de Boris Johnson”, se leía en una de sus portadas de esta década, y “La meritocracia es una trampa”, se leía en otra. La pregunta que se hizo Ideas en su primera salida sigue vigente —”¿Quién manda en internet?”— . Gracias a ti que nos lees, seguiremos buscando respuestas.


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